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De la Vida Real

Del río y fogata, a disparos y silencios

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

14 ago 2023 - 05:58

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Como mis hijos, este año no entraron al campamento vacacional, estaban locos por ir a acampar, pero mi marido tenía que trabajar, y entre semana era difícil que alguien me aceptara ir a dormir en carpa. Me acordé de que mi primo está de vacaciones y sus hijas se llevan excelente con mis hijos. Le llamé, le propuse la idea y nos fuimos a Mindo.

Mi primo, como buen líder de la manada, en menos de 45 minutos armó la carpa y nos hizo el cronograma. Para mí, es un alivio que alguien más tome el mando de las decisiones.

Fuimos a almorzar al pueblo, luego hicimos la tarabita y nos metimos al río. Asamos salchichas y mashmelos en la fogata. También cocinamos fideos con queso crema y atún. Gastronomía de alto nivel.

Decidieron jugar "40", juego que nunca aprendí. No logro entender eso de "2 por guapo", "toma por shunsho". No entiendo nada de lo que dicen ni hacen, y eso que me han explicado miles de veces. El Rodri, (mi hijo de 9 años) que tampoco sabe jugar, me pidió que le ayudara. Perdimos por guapos y nos fuimos a dormir. Admirablemente, dormí delicioso. Me levanté temprano a hacer el desayuno mientras los demás ordenaban las cosas.

Mindo es un parque de diversiones a lo salvaje, es increíble. Hay actividades para todas las edades y gustos. Está muy estructurado. Se puede hacer infinidades de cosas. Desde conocer y aprender a hacer chocolate hasta ser testigos cómo nacen las mariposas.

Y hay actividades lentas como ir en el teleférico, o unas con más adrenalina, que fue la que escogieron los chicos esta vez. Nos fuimos río abajo en tubos de llantas de camiones. Fue la mejor experiencia de mi vida. Además, fue hermoso poder compartir estas cosas con mis hijos. Ya están más grandes, y aunque hay ratos que me enervan, aprendí a disfrutar estos momentos de alta tensión con ellos porque descubrí que son más compañía que responsabilidad. Gozamos.

Mis sobrinas querían ir a volar por unos cables, pero ya no nos alcanzó el tiempo, así que hicimos la promesa de regresar en septiembre. Mientras manejaba, pensaba qué linda familia tengo. Qué suerte haber nacido en un país tan diverso, con gente tan maravillosa. Porque de verdad que los guías, el dueño del hotel y todos se portaron tan alhajas con nosotros. Un rato nos perdimos y un taxista paró su carro para ayudarnos y nos guio. 

Estaba realmente agradecida con la vida. Por el retrovisor veía a mis hijos dormidos, muy tranquilos. Me sentía afortunada. Llegamos a la casa de mi primo, nos despedimos con la promesa de vernos en un mes.

A las 17:00 llegamos a mi casa y el Wilson, mi marido, nos esperaba. Mis hijos le contaron las cosas que hicimos con todos los detalles. Estaban felices. Una hora más tarde nos enteramos de la fatal noticia del asesinato de Fernando Villavicencio. No podía creer. Esa paz que sentí tan profunda en el camino ahora se veía envuelta en una turbulencia de violencia, incertidumbre y desorientación.

¿Qué país es este? ¿Dónde vivimos? ¿Hacia dónde vamos? Me sentí perdida.

Prendimos la televisión mientras buscábamos más información sobre algo que parecía ser un rumor. Mi mente estaba en el río, bajando por esas aguas agitadas, esquivando las piedras y gozando con mis guaguas. Estaba en shock. Mis hijos de pronto se convirtieron en una máquina generadora de preguntas. ¿Cómo es posible que a un candidato presidencial lo maten? ¿Cómo pueden matar a alguien? No es un accidente, es un asesinato. ¿Cómo lo mataron? ¿Y los policías dónde estaban?

Sentí por primera vez una turbulencia en el alma, una contradicción por ser ecuatoriana.

¿Podré volver a dormir con tranquilidad, sabiendo que se ha perdido todo el respeto por el otro? Ahora con un disparo te silencian, te callan, te apagan.

¿En qué país nos hemos convertido? Fernando Villavicencio es a lo más alto que han podido llegar los mafiosos o los políticos corruptos. Quisieron silenciarlo y no calcularon el ruido social que provocaron al callarlo. Un ruido que se oye hasta en otros continentes, un ruido que grita justicia que el país no le puede dar. Un grito que avisa que aquí están pasando cosas feas. 

En una semana estaremos en las urnas votando, sin ninguna ilusión, sin esperanza, con miedo e incertidumbre ¿Qué más puede pasar? ¿Qué más nos puede pasar?

Y en un mes estaré armando el campamento otra vez, con mi familia, pero estoy segura de que esa paz que sentí no la volveré a tener nunca más. Con Fernando Villavicencio se llevaron esa gota de esperanza que había para Ecuador. 

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