Los malls empiezan a morir
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Llegan las noticias de que varias cadenas y algunos malls de los EE.UU. están cerrando, convirtiéndose en canchas deportivas o siendo demolidos. Entre los factores responsables de la decadencia de estos templos supremos de la sociedad de consumo, el más importante tiene nombre y apellido: Amazon de Bezos.
Puesto de otro modo, mientras las compras en línea se han duplicado en los últimos siete años, las ventas presenciales han decaído relativamente.
Otra de las explicaciones parece anecdótica pero no lo es pues apunta a un sistema cuyos mecanismos de socialización se están deteriorando gravemente al pasar del contacto personal, humano, físico, oloroso y sudorosos, al resplandor solitario del smartphone. Por ello, los adolescentes gringos dejaron de hanguear en los malls y ahora se conectan entre ellos y con el mundo a través del celular. ¡Qué desgracia!
Es fácil ver aquí el avance de esa nueva civilización de nativos digitales que serán regidos por la Inteligencia Artificial; perdón, que ya es regida y a tal nivel que el presidente Noboa dice que la nueva Constitución podría ser escrita por ChatGPT y no anda tan descaminado: una constitución digital para seres digitales.
Pero no vamos a hablar aquí de la consulta de mañana sino de los grandes cambios que se sucedieron desde que los adolescentes de los años 60 jugaban fútbol en las calles del barrio y acudían al centro de los pueblos o ciudades a reunirse, a pasear de arriba abajo, tomar helados, coquetear, entrar al cine o hacer cualquier cosa menos comprar pues eso correspondía a los padres.
El surgimiento de los shopping centers en los años 70 vino a trastrocar ese mundo y a uniformarlo. Pues si en cada pueblo su centro tradicional era distinto, y distinta era cada tienda con sus dueños tras el mostrador, y cada calle y las montañas alrededor, el mall de paredes ciegas que lo aislaban del exterior fue homogenizándolo todo: mismas marcas, mismo diseño, misma música ambiental, igual distribución y escaleras mecánicas. Solo variaba el tamaño o el lujo, pero en esencia eran similares y ya no distinguías ni importaba en qué ciudad o país te hallabas.
Sin embargo, para los estudiantes, el mall cercano al colegio se convirtió en el punto de encuentro, de vacile, con máquinas de juegos electrónicos, fast food y vitrinas deslumbrantes. Hasta los muy intelectuales alumnos de La Condamine, por dar un ejemplo, iban a darse vueltas por el Quicentro, donde funcionaba una muy buena sucursal de LibriMundi con las últimas novedades.
Porque todavía se leía en papel y se pagaba con esos billetes verdes que establecían un intercambio manual y verbal con el vendedor. Su vuelto, señor, en dinero contante y sonante, incluidas monedas de un centavo con la cara de Lincoln.
Pero este lunes el Tesoro de EE.UU. acuñó el último penny. Eso, al tiempo que las compras en efectivo declinan ante el uso globalizado del dinero digital y de las tarjetas de crédito que impulsaron desde el inicio a los centros comerciales, al facilitar y multiplicar el consumo bajo el lema general de disfrute ahora, pague después. O después verá cómo paga.
Hoy, adictos a sus teléfonos incluso cuando están juntos, los adolescentes ya no necesitan reunirse en el mall para comunicarse pues la vida entera pasa por esa ridícula pantallita. Ya graduados de la U, muchos de ellos en la Yoni o Europa se dedican al teletrabajo, tan aislados en sus cuartos o apartamentos, día tras día, que uno llega a preguntarse no ya cómo van a socializar sino cómo van a reproducirse estos seres digitales cuyo último pana y confidente es el ChatGPT.
Una anécdota lo resume todo: hace unos diez años encontré en Amazon una biografía clásica de Winston Churchill en papel que buscaba hacía rato. Dispuesto a desembolsar 40 o50 dólares, me llevé la sorpresa de que costaba un centavo. Como oyen: uno, más el envío, claro. Señal de cuánto se han desvalorizado los libros de papel y los líderes políticos: ¡Churchill a un centavo! Un centavo que también está sentenciado de muerte.
Lo curioso es que Bezos –que el jueves lanzó un cohete al espacio– empezó a construir su imperio vendiendo por email libros de papel. Cabe suponer que este era el último hueso que quedaba de la librería original y le dio pena botarlo a la basura. Con toda razón pues la biografía es excelente y el Churchill de 1940 es un modelo para Volodímir Zelenski, atrapado en una guerra del siglo pasado.