Viernes, 26 de abril de 2024
Efecto Mariposa

El sector rural y las mujeres invisibles

Yasmín Salazar Méndez

Yasmín Salazar Méndez

Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.

Actualizada:

10 Mar 2022 - 19:00

Para demostrar las brechas de género, es común contrastar los privilegios de los hombres con las desventajas de las mujeres. Sin embargo, en algunos casos, simplemente no hay cómo decir que los hombres tienen buenas condiciones. Por ejemplo, en el área rural, las cifras no sugieren la existencia de hombres privilegiados, aunque sus condiciones sean mejores que las de las mujeres. 

A pesar de que, en general, los habitantes del área rural no estén bien, en esta columna me referiré a las 764.000 mujeres que trabajan en el campo. Hablaré de las agricultoras, ganaderas y emprendedoras del campo, de las menos visibles, de quienes garantizan que, en nuestra mesa, haya alimentos frescos.

Hay tanto que decir de estas mujeres, pero el espacio es limitado, así que me centraré en el nivel de escolaridad de las responsables de la producción en el campo. Los datos que presento en esta columna son tomados de la Encuesta de Superficie y Producción Agropecuaria Continua (ESPAC) publicada en 2021 por el INEC. 

Según los datos de la ESPAC, aproximadamente 2.833.000 personas que trabajan en el campo. De ellas, el 27% son mujeres y el 73% son hombres. 

Como dije anteriormente, en el campo no hay privilegios. En términos educativos, la gran mayoría de las personas productoras apenas terminó la primaria; y eso sucede con los hombres y las mujeres.

En contraste, quienes alcanzaron un título universitario son minoría, solo el 8% de las mujeres productoras y el 14% de los hombres tienen estudios superiores. En cuanto a posgrados, el porcentaje es aún más bajo: 1% para ambos sexos. 

Por rangos de edad, en el grupo de las mujeres que tienen entre 21 y 40 años, el 19% cursó la primaria, el 32 % la secundaria y el 6% nunca fue a la escuela.

Por último, el mayor porcentaje de mujeres que no asistió a un centro educativo está en el grupo que tiene entre 61 y 80 años, y representan el 50%. En ese mismo rango de edad, el 30% tiene solo la primaria.

Hay diversos análisis que evidencian que el nivel económico está determinado por la escolaridad.

En el área rural no hay diferencia, pues al analizar la tenencia de la tierra, se observa que los propietarios de las mayores extensiones de terreno tienen nivel de instrucción superior y estudios de posgrado, mientras que las personas con los niveles de instrucción más bajos son las propietarias de los terrenos de menor superficie.

Al desagregar por sexo quienes son los propietarios de los terrenos más grandes, se observa que las mujeres poseen las menores extensiones de tierra y, a medida que aumenta la superficie del terreno, el porcentaje de mujeres propietarias disminuye.

En los terrenos con una extensión de entre una y cinco hectáreas, los propietarios hombres son el 55%, mientras que las mujeres son el 45%. En el caso de quienes tienen terrenos con extensiones de más de 1.000 hectáreas, solo el 21% son mujeres y el 79% son hombres. 

Con respecto a la conectividad, el 35% de las personas productoras tiene Internet. Analizando por sexo, apenas el 33% de las mujeres tiene acceso, mientras que en los hombres este porcentaje se ubica en 36%. 

Por último, el 27% de las trabajadoras del sector agropecuario tiene un computador, en los hombres lo tiene un 28%. 

Con esos porcentajes de conectividad y acceso a computadores de los adultos, se entiende la compleja situación de los niños y adolescentes del sector rural, quienes no pudieron acceder a la educación virtual durante la pandemia, y también se puede pronosticar que las cifras del nivel de escolaridad de los habitantes de la zona rural no cambiarán, y hasta pueden empeorar.

Acabaron las cifras, no hace falta presentar más números para evidenciar que las mujeres campesinas han sido olvidadas por los gobiernos, y por todos. No se puede culpar de esto a ningún gobierno en específico, todos son responsables. 

En parte, esa inacción se justificaba con la falsa creencia de que la educación en el área rural no era muy importante, que solo los que habitamos en la zona urbana debemos acceder a los centros educativos de calidad. Sin embargo, la educación es importante, en las áreas urbana y rural, por las siguientes razones:  

La educación de calidad nos ayuda a desarrollar nuestra capacidad crítica y analítica, y nos permite que identifiquemos nuestras necesidades; nos ayuda a conocer nuestros derechos y a exigir su cumplimiento. También nos permite conocer nuestros deberes.

La educación es un arma para reducir la pobreza, contribuye a mejorar la salud de las personas y, en general, su calidad de vida. Como dato adicional, en el área rural se presentan las mayores tasas de pobreza y pobreza extrema.

El crecimiento económico de un país depende del nivel de preparación de sus habitantes. En el campo, la educación de calidad puede contribuir al aumento y al mejoramiento de la fuerza laboral y la productividad; y eso va de la mano con la reducción de la pobreza.

Finalmente, la educación abre oportunidades y nos hace libres. Las mujeres, sin importar si habitan en las zonas urbana o rural, deben tener la oportunidad de decidir qué quieren hacer con sus vidas, si desean trabajar la tierra, o quieren convertirse en médicas, abogadas, profesoras, bailarinas, políticas, comerciantes, músicas, artistas, matemáticas, o lo que sea.

Al permanecer aisladas de las oportunidades, de la información, de la tecnología y del conocimiento, las opciones de escoger en libertad son nulas.

Aunque las probabilidades de que las trabajadoras del sector agropecuario lean esta columna son bajas, pues no tienen Internet y algunas no saben leer, quise hablar de ellas con la esperanza de que los gobernantes, que sí lean esto, se acuerden de su existencia y las tengan en la lista de prioridades del país. 

Las mujeres productoras del área rural también deben ser beneficiarias de las políticas orientadas a disminuir las brechas de género. No las olvidemos. Ellas también son mujeres. 

Y, de paso, toda la población rural necesita, y debe, recibir educación de calidad.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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