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Cuando el tirano asiste a la ópera

Fernando Larenas

Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.

Actualizada:

03 abr 2020 - 19:00

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Haciendo zapping o zapeo (horribles anglicismos que se usan para definir la acción de buscar un canal de televisión con el control remoto) por los canales históricos y de ecología durante la larga cuarentena para prevenir el coronavirus, se mostraba el velorio y funeral de Iósif (José) Stalin (1878-1953).

Un desfile interminable, el pueblo lloraba a su adorado dictador recién fallecido, los altos dirigentes del Partido Comunista estaban ahí, pero ninguno sabía si sería el sucesor, ni el mismo Nikita Kruschov o Kruschev, o Jruschov lo sabía.

Durante el velorio, los altoparlantes alrededor de la Plaza Roja repetían una y otra vez, a modo de marcha fúnebre, los preciosos acordes de la Sinfonía sexta de Piotr Ilich Tchaikovsky, estrenada pocos días antes de la muerte del músico y que fuera bautizada como Patética.

En el documental se narraba que el compositor ruso, el más representativo de su país, era admirado por Stalin; y eso lo sabían los dirigentes del partido, por eso la música no paró hasta que el cadáver embalsamado fuera depositado junto al de Lenin.

Stalin y los rusos siempre tuvieron afinidad con la música clásica; y como no tenerla después de semejantes compositores como el ya nombrado, además de Prokofiev, Korzakov, Rachmaninov, Musorgski, Glinca, Borodin, Balakirev, Cui. Con una mención especial para Shostakóvich, uno de los más grandes compositores del siglo XX, especialmente durante la era soviética y, más específicamente, en la época estalinista.

Reacio a inscribirse como militante en el partido único, Dmitri Dmítrievich Shostakóvich (1906-1975) nunca se llevó bien con la cúpula comunista, ni con el diario más influyente, el Pravda que, como dice Julian Barnes en El ruido del tiempo, dedicaba la primera página a criticar a los escritores y la tercera a los músicos, especialmente cuando consideraba que el músico era un burgués.

La experiencia más dramática, según el libro de Barnes, Shostakóvich la viviría cuando el dictador decide personalmente ir al teatro Bolshoi para comprobar si era cierto que la ópera Lady Macbeth de Mtsensk era “desviacionista” de los auténticos principios políticos. Stalin quería comprobar personalmente cómo era la ópera que Pravda criticaba con tanta dureza.

Junto con otros tres camaradas del Partido Comunista, Stalin se instaló en un palco y se ocultó con una cortina para evitar la mirada de Shostakóvich. Director y orquesta supieron de esa fuerte y dominante presencia en el teatro Bolshoi, y entraron en pánico, todo saldría mal, los instrumentos de viento y de percusión sonaron más fuerte de lo que estaba escrito en la partitura, confundieron pianissimo con fortissimo.

Al día siguiente, el Pravda tituló ‘Bulla en vez de música’, se trataba de una ópera para los amanerados, con un libreto burdo, primitivo y vulgar, además una obra contrarrevolucionaria. En la Rusia de Stalin solo había dos clases de compositores: los que estaban vivos y asustados y los que estaban muertos, anota Julian Barnes a propósito del incidente en el Bolshoi.

Luego de las frustraciones el músico habría narrado, según el libro citado, algunas reflexiones:

  • 1) Lenin consideraba deprimente a la música.
  • 2) Stalin creía que comprendía y apreciaba la música.
  • 3) Kruschov despreciaba la música.

¿Qué es peor para un compositor?, pregunta que Shostakóvich no llega a responder.

Años más tarde, tras la muerte del dictador, Lady Macbeth de Mtsensk fue aprobada para que los rusos pudieran verla sin censura. Pravda comentó piadosamente que la obra había sido “injustamente desacreditada durante la época del culto a la personalidad”.

Poco antes de su reestreno, Dmitri Dmítrievich Shostakóvich había sido acogido en la sagrada iglesia del Partido Comunista. Uno de sus hijos, Maxim, narraría que solamente vio dos veces llorar a su padre: cuando murió Nina (su esposa) y cuando se afilió al partido.

Otro de los méritos que fueron evaluados para que los soviéticos aceptaran la música de Shostakóvich, fue el estreno de la Séptima sinfonía, que lleva el nombre de Leningrado, porque fue interpretada durante el asedio nazi a la ciudad, con altoparlantes para que los alemanes la escucharan en medio del bombardeo.

La mayoría de los músicos estaba en el frente de batalla y la orquesta muy disminuida, pero en esta ocasión la música derrotó a la guerra.

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