En sus Marcas Listos Fuego
Vivir abajo y Minimosca: la demencial cordura de la antinovela

PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Hoy quiero hablarles de los abismos de la locura y de los precipicios de estos desequilibrios, porque desde hace varios años sigo al loco de Gustavo Faverón o, quizá, él está demasiado cuerdo y cada vez hace de mí un ser más perdido en su propia locura.
Si a usted le gusta leer, créame, aún no ha empezado. Empieza cuando Faverón se cruza por su camino. Es que hay autores a los que se lee; luego, está Gustavo Faverón, a quien no se lo lee, se lo experimenta.
Leer 'Vivir abajo' o 'Minimosca' no es transitar por páginas, sino ingresar, desprevenido, en un laberinto donde cada pasillo conduce a otro más oscuro, más profundo, más brutal.
Sus novelas son arquitecturas imposibles, levantadas con la precisión de un relojero y la furia de un poeta maldito. Sus novelas no pueden ser únicamente leídas, sino releídas, estudiadas constantemente, mientras las lees y mientras no puedes olvidarlas.
Faverón no escribe tramas; construye universos paralelos donde la cordura es un espejismo y la locura el único territorio por el que transitamos. Sus personajes no son marionetas de la narrativa; son encarnaciones vivas de las obsesiones, de la culpa, de la memoria que se pudre, pero no muere. Son ese olor purulento de la memoria.
Cuando lees a Faverón te preguntas: ¿Estará bien este hombre? ¿Necesitará ayuda psiquiátrica? ¿Cómo alguien, que no se haya perdido en la demencia, puede escribir antinovelas de este fuste? Luego, cuando cierras sus libros, te das cuenta de que Faverón es el sensato, mientras tú, lector, eras incapaz de ver tu propia locura.
En 'Vivir abajo', la historia se pliega y despliega como un origami macabro, donde la violencia política, la literatura y el desvarío sensorial dialogan en susurros que, de pronto, estallan en alaridos.
George Bennett, el protagonista, es un cineasta norteamericano cuya vida lo lleva por casi todo el continente. Al inicio de la novela lo encontramos en Lima, en los años noventa, llevando a cabo, con sangre fría, una cruenta venganza: secuestra, tortura e incinera a un viejo enemigo, aunque para ello tiene que enamorar a la hija de su víctima.
Después, las acciones se trasladan a Estados Unidos, a la formación de George en el seno de una extraña familia, con un padre que ha sido militar y torturador, y que guarda sumamente vivos los recuerdos de su participación en diversos conflictos en otros países como nazi falsamente jubilado.
Luego George seguirá las huellas de su padre en el Paraguay de Stroessner, en el Chile de Pinochet y la Argentina de Videla, entre otros múltiples lugares donde en las catacumbas aún se escuchan los gritos de sus víctimas.
En un momento crucial, George reflexiona: “Yo he venido a Asunción a conocer a mi padre, pero en el fondo he venido porque creo que él está dentro de mí, que yo soy como él. Descubrir las cosas que hizo es como descubrir las cosas que yo soy capaz de hacer”. ¿O es que acaso todos, mientras buscamos nuestra propia identidad, no somos más que emuladores ciegos de nuestros padres?
Y luego está 'Minimosca', esa joya envenenada que acabo de terminar, que redefine la novela del encierro. Un internado que es todos los internados; un universo cerrado que refleja la podredumbre del mundo exterior.
Mientras más la leía no entendía por qué seguía leyendo, existiendo tantas obras felices, llenas de luz, esperando en mi estantería. Cuando cerraba el libro no comprendía porqué querría ir hacia esa luz sucia e insensata, cuando 'Minimosca' me estaba por fin enseñando a dilatar las pupilas para ver en la oscuridad limpia.
Faverón toma la infancia, ese territorio sagrado de la inocencia, y la sumerge en las aguas turbias de la perversión, de la manipulación, de las estructuras de poder más sutiles y crueles.
El título de la novela alude a uno de sus personajes: el poeta y boxeador peruano Arturo Valladares, sobreviviente de una masacre e hijo de un individuo que “se hizo delincuente por necesidad, pero después comenzó a matar sin necesidad”. Esta cita, procedente de un manuscrito encontrado en un tacho de basura en Utah, encapsula la transformación de la necesidad en perversión, un tema recurrente en la obra.
En otro pasaje emblemático, Mónica Buchenwald, descendiente de César Vallejo, célebre poeta peruano, disipa los límites entre su propia conciencia y la del poeta, de los traumas heredados, de la imposibilidad de ser libres de nuestras herencias.
En 'Minimosca' viajas por un Estados Unidos desértico de artistas enajenados, por aquel México de un Rulfo inventado, por una Guatemala de esclavitud, por un Ecuador de mendigos con multi-personalidades, por un Perú literario y pugilista, por una Bolivia manchada de la sangre del Ché.
¿Qué hace a Faverón imprescindible? Su maestría en manejar la complejidad sin caer en el artificio. Cada línea está cargada de sentido (aunque al principio sea imposible notarlo); cada escena, por grotesca o delirante que parezca, tiene la precisión de un teorema, porque como dice Raymunda, no hay pero ciego que el que no quiere oir.
La locura en sus novelas no es un recurso, es una forma de ver el mundo. Y en tiempos donde la literatura suele optar por lo superficial y lo digerible, Faverón nos recuerda que la verdadera literatura es un salto al vacío, un acto de fe en el lenguaje y en el abismo humano.
Faverón nos recuerda que en estos tiempos de la literatura basura, él es capaz de escribir una antinovela, un antipresente, una anticordura. Porque al final del día, todos estamos locos y perdidos, ¿no?
Leer a Faverón es aceptar que no saldremos ilesos. Es entender que hay libros que no se terminan; que nos siguen leyendo a nosotros mucho después de haberlos cerrado.
Estás loco Faverón, pero más loco estarías si te atreves a dejar de escribir. En ese caso, espérame, que cuando la cordura te invada, me hallarás en un rincón oscuro de tu habitación, esperándote, con una máscara de oso.