Miércoles, 01 de mayo de 2024
Dato y Relato

Se nos fue Robert Solow, un gigante de la economía

Fidel Jaramillo

Fidel Jaramillo

Ph.D. en Economía Universidad de Boston, secretario general del FLAR y docente de la UDLA. Ex gerente general del Banco Central y exministro de finanzas de Ecuador, y alto funcionario de CAF y BID.

Actualizada:

31 Dic 2023 - 5:59

El pasado 21 de diciembre falleció Robert Solow, premio Nobel de Economía 1987, profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) y uno de los gigantes del pensamiento económico de todos los tiempos.

Nació hace 99 años en Brooklyn, Nueva York, y pasó su infancia durante la Gran Depresión de los años 30, un durísimo período que marcó su vida y su vocación profesional como economista.

Gracias a una beca, ingresó a la Universidad de Harvard, pero en 1942 suspendió sus estudios y se alistó voluntariamente en el ejército norteamericano para pelear en la Segunda Guerra Mundial.

En varias entrevistas, Solow recuerda que no podía permanecer impávido en la universidad, como si nada pasara, mientras en Europa se estaba jugando el destino del mundo.

Estuvo tres años en el frente de batalla, junto a soldados norteamericanos de diversas razas y condiciones sociales, otro factor determinante en su formación y posiciones políticas.

Tras terminar su doctorado en Harvard, empezó en 1949 una larga carrera académica como profesor del MIT, en la ciudad de Cambridge. Junto con su gran amigo Paul Samuelson, premio Nobel de Economía 1970, llevó al departamento de Economía de dicha universidad a convertirse en uno de los tres mejores del mundo.

En 1956 y 1957, publicó dos estudios trascendentales, que son la base de la teoría moderna del crecimiento económico: A Contribution to the Theory of Economic Growth y Technical Change and the Aggregate Production Function. En conjunto, estos trabajos se conocen como el “Modelo de Solow”.

El mensaje central de Solow es que el crecimiento económico no puede explicarse únicamente por la acumulación de factores de producción como el trabajo y el capital, sino fundamentalmente por el incremento en la productividad dado por el progreso tecnológico.

De manera empírica, determinó que había una parte significativa del crecimiento que no podía ser explicado por el aumento en la cantidad de trabajo o capital incorporados en la producción. Dicho componente se conoce como el “residuo de Solow” y refleja la productividad en el uso de dichos factores.

En consecuencia, para acelerar el crecimiento económico en el largo plazo, la clave es concentrar los esfuerzos de la sociedad en mejorar la productividad. No lo dijo solo con palabras, sino con una contundente argumentación científica, que le valió el premio Nobel.

Más de seis décadas después de su formulación original, el modelo de Solow sigue siendo la base para estimar funciones de producción y de productividad. Pese a que su teoría ha estado expuesta a críticas y controversias, su aporte es incuestionable y va más allá del crecimiento económico, en especial en el área de mercados laborales y desempleo.

Además de su rol como investigador económico, a Solow se lo recordará como un gran maestro. Entre sus más distinguidos alumnos, constan cuatro premios Nobel: Joseph Stiglitz (2001), George Akerlof (2001), Peter Diamond (2010) y William Nordhaus (2018).

Cientos de estudiantes pasaron por sus aulas, entre ellos varios latinoamericanos, que han tenido roles protagónicos en sus países.

En Chile, por ejemplo, luego de la generación de los Chicago Boys durante la dictadura de Pinochet, vinieron los MIT Boys, discípulos de Solow, como Vittorio Corbo y José de Gregorio, expresidentes del Banco Central, entre otros.

Pedro Aspe, exsecretario de Hacienda y responsable de las reformas económicas de los años 90 en México, e Ilan Goldfajn, ex presidente del Banco Central de Brasil y actual presidente del BID, también se formaron en el MIT, bajo el paraguas de Solow y otros grandes docentes, como Rudiger Dornbush.

Tuve el privilegio de conocer a Robert Solow en 1987, cuando empezaba mi doctorado en la Universidad de Boston, a pocas cuadras del MIT. Le habían otorgado el premio Nobel semanas antes. Decidí llamarle y pedirle una entrevista para el entonces Diario HOY de Ecuador, donde yo había trabajado como analista económico.

Aceptó de inmediato y fuimos a visitarle con mi esposa María del Carmen Araujo, que también estudiaba economía en Boston. Para dos estudiantes ecuatorianos de 25 años, reunirse con un premio Nobel y leyenda de la economía como Solow, representaba una emoción indescriptible.

Nos recibió en su oficina, con una enorme sonrisa y gran calidez humana, que contrastaban con el frío invierno bostoniano. Nos sorprendió su sencillez y sentido del humor. Conversamos durante más de dos horas de diferentes temas académicos, políticos y personales.

Además de escuchar en su propia voz sobre su modelo, hablamos de su legendaria controversia académica entre las escuelas de Cambridge (Inglaterra) versus Cambridge (Estados Unidos).

En la primera estaban economistas como Joan Robinson y Piero Sraffa, poskeynesianos, heterodoxos y de izquierda. En la segunda escuela estaban Solow y Samuelson, de la llamada síntesis neoclásica-keynesiana, y del centro político. El debate tenía un altísimo nivel intelectual y giraba alrededor del concepto y rol del capital. Escucharlo de uno de sus protagonistas fue apasionante.

Del otro lado del espectro ideológico, también abordamos sus controversias con Milton Friedman y las políticas neoliberales de Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos en ese entonces. Fue muy crítico con dicha tendencia y su posición ideológica se mantuvo honesta y consistente a lo largo de los años.

En 2013, por ejemplo, afirmó que “los 'Milton Friedmans' son malos para la economía y la sociedad. Los debates estériles con economistas extremistas (casi) talentosos desperdician mucho tiempo que podría haberse utilizado de manera más constructiva”.

La entrevista que tuve con Solow en 1987 me impactó fuertemente en mi formación profesional, y en la definición de prioridades de políticas públicas y el rol de la academia. A finales de ese año, publiqué una página completa en el Diario HOY, que resume esta intensa conversación. Desde entonces, seguí de cerca la trayectoria de Solow y sus intervenciones públicas sobre temas de actualidad económica.

Hasta el final de sus días, estuvo lúcido y vigente. Una de las más recientes y mejores entrevistas fue con el profesor de economía de la Universidad de Chicago y coautor de Freakonomics, Steve Levitt: “98 Años de Sabiduría Económica”. El podcast no tiene pierde.

Además de su integridad profesional y humana, me impresionaron sus preocupaciones, en vísperas del ocaso de su vida. Solow, que hizo y lo vio todo, se fue con la angustia de ser testigo de un sistema económico que ha generado profundas desigualdades económicas y sociales.

Entre los años 50 y 60 del siglo pasado, Estados Unidos vivió un período de crecimiento sostenido e incrementos de productividad. Los beneficios fueron distribuidos de manera más o menos equitativa y ayudaron a construir una sociedad próspera y una amplia clase media.

Sin embargo, a partir de los años 80, en especial en las últimas décadas, con la desregulación y el boom de las empresas tecnológicas y financieras, la concentración del ingreso ha empeorado. Para Solow, el aumento de la desigualdad es económica y moralmente inaceptable.

Se fue con ese sinsabor, pero nos dejó una enorme lección y tarea pendiente.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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