Punto de fuga
El dolor, ese amo
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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¿Cómo se vive la vida con dolor? Llevo aproximadamente seis meses tratando de responder a esa pregunta. Las respuestas varían según la intensidad del embate. Van desde: “con paciencia y voluntad voy a encontrar la causa para procurarme el remedio”; pasando por la resignación y el pasmo del “ya se irá, así mismo debe ser”; hasta llegar a la angustia que grita “tengo algo terminal e irremediable y ojalá me pudiera extirpar este brazo”. Otras veces, doblada del dolor, solo alcanzan a saltárseme las lágrimas.
El dolor doblega. El dolor no permite pensar. El dolor lo copa todo. El dolor humilla. El dolor es incapacitante. El dolor paraliza física y mentalmente. El dolor asusta. El dolor. El dolor. El dolor. El dolor, por momentos, es lo único que existe.
Es un tirano que se lleva por delante todo. Nuestra paz mental, nuestras rutinas, nuestra independencia, nuestra idea de nosotros mismos. En presencia del dolor somos otros y, dependiendo de su severidad, podríamos llegar a ser irreconocibles.
Hay dolores inexplicables. El mío aún no tiene origen, solo síntomas. Los doctores se debaten entre hombro rígido y nervio pinchado. Yo, entre tanto, necesito en no pocas ocasiones ayuda para terminar de vestirme o desvestirme; no me puedo peinar (en este caso la pérdida no es mucha, pues desde que tengo uso de razón he vivido despeinada); ni puedo cerrar la puerta del auto con el brazo derecho cuando voy de copiloto, más de un ¡ay! y una lágrima me ha sacado este movimiento tan simple, en el que nunca antes me había fijado siquiera.
Y hay dolores irreparables. No es mi caso, espero (cruzando los dedos hasta de los pies). Pero sí el de quienes viven con fibromialgia (entre el 2% y el 6% de la población mundial, y aproximadamente un 3% de la población ecuatoriana, según un reportaje de Ecuavisa del 2024). En Ecuador, el Ministerio de Salud tiene registradas 106 enfermedades catastróficas en su lista. Deberían ser 107, porque la fibromialgia es, sin lugar a duda, una catástrofe; no lo sé de primera mano, pero basta con leer un poco para entenderlo. Quizá haya pocas condiciones aparte de la fibromialgia en las que el dolor se muestre en toda su implacabilidad.
Amo odioso y despiadado, que hace y deshace vidas, que puede convertir el simple gesto de abotonarse una camisa en un calvario, igual que rascarse la esquinita del hombro o, mejor dicho, tratar de hacerlo sin éxito. Las servidumbres del cuerpo se multiplican cuando se trata de un cuerpo adolorido.
El dolor. El dolor. El dolor. El dolor y el cuerpo. El dolor y lo que nos hace pensar del cuerpo. Pocas personas lo han expresado mejor que Marguerite Yourcenar, cuando puso en boca del emperador Adriano (en su famoso libro ‘Memorias de Adriano’) esta frase tan cierta como devastadora: “Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo”.