El francés que se acostó con 3 diosas

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Leo que Sydney Sweeney, la actriz y modelo del controvertido anuncio de jeans de American Eagle, decidió producir y protagonizar un remake de ‘Barbarella’, que lanzará el año próximo. Eso me puso a pensar en Roger Vadim, quien dirigió a su esposa, Jane Fonda, en la ‘Barbarella’ original allá por 1968.
–¿Te acuerdas quién fue Roger Vadim? –pregunto a un amigo de mi generación.
–¡Claro! –responde–. El francés que se acostó con tres diosas.
Una vida resumida en una frase. Pero leyendo sus memorias, bien escritas por lo demás, con diálogos ágiles, descripciones precisas y anécdotas a granel, resulta que Vadim fue mucho más que un conquistador de la última época en que las estrellas de cine imponían los cánones de belleza y una manera inalcanzable de vivir la vida.
Envidia de medio mundo, Vadim fue reportero de Paris–Match, revista gráfica que estaba a la altura de Life; fue también guionista, director de películas, corredor de autos, esquiador y parte de la elite de Saint–Tropez, el balneario que Brigitte Bardot, BB (el primer invento de Vadim), pusiera de moda cuando el cine francés todavía podía desafiar a Hollywood con sex–symbols internacionales tipo Delon y Bardot, que también filmaron juntos.
Con un estilo cinematográfico, Vadim, el cronista, enfoca el lado ignorado de personajes que vivían bajo el resplandor de los flashes. Así, de Brigitte, “encarnación del erotismo y del amor a la vida de toda una generación”, relata escenas que muestran “su angustia, sus miedos, su talento para la infelicidad” y sus varios intentos de suicidio.
¡Wow! A quienes fuimos sus fans desde la adolescencia nos mueve el piso enterarnos que, en el fondo, no le gustaba hacer cine pues siempre quiso ser bailarina. Eso estudiaba a sus 16 años cuando conoció a Vadim, quien la lanzó a la fama internacional con una película prohibida: ‘Y Dios creó a la mujer’. Durante una década, los sensuales afiches de BB decoraron los dormitorios de los universitarios, hasta que fue reemplazada por el Che Guevara.
Tanto en la pantalla como en la vida las divas asumían abiertamente su sexualidad, resquebrajando esas convenciones que se vendrían abajo con la píldora y la revolución hippy. Cuenta Vadim que BB se enrollaba con cada coprotagonista y él no la celaba pues andaba dedicado a otras aspirantes, hasta que detectó el talento de una muchacha a la que también proyectaría al estrellato: Catherine Deneuve.
Aunque la verdadera estrella del libro es el narrador, faltaba más, quien se mueve entre la elite a bordo de un Ferrari, en fiestas locas con actores como Marlon Brando y Elizabeth Taylor, escritores de la talla de Françoise Sagan y Truman Capote, músicos como Quincy Jones y Johnny Hallyday, o el mismísmo Sinatra y algún Kennedy. Hasta Mitterand funge de abogado suyo en algún juicio laboral. Y con ellos accedemos a los palacios de una aristocracia decadente que sobrevive a duras penas los estragos de la guerra.
Contra ese telón de frivolidad, talento y hedonismo (sobre todo masculino) se perfila Jane Fonda, quien viene a Francia huyendo de la etiqueta de ser la hija de Henry Fonda. La joven se busca a sí misma pero encuentra a Vadim. Se casan, tienen una hija y Roger la dirige en ‘Barbarella’. En la entrada de los cines de Estados Unidos se yerguen cartones de una Jane Fonda de cuerpo espectacular, reina de las galaxias, dueña de su placer y su poder en una fantasía kitsch alabada y criticada al mismo tiempo.
Pero las divas dieron un giro inesperado: BB se dedicó a proteger a las focas y Jane (sin dejar de ganar óscares) volvióse una activista tenaz contra la guerra de Vietnam y a favor de las causas justas. Medio siglo después sigue dando pelea: hace poco estuvo en nuestra Amazonía, respaldando a las comunidades indígenas.
En ese mismo año 68, recién salido del colegio, me prestaron un apartamento en Tlatelolco, donde meses después se produciría la matanza de estudiantes. Desayunaba enchiladas y por la noche iba al cine. Entonces vi ‘Belle de jour’, dirigida por Luis Buñuel, y fue tal la impresión que me causó la refinada esposa que se prostituía de día por un goce perverso, que si estuviera obligado a salvar una sola cosa de toda la época retratada por Vadim sería esa película que consagró a Catherine Deneuve.
Pero Sydney Sweeney ha optado por ‘Barbarella’. ¿En qué quedará ese producto de la revolución cultural de los 60 filtrado por los genes azules de la era Trump?