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El Chef de la Política

Nuestra clase política: cada vez más rupestre y delictiva

Santiago Basabe

Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de "Pescadito Editoriales"

Actualizada:

14 jul 2025 - 05:55

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Rupestre y delictiva. Ahí dos rasgos definitorios de buena parte de la gente que se dedica a la actividad política en Ecuador. No son todos, desde luego, pero cada vez son más. Son tantos que los otros, los que tienen niveles elementales de ética y pulcritud en su comportamiento no piensan dos veces antes de rechazar cualquier invitación a ser parte del servicio público. Razones no les falta. Convivir entre el lumpen y la rapiña organizada no hace bien a nadie pues, tarde o temprano, las malas costumbres y los hábitos reñidos con la ley pasan factura.

Sea por voto popular o por los supuestos concursos de méritos y oposición, quiénes ahora se hacen cargo de administrar los recursos públicos son, prioritariamente, los que gozan de deshonestidad comprobada.

Si ese es el diagnóstico general de lo que ocurre en el país, los hechos de los últimos días, tanto los acaecidos en la legislatura como los que se derivan de la integración del Consejo de la Judicatura, no son sino simples referentes de la podredumbre que nos gobierna. Por eso los calificativos de rupestre y delictiva, como connotativos de nuestra clase política, no son exagerados. Quizás, de hecho, dicen muy poco de lo que en realidad piensa el común de los ciudadanos de estos engendros que ahora nos mal representan en los distintos espacios de toma de decisión pública.

Rupestres, en efecto, porque las normas básicas de relacionamiento político les son desconocidas. Ante ello, resolver las disputas internas de forma pública, entre insultos y amenazas, es la salida que su limitada capacidad de análisis les indica como la mejor opción. Convertirse en portavoces de la discusión propia de una plaza cualquiera es su vocación. Así ganan popularidad, les recomiendan sus asesores, iguales o más primitivos que ellos mismos. Más lamentable aún es el rol de quiénes amplifican la podredumbre. Sedientos de reconocimiento, no hacen discrimen alguno entre lo que es de fondo y lo que no es sino parte de las formas. Llamar la atención a cualquier costo, esa parece ser la guía.

Son delictivos en cuanto a sus comportamientos pues esta repulsiva camada de políticos cada día amplía el listado de hechos sancionados penalmente de los que son parte. Ya no se conforman con atentar contra los recursos públicos, ahora han pasado a otro tipo de delitos, graves, gravísimos, frente a los que el país no puede tener conmiseración alguna. Al respecto, vale la pena evidenciar que no nos podemos dejar engañar con el astuto argumento de la intolerancia a este tipo de hechos oprobiosos pues antes, hace no mucho tiempo, se encargaron de ocultar otros casos de igual o mayor envergadura. Mientras unos se perfeccionan en el comportamiento criminal en las cárceles, otros lo hacen inmiscuyéndose en la vida política activa.

Pero bueno, somos resilientes con el comportamiento rupestre y delictivo. No es que nos gusta, pero le damos cabida. Preferimos mirar a otro lado mientras pasa la boñiga del momento para luego asumir que lo ocurrido fue excepcional, cuando en el fondo sabemos que es parte de un patrón socialmente establecido y cada vez más arraigado. Y ahí vamos, llenando la vida pública de discusiones rupestres, anodinas, superficiales. Y ahí vamos, embebiéndonos cada vez más de delitos execrables y delincuentes repulsivos. Unos están en la Roca, otros en la Asamblea Nacional.

Salidas existen, pero no interesa asumirlas. Es más fácil desgañitarse con el delito del momento y el enfrentamiento de conventillo, como se diría en el sur del continente. Eso da más réditos políticos y periodísticos que una discusión frontal sobre los orígenes de esos desafueros. Hablar de lo profundo de nuestros males, de nuestras falencias estructurales no da votos ni likes; por tanto, no sirve. Volvamos a lo chabacano, a lo nimio. Volvamos a tachar conductas reprochables, delictivas en el amplio sentido de la palabra, pero solamente cuando las comete el de la orilla de enfrente. No hay mucho más que agregar. Es lo que hay y con lo que la ciudadanía tiene que lidiar en el día a día. Rupestres y delictivos. Eso les define.

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