Las guerras de conquista

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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El jueves se cumplieron 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que se inició cuando la Alemania nazi empezó a aplicar la tesis del ‘Lebensraum’ o Espacio Vital que fuera delineada por Adolf Hitler en ‘Mi lucha’, publicada en 1925.
Según el profeta del nacionalsocialismo, el derecho de conquistar territorios, limpiarlos étnicamente y llevar alemanes a vivir en ellos le correspondía ejercer a la raza aria sobre pueblos y grupos vistos como inferiores y descartables: los judíos, los eslavos, los gitanos, los comunistas, los homosexuales…
La expansión germana se había iniciado en 1938 con la anexión de Austria y luego de los Sudetes ante la pasividad del resto de Europa. De hecho, el primer ministro inglés Chamberlain y el francés Daladier creyeron ingenuamente que podían apaciguar a Hitler aceptando sus anexiones con los acuerdos firmados en Munich; que con eso se daría por satisfecho. Grave error denunciado por Churchill en otra frase célebre: quien se humilla para evitar una guerra, tendrá la humillación y tendrá la guerra. Tal cual.
Esa política permisiva ha sido muy recordada desde que Rusia se apropió de la península de Crimea y nadie movió un dedo. La líder europea Angela Merkel pensaba que, ampliando los lazos comerciales con Rusia, fortalecía la paz. Pero Putin tampoco se detuvo allí y lanzó en 2022 la sangrienta ocupación del Donbás bajo el falaz argumento de que allí vivía una mayoría prorrusa que era perseguida por el gobierno ‘neonazi’ de Zelensky, quien es judío y cuyo abuelo peleó contra el invasor alemán.
Pero los europeos ya saben que si Putin conquista Ucrania, seguirá hacia el Báltico y hacia los países de Europa del Este que el Ejército Rojo liberó de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pero que permanecieron sojuzgados hasta la caída del Muro y la implosión de la URSS. Esta es “la gran tragedia histórica” que Putin busca desfacer lanzando misiles a mansalva contra las ciudades de Ucrania, tal como los alemanes bombardeaban Londres cuando planeaban invadir Inglaterra.
Las instituciones que surgieron a partir de 1945, bajo la hegemonía de EE. UU., consolidaron la democracia en Europa Occidental, que vivió un auge económico y cultural, así como un largo período sin las guerras intestinas que la atormentaron a lo largo de los siglos.
Ese exitoso modelo socialdemócrata fue socavado en los años 80 por la corriente neoliberal de Thatcher y Ronald Reagan, pero la campaña actual de Donald Trump para trastrocar el orden mundial es mucho más agresiva. No solo debilita a la OTAN y respalda a partidos de extrema derecha como el AfD alemán, sino que hace suyas las tesis de Putin, acusando a Ucrania de ser la causante de la guerra.
Más aún, Trump planteó abiertamente al flamante primer ministro canadiense, que lo visitaba en la Casa Blanca, su aspiración de que Canadá se convierta en el estado número 51 de EE.UU. Por otra parte, esgrimiendo razones de seguridad continental, reitera sus amenazas de ocupar militarmente Groenlandia, inmensa isla que forma parte del reino de Dinamarca, miembro también de la OTAN. Bien podrían decir los daneses: con esos amigos, ¿para qué enemigos?
Si el giro de la política de Washington fue una mala noticia para las democracias europeas, el panorama internacional se oscureció aún más este lunes cuando el gabinete de extrema derecha de Netanyahu aprobó por unanimidad expandir las operaciones en la martirizada Gaza y retener los territorios conquistados.
Va de suyo que cada líder narcisista y cada conflicto tienen su propia historia (su especificidad, dirían los sociólogos), aunque siempre se trata de países más poderosos que buscan apropiarse del territorio y los recursos de otros pueblos con variados pretextos que ocultan otros intereses.
Por ello se ha denunciado repetidas veces, dentro y fuera de Israel, que Netanyahu intensifica la guerra para evadir a la justicia de su propio país donde tiene tres cargos por corrupción. Además, le gusta la idea expuesta por el presidente de EE.UU. de expulsar a todos los palestinos y construir una espléndida y desinfectada Riviera donde se erguirá, imponente y luminosa, como emblema de la supremacía blanca, una Torre Trump.