Esto no es político
¿Refundar la patria o acaparar poder?

Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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Ese parece ser el ofrecimiento cada tanto. Borrar todo, eliminar cualquier vestigio del pasado —incluso lo que ha funcionado— y empezar de cero, con las iluminadas nuevas ideas de un partido que parece dar muestras de su poca tolerancia a los contrapesos democráticos.
Sin embargo, en un país que ha cambiado de Constitución una veintena de veces en su historia republicana, conviene preguntarse si realmente necesitamos otro proceso constituyente o si, detrás de esta retórica, lo que se esconde es un intento de concentrar más poder en pocas manos.
El presidente Daniel Noboa y sus coidearios en espacios de poder han coqueteado con esa idea y han dado claras señales de la poca tolerancia a los contrapesos democráticos.
La Corte Constitucional ha sido quizás el blanco más evidente. Los cuestionamientos públicos hechos en horario estelar por parte del presidente de la Asamblea, Niels Olsen, y la ministra de Gobierno, Zaida Rovira, con una peligrosísima narrativa — o estás con el gobierno y sus leyes, o estás con el crimen. Luego, la posterior marcha encabezada por Noboa, sus ministros y legisladores oficialistas, con la clara intención de deslegitimar una institución que debería ser robusta e independiente y el constante discurso amplificado por las plataformas digitales de propaganda oficial.
Los hechos ocurridos el fin de semana, con el intento del Ejecutivo de saltarse el control constitucional e ir directamente al Consejo Nacional Electoral para convocar a la consulta popular sobre una posible Asamblea Constituyente ahondó la preocupación sobre qué idea tiene el gobierno sobre la democracia.
La Corte no es la única institución que parece estorbar al oficialismo. El Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, otra entidad que suele atraer a los gobernantes de turno por su capacidad nominadora de autoridades tan relevantes como el fiscal general o el superintendente de Bancos, perdió a uno de los consejeros no alineados con el gobierno: Gonzalo Albán.
En una movida desprovista de cualquier sentido, la mayoría oficialista de la Asamblea destituyó a Albán por supuestamente incumplir funciones ante de ser consejero, eliminando así una voz crítica en el organismo.
Del Tribunal Contencioso Electoral y el Consejo Nacional Electoral bastantes muestras de parcialidad hemos visto: mientras se le permitió al candidato presidente hacer campaña sin pedir licencia ni encargar el cargo; mientras legisladores del oficialismo como Yadira Bayas y Jorge Chamba, exhibieron impunemente vídeos en donde regalaban cocinas de inducción y plátano verde, sí se ha sancionado a asambleístas correístas como Victoria Desintonio o el prefecto del Azuay, Juan Lloret.
Estos episodios no son anecdóticos: dibujan un patrón preocupante.
Una Asamblea Constituyente, en ese contexto, no parece un espacio de ampliación democrática, sino un atajo para reconfigurar el tablero político en favor del poder de turno. La historia latinoamericana nos muestra ejemplos recientes de cómo procesos constituyentes, presentados como mecanismos de inclusión y participación, han terminado siendo el camino más expedito para capturar instituciones, prolongar gobiernos o debilitar contrapesos.
Refundar la patria suena épico, casi heroico, muy alineado a la narrativa que ha usado el gobierno: en su guerra, ellos son los héroes.
“Antes que a mi me quieran hacer retroceder, prefiero morir”, dijo Noboa, en alusión a que no dará marcha atrás con la decisión de eliminar el subsidio al diésel, incluso con las manifestaciones anunciadas por distintos sectores.
El asunto es que la democracia no se construye sobre épicas o amenazas de no retroceder, sino sobre equilibrios incómodos, diálogos tensos y acuerdos necesarios. Los contrapesos son molestos, sí; limitan, frenan, incomodan. Pero son precisamente los que garantizan que el poder no se desborde.
Se puede plantear una Constituyente pero quizás esa no es la urgencia, aunque el debate es legítimo y las posiciones personales y políticas, válidas. Sin embargo, quizás es más importante pensar en mecanismos que permitan que las instituciones que ya existen funcionen: cómo blindar a la Corte Constitucional de presiones políticas, cómo asegurar que el CNE y el TCE actúen con independencia, cómo garantizar que cualquier organismo con las potestades del CPCCS transparente sus respaldos políticos.
La verdadera refundación difícilmente pasará por la reescritura de otra Constitución sino por fortalecer las instituciones y tener genuino interés político en que actúen de forma independiente, incluso si es que eso lastima el proyecto partidista personal de quien gobierna.
Más que embarcarnos en otra refundación que promete un futuro luminoso mientras erosiona los cimientos de la democracia, lo que el país necesita es preservar y fortalecer los contrapesos que incomodan pero sostienen la institucionalidad.
La pregunta no es si Ecuador debe volver a escribir su Constitución, sino si sus gobernantes están dispuestos a gobernar dentro de sus límites; allí es donde se juega la diferencia entre refundar la patria o simplemente acaparar poder.