El indiscreto encanto de la política
¿Hacia dónde va el paro nacional en Ecuador?

Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Día 23. El paro encabezado por la Conaie dejó de ser una protesta económica para convertirse en una batalla por la legitimidad política.
Aunque el detonante fue la eliminación del subsidio al diésel, hoy la disputa de fondo es otra: quién representa el malestar social y quién defiende el orden institucional.
En ese pulso, Daniel Noboa busca consolidar autoridad y un liderazgo firme que lo distinga de sus predecesores, mientras el movimiento indígena intenta preservar su protagonismo y voz política para reafirmarse como el principal contrapeso del oficialismo.
El Gobierno ha conseguido, hasta el momento, mantener a Quito en calma y contener la escalada de violencia, apoyado en la fuerza pública y en la narrativa del “orden”.
Sin embargo, la firmeza sin diálogo puede ser un arma de doble filo: la fuerza puede contener un conflicto, pero rara vez lo resuelve.
En este escenario, la gestión del paro reconfigura el sentido de la consulta popular de noviembre. Ya no será solo una votación sobre reformas constitucionales, sino una evaluación política del gobierno de Noboa y de su capacidad para administrar la crisis sin erosionar su popularidad.
En el otro frente, la Conaie atraviesa un dilema interno. Aunque conserva legitimidad histórica, su movilización prolongada comienza a desgastarse en Imbabura y Cotopaxi, donde las pérdidas económicas y la escasez golpean directamente a los pequeños productores.
El desafío ya no es solo resistir, sino evitar que la protesta se diluya entre la fatiga de las bases, la desconfianza ciudadana y que, finalmente, muera por inanición política.
En medio de este conflicto, el Ecuador pierde producción, confianza y tiempo. Los bloqueos erosionan tanto la economía como la convivencia social, y el Gobierno arriesga su capital político y su imagen internacional si se consolida una percepción de autoritarismo o de insensibilidad social.
En este punto, ningún triunfo político vale más que la paz social.
Entre la imposición del Estado y la presión de la calle, la República exige políticos dispuestos a dialogar y ciudadanos capaces de razonar.
La salida no emergerá de un decreto ni de una barricada, sino de la política entendida en su sentido más noble: la capacidad de escuchar, ceder y construir acuerdos.