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Una vida turbulenta

Pablo Cuvi

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.

Actualizada:

14 jun 2025 - 06:00

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Acierta Alfonso Reece cuando escribe, en Mundo Diners, que el escritor argentino Martín Caparrós se juega el todo por el todo en su último libro, ‘Antes que nada’, texto cosmopolita e íntimo que “se ajusta más a las confesiones que a las clásicas memorias” pues narra las peripecias de su vida “con una franqueza desconcertante”.

Franqueza que alumbra por igual, añado yo, la lucha política, las rencillas periodísticas y los enredos de alcoba. Pero lo mejor es que, al retratarse a sí mismo, va pintando un fresco agudo, tierno a ratos, ácido y desencantado en otros, de esa generación incomparable que pasó del éxtasis adolescente y el retorno de Perón al infierno del fascismo y la democracia corrupta de Menem y los Kirchner.

A estas alturas del partido, Mopi, tal era su apodo juvenil, se muestra como un tipo que no le hizo fieros a nada, dispuesto a beberse los libros y la vida a raudales desde la adolescencia, cuando estudiaba en el mejor colegio de Buenos Aires (público, por si acaso). Militó entonces en una organización clandestina y alcanzó a exiliarse en París en vísperas de la dictadura militar que torturó y eliminó a muchos de sus compañeros de colegio a partir de 1976.

No voy a resumir en tres párrafos su admirable y turbulenta vida, pero es indispensable anotar que este maestro de la crónica, el mejor de su generación, fue diagnosticado con ELA hace tres años: una maldición que mantiene postrado a este viajero incesante que recorrió medio mundo para contar lo que pasaba en los pueblos más hambrientos y remotos, así como en los penthouses de Nueva York o París, donde entrevistó también a la élite política y cultural.

Ahora, en el ahora de la escritura, anclado en una silla de ruedas frente a la compu, con los últimos movimientos de los dedos sobre el teclado, hurga en la memoria, todavía no afectada por la enfermedad, para recrear, con su acostumbrado dominio del lenguaje y de la acción, el mundillo periodístico en el que se movió desde su retorno a Buenos Aires.

Habla de los medios donde trabajó, (llegó a ser columnista del New York Times), de la fundación de Página 12 con Jorge Lanata, de los programas que creó en radio y televisión. Al mismo tiempo, describe con toques de ironía y humor a la gente variopinta con la que se fue relacionando y concede un papel decisivo a las mujeres de su vida, también en España, donde sobrelleva a duras penas su etapa final con su última compañera.

Este texto, que atrapa al lector desde diversos ángulos, es una prueba más de que nadie está del todo contento con lo que hizo y obtuvo en la vida. Porque ¡ay! Caparrós quería ser reconocido como un gran novelista en ese país de soberbios narradores de ficción; de hecho, publicó cuatro novelas que no tuvieron ni de lejos la acogida de crónicas estupendas como ‘Boquita’, donde quedó reflejada su pasión por Boca Juniors y el peso de ese club en la sociedad más futbolizada del planeta.

En cambio, un exceso de juego literario enrarece la atmósfera de ‘Valfierno’, novela basada en la historia rocambolesca del estafador argentino que robó la Mona Lisa en 1911 y que un cómplice mantuvo envuelta en un cáñamo bajo una cama precaria en Italia, si mal no recuerdo.

Por todo ello, el libro preciso para quienes deseen aventurarse por primera vez en el trabajo de Caparrós se llama ‘Lacrónica’ (así, sin espacio intermedio), una antología de textos de diversas épocas y variados temas, muestra exuberante del periodismo narrativo que el argentino llevó a la cima, aunque no faltan quienes le critican por ubicarse siempre en el centro de la historia. Tontería o mala fe pues de allí, de la primera persona, surge la originalidad y riqueza de ese enfoque.

Según Caparrós, el cronista deja claro que lo que está contando no es “la verdad”, sino lo que él pudo averiguar, entender, reconstruir. “El cronista es el que mira, pregunta y se pregunta”; por lo tanto, en sus textos se permite la duda. A ello añado yo una máxima que suelo repetir desde que daba clases de periodismo literario en los años 90: “No porque una crónica esté muy bien escrita es necesariamente falsa”.

Y las crónicas de Martín Caparrós, incluido este libro de despedida, siempre estuvieron muy bien escritas.

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