Viernes, 29 de marzo de 2024
Firmas

¿Quieren paz? Sean liberales

Rafael Lugo Naranjo

Rafael Lugo Naranjo

Abogado y escritor. Ha publicado varios libros, entre ellos Abraza la Oscuridad, la novela corta Veinte (Alfaguara), AL DENTE, una selección de artículos. La novela 7, además de la selección de artículos Las 50 sombras del Buey y la novela 207.

Actualizada:

25 Oct 2019 - 19:58

El fin del liberalismo es proteger la libertad. Y en vista de que el concepto o definición de libertad ha sido algo tan amplio y cambiante, el liberalismo ha ido haciendo lo propio.

Esta es la gran belleza del liberalismo. No es una ideología. No actúa como tal. No es un credo con ideas y dioses inmutables. Es, como mucho, una doctrina cuya principal característica es ser un río donde no te puedes bañar dos veces.

Solo por esto, el liberalismo ya es un medio para alcanzar la paz, pues es difícil resentirse con aquel que te propone defender tu propia libertad.

Al inicio el liberalismo aparece ya en la Edad Media como una respuesta a la acumulación del poder de los gobernantes. Será cuestión de tiempo para que alguien se diera cuenta que la acumulación de poder es la causa directa de la acumulación de riqueza. Y la consecuencia de estas dos acumulaciones es la desigualdad.

Entender que la acumulación de poder es lo que produce desigualdad es la forma de comprender la causa por la cual el socialismo ha fracasado siempre: su fin es acumular el poder (se supone que para luego repartirlo todo, pero esa utopía no se ha visto ni en libros de ficción).

Con el tiempo, la burguesía se hizo fuerte, y acumuló demasiado poder y riqueza en el siglo IX. Pero recordemos que antes ese problema fue causado por el poder estatal.

Es decir, insistir en acumular el poder, olvidándonos que el ser humano es codicioso y mucho más egoísta de lo que el mismo Hobbes creía, será siempre un error de principiantes. Por estas épocas aparece, entre otros John Stuart Mill y ajusta las tuercas del liberalismo pues la libertad de muchos empezó a ser amenazada, de una manera, hasta ese entonces inédita.

Reacciones como la de J.S. Mill son las que me hacen defender el liberalismo como un medio para alcanzar la paz. Pues siempre mantuvo presente que el fin último y primordial del liberalismo es defender la libertad individual, en lugar de convertirse en una moral religiosa intocable o un credo ideológico elevado a condición de divino.

Aunque el liberalismo clásico de Adam Smith haya sido superado, siempre deberíamos mantener a flote su ideal de empatía, de ponerse en los zapatos del otro, como lo analizó en su Teoría de los sentimientos morales.

En una película en la que actúa de Presidente de los EEUU, Harrison Ford dice: “La paz verdadera no es la ausencia de conflicto, sino la presencia de justicia”. No se de quién es originalmente esa frase, acaso del guionista, pero creo que tiene toda la razón.

Y la justicia no se alcanzará jamás si no llegamos a entender que quien tiene menos riqueza, tiene menos libertad. Y quien tiene menos libertad no puede sentir que vive en paz.

Tampoco se puede alcanzar la paz si creemos con fe ciega que las leyes del mercado son las únicas que nos salvarán de la desgracia. Por favor que no se entienda que estoy en su contra, solo digo que no es lo único que debe tomarse en cuenta.

Si bien, la pobreza ha ido disminuyendo en la historia del ser humano gracias a las leyes del mercado (y su alterabilidad), han funcionado para disminuir la pobreza cuando han actuado junto a reglas que protegen a los más débiles.

Otra conducta que sirve para vivir en paz, y que es promovida por el liberalismo, es respetar propiedad privada, así como la vida privada de la gente.

Dejemos a las personas ser lo que quieran ser mientras no ataquen algo más que no sean nuestros gustos y morales de cada quien. “Ocúpate de tu propio culo, metiche sin oficio”, es un valioso postulado liberal.

Para ir cerrando, el neoliberalismo no existe, en el mejor de los casos es un liberal anticuado tratando de encajar en la actualidad, lo cual le convierte en un conservador. No es más que un aullido de jenízaro que sirve para gritar junto a “burbuja” e “imperialismo”.

Y el libertario es un buen hombre, que piensa que la avaricia y el desbocado amor que sentimos por nosotros mismos no existe, y que además todos milagrosamente partiremos desde el mismo lugar en el arranque de las oportunidades.

El mundo cambia, la civilización cambia, los enemigos no han sido siempre los mismos, las virtudes tampoco. El liberalismo se adapta para mantener a flote la lucha por la igualdad y el respeto por el otro. Y nadie se pelea demasiado por ser “el verdadero” liberal. Eso ya es bastante.

Que haya paz, seamos liberales.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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