Lealtad sin excelencia: el talón de Aquiles del gobierno de Daniel Noboa
Profesor de ciencia política y Decano de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad San Francisco de Quito.
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Gobernar no es fácil. Gobernar un país como el Ecuador, aún menos. Un mandatario debe tomar decisiones difíciles y desiguales en sus efectos. No se espera que el presidente sea experto en todos los temas sobre los que debe decidir: para eso existen los ministros y asesores que deben aportar criterio técnico y político. De ellos depende buena parte de la calidad real de un gobierno.
Ya en El Príncipe, Nicolás Maquiavelo ofrecía una de las lecciones políticas que se podrían aplicar hoy con absoluta vigencia: “la primera opinión que se forma de un gobernante depende de la calidad de quienes lo rodean”. No es una metáfora: es una advertencia. Un líder puede tener visión, audacia e incluso buenas intenciones, pero si está rodeado de colaboradores mediocres, su proyecto termina rehén de la improvisación, los errores y las crisis autoinfligidas. La excelencia técnica no es un lujo; es una condición mínima para que un gobierno funcione.
En el Ecuador, sin embargo, el presidente Daniel Noboa ha privilegiado la lealtad personal por encima de la competencia profesional al momento de escoger a sus ministros y principales asesores. Esto, que en apariencia puede dar estabilidad interna y evitar traiciones, suele tener el efecto contrario: un círculo de colaboradores leales pero poco capaces tiende a afectar negativamente la toma de decisiones, a ocultar errores y a crear burbujas de autoengaño. La lealtad sin excelencia se vuelve una ceguera compartida de quienes nos gobiernan.
Maquiavelo también advertía que los ministros deben ser lo suficientemente competentes para decirle la verdad al príncipe, incluso cuando no quiere escucharla. Un colaborador incapaz —o cuya única virtud es la obediencia— no cumple esa función. Y un gobernante rodeado de aduladores termina creyendo que gobierna bien incluso cuando la realidad le dice lo contrario. La gestión de Noboa está mostrando justamente ese desgaste: decisiones cuestionables, ministerios sin rumbo claro, profundos vacíos de capacidad técnica y una evidente desconexión entre el discurso del gobierno y los resultados en seguridad, economía y política social. En varios casos, la baja calidad de los cuadros seleccionados ha obligado a cambios tempranos, rectificaciones improvisadas o crisis que podrían haberse evitado con equipos más sólidos.
Es comprensible que Noboa haya recurrido a un círculo cercano en los primeros años de su mandato: el país no cuenta con una clase política amplia ni sólida, capaz de ofrecer una variedad de opciones de la cual un gobernante pueda elegir sus cuadros. Y en un país donde la polarización política es muy fuerte, cualquier potencial adversario o disidente ideológico es visto como enemigo. Es por esto que a la hora de elegir a sus ministros y asesores, el presidente hasta ahora ha recurrido a sus amigos, familiares, y empleados de sus empresas. Ellos no le fallarán, supone. En el mejor de los casos, no le fallarán a él como persona; pero sí terminan fallándole a su gobierno y, por consiguiente, al país.
Pero después de vistos los resultados de la reciente consulta popular y referéndum, que debían ser asumidos por el presidente como una oportunidad de rectificación y mejoría, el problema es que los signos de esa comprensión son escasos. Los pocos cambios realizados en el gabinete son más un cambio de fichas entre los que ya estaban ahí que una incorporación de gente nueva, con mayor experiencia y olfato político. El presidente sigue, con honrosas excepciones, gobernando con sus círculos cerrados de amigos y colaboradores cercanos de los barrios y familias pudientes de Guayaquil y Santa Elena.
El problema no es que Noboa exija lealtad. Todo gobernante la necesita. El problema es haberla convertido en el criterio dominante, relegando la excelencia a un segundo plano. La excelencia hace fuerte a un gobierno; la lealtad lo hace seguro. En el Ecuador de hoy, Noboa parece haber elegido solo la segunda, debilitando ambas. Un presidente que confunde fidelidad con capacidad termina gobernando un país complejo con un equipo formado para complacerlo, no para resolver problemas.