Tablilla de cera
La Asamblea contra la justicia: el circo de Salcedo

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Un eco plúmbeo, un eco de muerte resonó en los televisores o celulares de quienes oyeron la presentación circense de Daniel Salcedo en la Comisión de Fiscalización de la Asamblea.
Lo siguieran en directo o diferido, las palabras de este delincuente no causaban interés porque estuviera revelando algo —y mucho menos por su petulante ‘experticia’ o sus supuestos conocimientos de cómo robarle al Ecuador— sino porque cada frase significaba una burla más al sistema de justicia.
Y sabíamos que todas y cada una de esas frases habían sido posibles por unos políticos de la peor ralea que buscaban dar palestra a un condenado y montar un espectáculo de variedades, un show.
¡Que viva el circo!, aunque con ello se carguen la investigación previa sobre el asesinato de Fernando Villavicencio.
¡Que viva el circo!, aunque con ello den la más alta tribuna a un capo de la mafia de las compras públicas para que aparezca pavoneándose de lo que hizo.
¡Que viva el circo!, aunque ello signifique poner, tres años después, ante la misma comisión legislativa, a quien tuvo la audacia de amenazar de muerte a Fernando Villavicencio, cuando este la presidía.
Para armar el circo no se demoraron nada. Ni bien el sujeto dijo que quería comparecer, le tendieron la alfombra roja. La comparecencia más veloz de la historia.
Y ni la fiscalía ni la policía ni el fementido “Bloque de Seguridad” se opusieron a la operación circense.
No dijeron esta boca es mía y dejaron que la función continuara, con unos policías vestidos de rambos que más parecían payasos en la pista central, aunque el espectáculo iba en contra de todo principio de seguridad jurídica.
Y también nos sospechamos quiénes son los malabaristas, los equilibristas, los animales amaestrados que conforman el espectáculo.
Oímos con repulsión al capo de la mafia de los peculados (y, según él mismo sugirió, de muchas cosas más, pues dijo que había estado en todo). Pero su desparpajo era cómico porque, al menos a mí, me rondaba en la cabeza que huyó con su pareja en una avioneta con un piloto tan malo que no supo aterrizar y chocó contra una colina en el norte del Perú.
Pero, en cambio, a los que asistíamos a esa carpa de circo, lo que indignaba es que un convicto solo puede hablar en reserva en sede judicial y no ante una comisión política de la cantinflesca asamblea que tenemos la vergüenza de padecer.
No, señor Olsen, reformar la asamblea no es suspender a un chico de 19 años por hacer dibujitos en un papel, cuando tiene TDAH, que es una condición médica, no un problema de comportamiento (El problema está en su partido, que escoge a un chico de 19 años para que sea asambleísta).
No, señor Olsen, la calentura no está en las sábanas: está en tener asambleístas que han frecuentado los ámbitos oscuros de la vida nacional y lucrado de ello.
Está en asambleístas que eran panas de Latin Kings convertidos en legisladores, para ser operadores del crimen organizado en la asamblea.
Haber permitido que a ese recinto se lleve a un convicto, condenado a 36 años de cárcel en cinco causas distintas por corrupción, fraude procesal, lavado de activos, ingreso de artículos prohibidos y peculado, a que se jacte de sus fechorías, ha destruido, señor Olsen, sus tibios intentos de lavar la cara al parlamento exigiendo puntualidad o eliminando el nepotismo.
Y no lo llevaron, no, no a la sala de sesiones de la comisión, sino a la de presidentes (ahora llamada Dolores Cacuango), reconvertida en plató televisivo o pista de circo, sala cuyo uso supongo que solo usted puede autorizar.
La ocurrencia de Ferdinan (sin d al final) Álvarez de hacer comparecer a Salcedo dentro de un supuesto proceso de fiscalización del sector de la salud —¡del que no habían oído ni sus compañeros de comisión!—, tiene un funesto paralelo, como lo recordó Thalía Flores: la emboscada a la Fiscal General Diana Salazar para que sostenga un careo con Ronny Aleaga para invalidar el caso Metástasis.
Por eso los ecuatorianos nos tememos que lo que en el fondo se buscaba era invalidar la investigación previa para dar con los autores intelectuales del crimen de Fernando Villavicencio.
Y Salcedo se nos rio en la cara, porque escogió bien de quién hablaba y no dijo nada, por ejemplo, de los Bucaram, también involucrados en el desfalco a los hospitales en plena pandemia. No olvidamos que fue en la avioneta de Alfredo Adum, socio de Abdalá, que Salcedo huyó y se chocó.
La tal comparecencia resultó aún más vacía e inútil al no permitirse preguntas. ¿Dónde se ha visto que en una comisión de cualquier parlamento del mundo no se pueda hacer preguntas?
Así que el show no sirve para ningún propósito real: las declaraciones del reo no prueban nada, ni que Jordán ganó 15 millones con el peculado en los hospitales ni que financió al correísmo ni siquiera lo que el ministro de Gobierno, José de la Gasca, dijo después: que nos lleva a pensar qué clase de autoridades tenemos.
O más bien dicho sí, eso es justamente lo que pensamos: ¡qué clase de autoridades tenemos ahora!
No en vano el llamado Palacio Legislativo se levanta donde antes estuvo la picota.