Miércoles, 24 de abril de 2024
Una Habitación Propia

Tú no eres como las demás

Maria Fernanda Ampuero

Maria Fernanda Ampuero

María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.

Actualizada:

24 Sep 2020 - 19:00

Cuando yo tenía dieciocho años recién cumplidos, un profesor de la universidad, que entonces tenía treinta y siete, empezó a coquetearme. Yo nunca había tenido novio, ni citas, ni besos, ni pretendientes, así que aquello, recibir las atenciones del escritor y maestro, fue como tocar el cielo con las manos: 

De todas yo soy la elegida.  

Mi educación sentimental la había recibido de las comedias románticas y de los cuentos de hadas, así que imaginaba que él había visto ese algo en mí que ningún otro hombre había valorado: mi luz, mi alma, capacidad de amar, mis ansias de ser aceptada. En ningún momento pensé, pajarito ingenuo, que lo que había entre mis piernas era lo único que lo atraía. 

Yo era especial, él me lo dijo: 

Tú no eres como las demás

El enamoramiento por mi profesor, por supuesto, terminó con una experiencia sexual para la que yo no estaba preparada. No la busqué, no la quería.

Aún recuerdo esa tarde con una mezcla de miedo, sordidez y repugnancia. Él me estrenó en la sexualidad con la sutileza de un animal. Nada que ver con las velas, los besos y la música romántica que yo esperaba, que la adolescente que yo era merecía. 

No voy a llamarlo violación porque aún pienso que la violación implica violencia física y no que uno de los sujetos, el más débil, se deje hacer con resignación y tristeza. Yo era virgen y él era un hombre mayor que, además, ejercía un poder jerárquico sobre mí. 

Tal vez sí debería llamarlo violación. 

No fui la única de mi promoción que se vio arrastrada a relaciones con hombres mayores que eran nuestros maestros, pero son mis compañeras las que, si un día quieren, hablarán de ello. 

Lo que sí digo es que con esa camada de jovencitas estudiantes de literatura muchos profesores y escritores mayores se cebaron. 

Éramos inocentes, pero estábamos rabiosas por vivir. Queríamos ser personajes de novela: valientes, aventureras, amadas y ellos lo percibieron como el lobo percibe el tierno olor del ternero. 

Nadie nos dijo: niñas, tengan cuidado.  

Esta semana la escritora puertorriqueña Ana Teresa Toro publicó en The New York Times una columna que tituló No te acuestes con bibliografías, en ella explica que ese título se lo dio, a modo de consejo, una amiga mayor cuando ella era jovencita. 

“Muy a menudo el intercambio de poder ocurre así: de un lado, una joven descubre su sexualidad probando el poder que le confiere su cuerpo y practicando lo que la cultura patriarcal le ha adoctrinado a creer en torno a lo que ella vale en la sociedad. Del otro, un hombre que sabe que sin su obra no tendría el éxito que tiene en la cama. Entonces, hay muchos autores que a sabiendas de las vulnerabilidades de algunas mujeres —ignorancia, inmadurez, falta de experiencia— y de una dinámica de poder claramente establecida a su favor en virtud de su autoridad y prestigio —su bibliografía— se aprovechan de personas que llegamos a admirarles sinceramente. Y así muchas mujeres han sido abusadas y violentadas de la forma más despreciable”.  

Toro reflexiona sobre estas dinámicas a partir de los señalamientos de abuso sexual de varias jóvenes periodistas al prestigioso cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos, quien, según las denunciantes, aprovechó la fascinación que ellas sentían por su obra para acosarlas. 

Según el testimonio de las estudiantes, Salcedo las tocó y las besó a la fuerza cuando ellas estaban haciéndole alguna entrevista o algún trabajo en prácticas.

La respuesta de Salcedo Ramos fue que se trata de calumnias y que todo contacto con las chicas fue consensuado, pero, como dice Ana Teresa Toro, la voz de las mujeres, que hasta hace poco era menos que un susurro, por fin se está haciendo escuchar y se está valorando. 

Pienso en qué hubiese pasado si en aquella época yo denunciaba a mi profesor. ¿Me habrían creído o hubiesen dicho que yo le estuve haciendo ojitos desde el primer día de clases? 

Claro que una les hace ojos: ellos son dioses para nosotras, ellos son famosos, publican libros, escriben versos románticos que nosotras nos aprendemos de memoria. Bebemos sus palabras como si fueran néctar. Ellos lo ven y lo aprovechan. 

En ese terreno de desigualdad absoluta es donde crece el árbol del abuso. 

"Creo en la presunción de inocencia y el llamado a un juicio justo para el acusado es fundamental", dice Ana Teresa Toro, "pero en casos como este, me parece muy importante creerles primero a las mujeres que se atreven a denunciar a sus agresores. Un secreto a voces, suele decir la gente acerca de las denuncias que empiezan a salir en todas partes del mundo. Pues no. Un secreto a voces no es un secreto, es una verdad que elegimos ignorar".    

Secreto a voces. 

Yo sé que todo el mundo en la Escuela de Literatura sabía lo que estaba pasando y sé también que lo mío con ese profesor no fue la primera ni la última de sus transgresiones a las normas de la universidad, del respeto, de los derechos humanos y de la decencia. 

Sé que mientras escribo esto un hombre con poder, cualquier poder, está haciendo sentir a una jovencita como alguien especial, como alguien único, nada más para llevársela a la cama. Eso sucedió hace veinte años y sigue sucediendo ahora. 

¿Cómo lo paramos? Hablando. Ya es hora de que todas empecemos a hablar. 

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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