Esto no es político
Un juez nacional, una denuncia de acoso y un silencio que se repite
Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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El juez nacional David Jacho, denunciado por acoso sexual por su exasistente, regresó a su oficina como si nada, después de que el Consejo de la Judicatura permitiera que el plazo de suspensión de 90 días se agotara sin resolver su expediente disciplinario.
“El doctor Jacho me condicionó a quedarme en mi puesto de trabajo si yo tenía relaciones sexuales con él”, dice Adriana, su ex asistente, en el reclamo puesto en el Consejo de la Judicatura. “Podrías empezar siendo como mi novia, mi enamorada”, le habría dicho el magistrado y tras darle unos días para “pensarlo”, ante la negativa de Adriana a ceder, este le habría pedido la renuncia que, finalmente, ella puso el 2 de julio pasado.
Siete meses antes, en diciembre de 2024, el juez nacional le habría obligado a firmar otra renuncia —esa, escrita por él— agradeciendo a Jacho por “su don de gentes”, que él habría guardado durante siete meses, con una advertencia: “tranquila, no voy a presentar esta renuncia hasta que tú te portes bien”, según cuenta Adriana.
El hecho innegable es que ella perdió su trabajo y que hay una denuncia en la fiscalía — en la que además consta una grabación que Adriana habría logrado hacer con un Apple Watch, que evidenciaría el acoso sexual— y un proceso disciplinario en la Judicatura por las acusaciones que ella hizo contra el juez nacional.
¿Por qué entonces no hay sanción aún? ¿Habrá cálculo político? Por ejemplo, pensando que Jacho, eventualmente quiera ser candidato a juez en el proceso—que algún día deberá darse— para jueces de la Corte Nacional y una sanción lo impediría.
¿Una carrera política o judicial es más importante que la vida de una mujer?
Recordemos esto cuando se pregunten por qué las víctimas no denuncian. Allí está la respuesta: la violencia de género pasa desapercibida incluso cuando involucra a un juez nacional. O, precisamente por eso, porque nuevamente vemos perpetuarse el círculo de la violencia: una mujer joven, subordinada y sin poder frente a un sistema concebido para anular a las víctimas y proteger a los victimarios.
Si Jacho ya fue suspendido por 90 días, lo mínimo que se esperaría es que en ese plazo, el Consejo de la Judicatura tome una decisión aleccionadora para evitar que otros casos así se repitan.
Aunque bueno, no se puede decir que no hay lecciones en su omisión. Lecciones para la víctima: cállate. Aguanta. Cede. No denuncies. Si hablas, el sistema se irá en contra tuyo. Te recordará que fallaste, que hablaste, que no cediste, que no aguantaste.
Y luego, te obligará a contar todo lo que viviste y quisiste esconder bajo una pila de trabajo, distancia, silencio. Tendrás que contar que antes de tener que renunciar, viviste una serie de atropellos que, estoicamente, aguantaste, con la esperanza de que él parara.
“Cuando yo entraba a su despacho, él se paraba de su asiento y se acercaba a mí y me decía, ‘pequeñita, ¿qué juicios trajiste?’, siempre haciendo referencia de mi olor, de qué perfume utilizaba, que le atraía demasiado mi perfume, que yo utilizaba feromonas”, narra Adriana en el documento que sirvió para procesar la denuncia en la Judicatura.
Eso, sumado a presiones para que tome una copa de vino con él, en su despacho, en donde habría intentado besarla y preguntas como “¿yo a ti te gusto?”.
Para José Suing, Presidente de la Corte Nacional de Justicia, sin embargo, todo esto era un “malentendido”, lo dijo en una entrevista del 6 de julio pasado. Un “malentendido”. A eso se reduce el acoso sexual para algunos hombres con poder que suelen blindar a otros hombres con poder, cumpliendo así aquel nefasto pacto patriarcal del silencio, en el que las mujeres siempre son la moneda de cambio, la vida a sacrificar, la reputación a destruir.
El mensaje que deja este episodio es devastador pero habitual: un hombre acusado de violencia puede volver a su despacho y recuperar su puesto, pero una mujer que se atreve a denunciar pierde su trabajo, su estabilidad, ve su carrera en riesgo y su reputación en duda.
La justicia no es ciega: elige mirar para otro lado. Uno, en el que las mujeres siguen siendo esas incómodas víctimas colaterales cuyas vidas importan menos.