Tablilla de cera
Quito a través de Alfonso

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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“Profesor de profesores” le calificó Diego Quiroga, rector de la universidad San Francisco de Quito. Sus alumnos son hoy profesores y decanos, pero él sigue dando clases sobre la historia de la arquitectura de Quito a los pollitos de arquitectos con la misma pasión y dedicación que el primer día.
El jueves pasado, 29 de mayo, presentó el libro “Quito a través de sus planos: historia y transformaciones” en el que, dijo, ha trabajado un año. En realidad, es producto de toda su vida. Una vida dedicada a la defensa del patrimonio artístico y edificado del Ecuador, y al estudio, a la pacienciosa búsqueda en archivos, a coleccionar, a comparar, a investigar.
Y a compartir. Porque una de las características centrales de la personalidad de mi hermano, el arquitecto Alfonso Ortiz Crespo, es su generosidad. Comparte sus conocimientos y su tiempo sin parar mientes en quién se lo pide o para qué lo pide.
Deténgase un momento el lector porque debo plantearle una pregunta: ¿el hecho de que sea mi hermano debe impedirme hacer un análisis de la obra que acaba de presentar?
Podría parecer impropio —y tal vez lo sea— que dedique esta columna a comentar un libro escrito por mi propio hermano. Pero sería aún más injusto, creo, dejar de hacerlo solo por ese motivo. La obra que acaba de publicar merece atención por su rigor, su originalidad y su importancia para la comprensión de la historia de Quito.
Por supuesto, no puedo fingir distancia: lo conozco desde antes de que supiera escribir. Sin embargo, intentaré aquí ofrecer una lectura honesta, consciente de mis afectos, pero también del valor que este libro tiene por sí mismo.
Es que la obra de Alfonso busca entender la evolución de la ciudad a través de la información gráfica de la cartografía urbana, con planos históricos que van desde la fundación de Quito hasta hoy. Algunos, sobre todo los iniciales, de hace casi 500 años, eran esquemáticos; otros se dibujaron con mucho detalle, tanto que hay uno que llega a especificar los metros de frente que ocupa cada casa de la ciudad.
Su publicación fue posible porque Alfonso no solo produjo la investigación y la recopilación, sino que logró, con paciencia y humildad, entusiasmar a la USFQ Press, la Cooperación Española y Dinediciones para que se sumaran al esfuerzo.
Y así salió esta obra cuyo título podría llevar a engaño: no es solo una colección de planos, sino una crónica profunda y sentida de la historia urbana de Quito; una crónica tan sólida y bien hecha, que no sería de extrañar que el libro se vuelva un clásico.
El estudio realizado por Alfonso ocupa 247 páginas del libro de formato grande y contiene unas 185 imágenes, sobre todo planos, algunos de estos desplegables, e incluye un completo aparato referencial para saber su proveniencia y destino.
Muchos de los originales, lamentablemente, han desaparecido, como el famoso dibujado por Jones Odriozola, que el propio Alfonso, cuando joven estudiante de arquitectura, a inicios de la década de los setenta, fotografió en la Dirección de Planificación del Municipio de Quito.
Sin embargo, cuando volvió, apenas quince días o tres semanas después, para fotografiarlo de nuevo, ya que no estaba del todo satisfecho con la apertura del diafragma que había utilizado en las diapositivas, ya no lo encontró ¡porque lo habían robado!
Ese plano sigue desaparecido hasta el sol de hoy, aunque hay pistas de que reposa en alguna colección de Quito (colección hecha con piezas robadas, ¡una vergüenza!); mientras tanto, las personas interesadas solo han podido conocerlo por aquella fotografía que ese concienzudo estudiante de arquitectura tomó hace 50 años, que es también la base de la que aparece en el libro.
El propio Alfonso contó la historia en el acto de presentación del libro. La anécdota es, por un lado, un triste recordatorio de la falta de cuidado de las instituciones públicas sobre los documentos que deben preservar. Pero también demuestra otra cosa que Alfonso no dijo, y es que ya cuando estudiante, él estaba interesado en los planos de Quito y en investigar la evolución de la urbe, una de las tareas a las que ha consagrado su vida.
Como dice Marcelo Banderas Braga, decano de arquitectura de la USFQ, “con su mirada crítica y detallada, Ortiz equilibra el análisis histórico con la revisión de planos, mapas y la interpretación cultural de estos espacios clave”.
Y prosigue: “Quito, con su compleja historia y desafiante geografía, se revela en sus mapas como un constante diálogo entre orden y adaptación. Cada elemento es una pieza del rompecabezas que ha sido modificado, reinterpretado y resignificado a lo largo de los siglos”.
De cada plano, Alfonso da una noticia muy completa: quién lo hizo, cómo y por qué, pero también toma en ello pie para relatar las continuidades y cambios que experimenta la urbe, pues, como dijo a la arquitecta María Samaniego, que fue la lucida entrevistadora en la presentación, una ciudad que no cambia se muere. Si Quito no hubiese cambiado, tendríamos, opina, una especie de Pompeya, sepultada durante siglos.
La de Quito es también una historia de voluntad y supervivencia, porque siempre tuvo que desafiar a la geografía. La segunda parte del libro, que se titula “Hitos de Quito”, presenta precisamente cuatro artículos breves, sobre otros tantos accidentes geográficos clave de la ciudad.
Sobre el Pichincha escribe la antropóloga Lucía Durán; sobre el Panecillo, la arquitecta Cristina Bueno; sobre el Itchimbía, las historiadoras Elisa Sevilla y María Antonieta Vásquez, y sobre el Machángara, las biólogas Andrea C. Encalada y Blanca Ríos-Touma.
Añaden un giro al libro, al recordar que la ciudad se construyó en un diálogo constante y activo con la hermosa, torturada y desafiante geografía equinoccial.
Quienes escribieron y publicaron este libro rinden un verdadero y hondo homenaje a Quito, ahora que faltan menos de diez años para su quinto centenario.
No hay duda de que la vocación de Alfonso, autor principal y editor de esta obra, se despertó en la casa de San Marcos, en el centro histórico de Quito, donde nacimos, pero resultó, sobre todo, de la viva influencia de nuestros padres.
He sido testigo privilegiado de su labor, y es emocionante reseñar su más reciente obra, en la que ha puesto tanto amor.