¡Qué manera de dar papaya!

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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A pocos días de iniciado el paro, pensé escribir un artículo con el título: ‘Daniel da papaya’, en el sentido colombiano de dar ventaja, exponerse innecesariamente, volverse vulnerable.
Gozaba el presidente de una oposición política desarticulada, con graves divisiones internas en la RC y en el movimiento indígena; y tenía problemas más que suficientes con la violencia narco, la salud y lo demás. Quitar el subsidio al diésel (por necesaria que fuera esta medida) significaba dar una bandera común de lucha a esos adversarios dispersos y exacerbar el descontento popular que siempre está latente y desemboca en la confrontación histórica de pobres vs. ricos; en este caso, vs. el rico.
Que lo hiciera al tiempo que convocaba a una consulta popular, que siempre se convierte en un plebiscito sobre el presidente y su gestión, era incomprensible para el común de los mortales. Surgían dos hipótesis.
Existe en Carondelet un estratega, un asesor tan sagaz y visionario como esos maestros del ajedrez que sacrifican la torre o la dama en la mitad de la partida, para luego de 15 o 20 jugadas dar mate al rey adversario. Para Daniel, que juega con las blancas, la torre venía a ser su capital político, una aceptación del 50% más o menos. Y podía considerarse a la dama como la estabilidad de su Gobierno, asentada sobre la lucha contra el crimen. Pero día tras día se iría viendo que, de existir esa estrategia acompañada de bonos y dádivas, no estaba funcionando.
Opinaba Simón Pachano, en su columna de El Universo, que el presidente va improvisando irresponsablemente sus jugadas y termina con una posible Constituyente y un largo levantamiento que no buscaba.
Digamos en su favor que eso de bloquear los fondos, mover el Gobierno a Latacunga, mostrar coraje y firmeza y dejar en claro que no derogaría el artículo 126, consolidaban su figura de un líder decidido en un país asustado, aunque en el camino iría perdiendo segmentos del electorado y pondría en riesgo su propia consulta.
Sin embargo, decidí no abordar el tema porque la cantidad de artículos y comentarios sobre el paro era ya abrumadora. Y altamente polarizada, sobre todo en las redes sociales, donde cunde la hipocresía de lado y lado y los ataques y las falsedades no tienen límites.
Entonces pensé escribir sobre esto, sobre las agresiones irracionales, cargadas de prejuicios y rencor, que soportan quienes publican opiniones o artículos firmados en los medios de comunicación, ahora digitales.
Actividad que puede ser vista como otra forma de dar papaya pues, en las redes, cualquier hijo de vecino tacha al articulista de cualquier cosa, en un rango que varía desde tonto a terrorista. Por ejemplo, una señora amenazó con denunciarme al ICE para que me expulsaran de EE. UU. aunque no vivo allí. Otro señor, al principio de la invasión a Ucrania, me recomendó que dejara de hablar estupideces sobre las masacres rusas y denunciara las 24 fábricas de armas de destrucción masiva que tenía el nazi Zelenski.
Me inclinaba ya a escribir sobre este fenómeno cuando ¡oh, sorpresa!, en su columna de este lunes, Valentina Febres Cordero, que suele contar historias personales y entretenidas, dice: “ veo cómo me linchan por el lead, me insultan por el apellido, y hasta insultan a mi abuelo (que murió antes de que yo naciera)… lo mandan a la M… y un poquito más… Me llaman ‘oligarca’, ‘Florinda’, ‘hija del poder’. Y lo más curioso es que muchos ni siquiera leen lo que escribo”. (Tampoco saben que el Pájaro, su papá, criticó con humor implacable a León Febres Cordero).
Descartado también el plan B, me aguardaba en el velador, oliendo a tinta fresca: ‘Vista del abismo’, el flamante libro de cuentos del maestro colombiano Tomás González, a quien sigo desde que le conocí en Nueva York hace treinta y pico de años.
¡Albricias!, exclamé como en las tiras cómicas, este libro da perfectamente la talla para una columna. Por desgracia, había citado aquí al mismo González dos semanas atrás y tampoco era cuestión de repetirse como bendición de obispo.
Ni modo, ya se me ocurrirá algo. Entre tanto, me embarco en la prosa limpia y ajustada del colombiano, cuyo ritmo intenso pero medido, a ratos angustioso y al filo del abismo, proviene de la naturaleza de un embalse donde buscó refugio fuera de Medellín. Pero si no se me ocurre nada, pues contaré la historia de tres artículos fallidos y listo.