Viernes, 19 de abril de 2024
Firmas

La piel y el voto

Rafael Lugo Naranjo

Rafael Lugo Naranjo

Abogado y escritor. Ha publicado varios libros, entre ellos Abraza la Oscuridad, la novela corta Veinte (Alfaguara), AL DENTE, una selección de artículos. La novela 7, además de la selección de artículos Las 50 sombras del Buey y la novela 207.

Actualizada:

3 Oct 2020 - 19:00

La sensación de escribir para quien no necesita leerte es terrible. Decirle a otros lo que “necesitan”, lo que deberían considerar al momento de votar es un acto demasiado soberbio, para mi escala. Decirle a otros que el largo plazo “es mejor” que el corto plazo, puede ser un acto de absoluta ignorancia sobre las realidades ajenas. 

¿Servirá de algo tener todos los derechos reproductivos que merecen, pero pidiendo limosna en otro país? ¿Puedo hablar de derechos reproductivos cuando nunca han sido mi problema desde el principio de mis tiempos? 

¿Puedo escribir sobre derechos de minorías, cuando los he tenido todos desde que nací por la heterosexualidad con la que nací? ¿A quién le debería importar la escala de valores con la cual voy a resignarme a elegir un candidato, si no comparte mi escala de urgencias?

Resignarse a votar por un candidato es un asunto potente, casi devastador, pero solo a nivel individual, pues uno se resigna a su imagen y semejanza nomás.

A mi edad el voto nulo ha dejado de ser una opción. Ni mis rodillas aguantan los saltos al vacío, ni conservo ya la ilusión en la opción que no existe. 

García Márquez escribió que la única diferencia entre conservadores y liberales es la hora en que van a misa, y siguiendo esta línea de categorización, ¿hace falta mencionar que entre los políticos usualmente nos tocará escoger entre los que nos roban bastante y los que nos saquean hasta quebrarnos?

Para muchos, volver al Sucre puede ser la solución, recuperar la soberana imprenta de billetes, inundarnos de liquidez por unos pocos años hasta convertirnos en Venezuela.

¿Vale la pena mencionar que cuando Chávez llegó al poder el dólar en Venezuela costaba 576 bolívares y hoy –con toda esa  soberanía monetaria que están extrañando algunos por acá- un dólar equivale a 44.000.000.000.000 bolívares?  

¿No nos va a pasar a nosotros? ¿Por qué no? Y si esos pocos años de burbuja antes de que la hiperinflación nos saque caminando hacia Perú, son los únicos a los que alguien puede aspirar, ¿hay razón o derecho para reclamarle?

¿Qué es corto plazo?¿Largo o mediano plazo? Mi largo plazo son mis hijos. El país que les espera ya no tiene espacios dónde jugar limpio. Yo todavía tuve cómo escoger.

En mis tiempos un narco era un famoso personaje que vivía en la Shyris, seducía pendejas arribistas y a veces estaba en la misma discoteca que tú. Hoy el narco es cualquiera. Pero esto no tiene por qué importarle a nadie más que a mí. 

¿Qué puedes aportar a las personas que saben muy bien lo que quieren, pero no tienen lo mínimo necesario? ¿Tiene algún sentido recalcar hasta el cansancio que no se puede hablar de libertad mientras no se tenga iguales oportunidades?

¿Qué hacemos con el grupo que cree que para que haya igualdad de oportunidades hay que eliminar las libertades de todos? Para mí son igual de cretinos que aquellos que creen que todos nacemos en la misma línea de partida, y que el pobre es pobre porque que quiere. 

Se requiere acopiar la misma cantidad de toneladas de cinismo, como de inocencia, para no volverse loco en este país. Cobijarse con la deshilachada bandera tricolor ya no se puede. Solo queda la piel –no hablo de la tonalidad, no queda más que aclarar-. 

Y no se le puede decir a nadie -sin subirse al púlpito- “debes usar mi piel”.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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