De la fiesta religiosa a la locura del fútbol

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Junio, mes del solsticio de verano, concentra grandes fiestas de origen religioso: Corpus Christie; San Juan; San Pedro y San Pablo. Fiestas que este año han coincidido con dos fechas de las eliminatorias sudamericanas para el Mundial de fútbol, deporte que en difusión e impacto despaza a los festejos tradicionales.
Ante ello uno se pregunta: ¿cómo pasamos de un país consagrado al Corazón de Jesús a este pueblo consagrado a la selección tricolor? O, hablando de imágenes, ¿cómo saltamos de las pinturas de santos en las iglesias a las fotos y videos de los jugadores, estos nuevos ídolos de un juego en el que predominan los afroecuatorianos, que, en los óleos religiosos brillan por su ausencia?
Pobre Iglesia católica, hace mucho rato que no puede competir con las concentraciones paganas del fútbol y los conciertos musicales (aunque los conciertos escapan de este artículo). El Vaticano solo concita la atención mundial cuando estalla algún escándalo financiero o de pedofilia en sus dominios internacionales.
O cuando palma un papa y se elige a su reemplazo, como sucedió hace poco, salvo que los papas ya no son tratados en los medios ni en las redes como vicarios de Cristo en la Tierra, o sea, como intermediarios del mundo sobrenatural, sino más bien como celebridades, protagonistas de un magno espectáculo que combina pompas y atuendos medioevales con las figuras políticas del momento: de los Donalds a los Danieles.
Pero, ojo, que eso del espectáculo nunca fue ajeno a la imposición y difusión de las religiones. De hecho, el Corpus Christie fue instaurado en España para celebrar con multitudinarias procesiones las victorias contra los moros y reforzar la fe de los rebaños de la cristiandad.
Cuando llegaron los conquistadores españoles, al tiempo que erguían iglesias sobre los cimientos de los templos incas, impusieron las procesiones del Corpus, del cuerpo y la sangre de Cristo, sobre los festejos del Inti Raymi, que reflejaban el solsticio de verano. Además, promovieron san Juan, el 24 de junio, y san Pedro y san Pablo, el 29, en lugar de las celebraciones indígenas de las cosechas.
Esos rituales masivos y espectaculares que involucraban a todo el pueblo en los sectores rurales, se prolongaron hasta finales del siglo XX, pero siguieron decayendo a medida que la sociedad se secularizaba y las nuevas generaciones se alejaban progresivamente de la iglesia y sus rituales, aunque no del matrimonio eclesiástico, un sacramento propicio para exhibir músculo social.
Al mismo tiempo, el presidente de la FIFA, Joao Havelange, pillo pero visionario, convirtió al futbol en un fenómeno global pues las cadenas de televisión lo introdujeron en millones de hogares. Hoy, desde el Ecuador a la Cochinchina cualquiera puede disfrutar de la Champions League y las eliminatorias del Mundial sin moverse de su casa. En cambio, ¿quién que no sea una beata en silla de ruedas se aguanta una misa por televisión?
Claro que las fiestas religiosas siempre fueron pintorescas y divertidas. Durante los años 2000 y 2001 visité muchísimos festejos populares a lo largo y ancho del país cuando preparaba un libro sobre el tema. Así registré, por ejemplo, que Corpus en Cañar y Pujilí, san Pedro y san Pablo entre los cholos pescadores de Manabí, o los sanjuanes imbabureños, eran celebraciones poderosas en trajes, música, comida, bebida y los castillos de fuegos artificiales.
Pero dos años después volví a algunas de ellas y ya no eran lo mismo. ¿Cómo estarán ahora con la invasión de las redes sociales? El fútbol, en cambio, es casi el emblema de la globalización en términos de la sociedad del espectáculo.
Para rematar en el presente futbolero, digamos que ese primer tiempo del partido Ecuador–Brasil era tan aburrido de ver por televisión como una ceremonia religiosa. Si Beccacece no alínea un par de delanteros en Lima, será más emocionante ir a tomar fotos a los danzantes de Corpus en Pujilí.