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El uso ofensivo de la música en la publicidad, según Barenboim

Fernando Larenas

Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.

Actualizada:

29 jul 2023 - 05:57

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En un artículo anterior vimos la posición política del director de orquesta y pianista Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) reflejadas en un libro; en otros capítulos el músico aborda un tema que obliga a la reflexión: el uso ofensivo de la música en la publicidad.

Y no solo en la publicidad, también en la música ambiental de algunos edificios, empresas, en los aeropuertos, incluso en los ascensores.

Barenboim enfrenta estas materias en su más reciente libro publicado por Editorial Acantilado, 2023, que se titula 'La música despierta el tiempo'.

Lo hace en un capítulo en el que desarrolla un neologismo conocido en el ambiente musical como muzak, que quiere decir música ambiental, como la que se introdujo en los ascensores en la primera mitad del siglo XX, cuando eran muy lentos.

Es un sustantivo que acorta dos palabras: música y Kodak, simplemente porque al que se le ocurrió la idea consideró que era un nombre impactante.

Con el tiempo esa música pasó a los teléfonos en espera, a los consultorios dentales y a todo lugar donde se supone que tanto esperar genera tensiones y, como se sabe, nada es más relajante que la música.

Como muchas cosas, la palabra de marras se le ocurrió a los estadounidenses y muzak no significa más que oír música sin escucharla, a criterio de Daniel Barenboim.

Y se pregunta ¿es razonable esperar que alguien escuche el ‘Concierto para violín’ de Brahms en el ascensor y que después lo interprete o lo escuche en la sala de conciertos?

Este abuso de la música no hará que nadie se convierta en un partidario de la música clásica, se responde el director.

Es imposible, dice, que la muzak ofrezca una experiencia plena de la música, pues “la música exige silencio y una concentración absoluta por parte del oyente”, explica.

En Estados Unidos hay fijación con el marketing descriptivo que “a menudo no solo reduce sin ambages la música a un sonido de fondo, sino que además crea falsas asociaciones”.

A modo de ejemplo señala que la ‘Sinfonía 5’ de Beethoven “no tenía la intención de hacernos pensar en chocolatinas, como querría que creyéramos un fabricante estadounidense de chocolate”.

El uso ofensivo en un anuncio publicitario comenta que lo constató mientras miraba la televisión en Chicago.

En la publicidad se veía a un fontanero (plomero) de la empresa American Standard que acudía a reparar un baño. Para demostrar la superioridad del retrete de esa marca, todas las imágenes estaban acompañadas por el 'Lacrimosa', uno de los fragmentos del conocido Réquiem en re menor, K. 626, de Wolfang Amadeus Mozart.

Esta fue la defensa de la empresa en un comunicado: “Gracias por contactar con American Standard y exponer sus reparos a la música de fondo del actual anuncio televisivo de nuestro magnífico inodoro (…) cuando elegimos el Réquiem de Mozart desconocíamos su significado religioso (…) hemos decidido cambiarla por un pasaje de la obertura Tannhäuser, de Wagner, que, según los expertos musicales a los que hemos consultado, no tiene relevancia religiosa”.

Para el fabricante de retretes, replica Barenboim, era inconcebible que los espectadores se ofendieran por un motivo que no fuese la blasfemia.

La idea de que la auténtica blasfemia podría consistir en el abuso de una obra de arte musical “tal vez nunca llegara a ocurrírsele al encargado de atención al cliente de la compañía, que prefirió atribuir la ofensa a las asociaciones religiosas de los espectadores”, remata el músico.

“Utilizar fragmentos de grandes obras musicales para impregnar la cultura popular (o más bien su inexistencia) no es la solución a la crisis que padece la música clásica”, responde Barenboim.

Y concluye que acceder a la buena música no se consigue con el “populismo”, sino con mayor interés, una mayor curiosidad y un mayor conocimiento.

Aunque sea un minúsculo fragmento del réquiem mozartiano, el uso de la música creada por el genio de Salzburgo en un anuncio televisivo es de mal gusto.

Algunos lectores tal vez recuerden que en los años setenta y ochenta del siglo XX una marca de gelatina usaba reiteradamente algunos acordes de la sinfonía 40, además de la Danza turca y la Pequeña serenata nocturna del mismo Mozart.

Algunas bagatelas de grandes compositores inundaban los espacios publicitarios de nuestra televisión hasta el cansancio; por suerte corrigieron.

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