Esto no es político
Hacerse cargo

Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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Las semanas post-elecciones suelen llegar con tensiones entre los contendientes y sus simpatizantes y estas no han sido la excepción.
En un país con las instituciones tan frágiles, con los índices de confianza en el subsuelo y con un juego electoral desequilibrado desde un inicio, era predecible el descontento y las dudas ante la victoria de cualquiera de los dos contrincantes.
Sin embargo, llegó la hora de hacerse cargo. Eso significa dejar de evadir la responsabilidad por las decisiones que se toman. En cualquier escenario; si votaste por Luisa González o por Daniel Noboa; si anulaste el voto o no fuiste a votar, tienes —tenemos— que tomar esa responsabilidad.
Si, como ciudadano, tu participación democrática se ha limitado a votar o si, al contrario, exiges a tus mandatarios de turno que cumplan sus promesas y los sometes a un exhaustivo escrutinio público. Si optas por un proyecto que ofrece más o menos presupuesto para el estado y sus servicios —educación, salud, seguridad, entre varios otros— sabrás cuáles son las consecuencias.
Si le das más o menos importancia a la violencia porque en la zona en la que vives aún no aparecen cabezas colgadas en los puentes o cuerpos desmembrados en las esquinas. O si te es indiferente que el estado se utilice para potenciar el proyecto político de turno y ventilar rencillas ajenas a las necesidades de la gente.
En cualquiera de esos escenarios, hay que saber responsabilizarse. Y eso no significa dejar de cuestionar o exigir lo que, como ciudadanos, nos corresponde. Al contrario, es estar consciente de que con nuestras elecciones contribuimos al país que tenemos. Para bien y para mal.
Hacerse responsable tampoco significa cargar con el peso de las decisiones de los políticos a los que les apostaste. Pero sí implica reconocerse en el espejo de lo que ellos representan. Para bien y para mal.
Cuando un gobierno se descarrila, la culpa no es de quienes lo eligieron. La responsabilidad, sí. ¿Cuál es la diferencia? Que al tomar responsabilidad, los ciudadanos pueden reconocer sus errores, aprender de ellos, exigir más y mejor a sus gobernantes.
Los perdedores y sus votantes también tienen que hacerse cargo. Más allá del contexto en el que se enfrentaron —sobre el cual mucho se puede decir—, si quienes pierden una elección no son capaces de mirar casa adentro y reconocer sus propios desaciertos, ¿cómo podrán sus electores volver a confiar en ellos?
Ecuador es un país roto y polarizado. En un continente que es el más desconfiado del planeta, Ecuador bate récord: es el segundo país con más alto índice de desconfianza interpersonal, apenas el 8% de los ciudadanos confía en los otros, solo Brasil lo supera con el 5%, según los datos del Latinobarómetro de 2024.
Si los ciudadanos ni siquiera son capaces de confiar en el otro, ¿cómo van a confiar en las instituciones? En el Consejo Nacional Electoral, por ejemplo, solo confían 2 de cada 10 ecuatorianos. 2 de cada 10.
Gobernar un país en esas condiciones es una tarea complejísima y quienes se postularon para dirigir al país en las últimas elecciones aceptaron, implícitamente, que están en la capacidad de hacerlo. Quien fue electo también tiene que hacerse cargo, y los ciudadanos, exigírselo.
La culpa ya no puede ser siempre del pasado. Y eso no significa desconocer la historia ni eximir de responsabilidades a nadie; significa, exigirle a quien ha sido electo para gobernar que esté a la altura de lo que el presente exige. Sin demoras, sin venganzas, sin abusos, sin pretextos.
Y los ciudadanos no pueden sumarse al eco de justificaciones que continuamente posponen lo urgente e ignoran lo importante.
El país optó por un camino pero no puede andarlo a ciegas. Tiene que hacerlo sabiendo que el derecho a tener una vida digna también pasa por sostener la democracia y de eso, también somos responsables.