Columnista Invitada
Quito: Una agenda mínima para una ciudad al límite
Dra. en Jurisprudencia, Decana de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UDLA, Directora Ejecutiva Participación Ciudadana. Con más de 20 años trabajando temas de democracia, procesos electorales, Transparencia y Diálogo Político.
Actualizada:
Las elecciones seccionales del 2027 están cada vez más cerca, y aunque para algunos parezca prematuro, este es precisamente el momento en el que la ciudadanía debería empezar a debatir con seriedad cuál es la agenda mínima que Quito necesita para tratar de solucionar los múltiples problemas que aquejan a la capital.
La verdad es incómoda pero necesaria: en términos de gestión municipal, Quito es hoy una ciudad que sobrevive sin un proyecto claro de ciudad. Pero no siempre fue así. En 2004, la capital recibió un gran reconocimiento por parte de la UNESCO como ejemplo de ciudad que demostraba una gestión del patrimonio cultural, enfocado en la comunidad. Es decir, alguna vez sí fue posible tener un modelo de gestión territorial eficiente y con visión de futuro.
La comparación de ese Quito con el actual muestra un gran deterioro. ¿Las razones? La sucesión de liderazgos concentrados en lo ideológico más que en planes estratégicos, y que intencionalmente o no, terminaron utilizando a la capital como brazo político del gobierno de turno, funcional en tiempos de campaña electoral. Esa visión altamente politizada, y poco técnica, fue desmontando un modelo de gestión que debió haber sido fortalecido y que, de haberse sostenido, habría llevado a Quito a posicionarse como una ciudad vanguardista en múltiples dimensiones.
Cuando el modelo de gestión de la capital cambió, empezaron las penurias para la ciudad. El Municipio apostó por un engrosamiento burocrático feroz, acompañado de un modelo con un fuerte enfoque estatista, que anuló gran parte de los logros conseguidos. El resultado de este nuevo modelo está a la vista: una ciudad caótica en términos de movilidad; con niveles alarmantes de inseguridad; pésima gestión de la basura; escasos espacios y mecanismos reales de participación ciudadana y con liderazgos constantemente atravesados por la sombra de la corrupción.
Un escenario así amerita que los quiteños se planteen con honestidad y urgencia, qué se puede hacer para tratar de cambiarle el destino a la capital de la república. Y en ese sentido, la sociedad civil -entendida como un colectivo proveniente desde diversos sectores- tiene un rol ineludible: promover una suerte de reflexión colectiva sobre dos aspectos concretos. Primero, debe exigir a las actuales autoridades una rendición de cuentas seria respecto al uso de los recursos municipales, especialmente aquellos que se destinan al mantenimiento del patrimonio de la ciudad. Y segundo, plantear una agenda de temas urgentes, sobre los cuales, obligatoriamente deberían girar los planes de trabajo de los futuros candidatos.
En el 2034, la ciudad cumplirá 500 años de fundación. Sería lamentable que llegue a esa fecha histórica en el mismo estado calamitoso en el que se encuentra hoy. Este aniversario debería ser una razón más para promover una movilización de pensamiento colectivo en torno al futuro de la ciudad.
No obstante, sería un error pensar que la salvación de Quito pasa sólo por elegir un “buen alcalde”. No es así. La salvación de la capital, depende, sobre todo, de la decisión de la colectividad quiteña de reconstruir una noción compartida de ciudad. Sin este mínimo consenso no será posible la articulación de una agenda común mínima para Quito que vaya más allá de intereses personalistas.
Sería provechoso, por ejemplo, que los quiteños impulsen una estrategia de seguridad urbana diferenciada por barrios, acompañada de planes concretos de recuperación del espacio público. Recuperar el modelo de gestión que fuera exitoso antaño, en una versión moderna que incluya planes movilidad y soluciones ambientales sostenibles, podría ser uno de los ejes de este esfuerzo colectivo.
El reto está en lograr que diversos sectores como: empresarios grandes y pequeños; ciudadanos, gremios, académicos y líderes de opinión, encuentren mecanismos de diálogo común e inicien un proceso temprano pero urgente, de repensar la ciudad.
Es momento de que la ciudadanía quiteña deje de ser solo receptora de ofertas electorales irrealizables y asuma el protagonismo imponiendo prioridades. Esto solo es posible construyendo una agenda poderosa y sólida que opere como hoja de ruta para cualquiera que aspire a la Alcaldía. Entonces se podría abrir una luz para Quito porque la elección de Alcalde debe dejar de ser un acto de fe.
Quiteños, ¡quedan convocados!