El Chef de la Política
El país necesita hablar más de política

Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip)
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Aunque existe un criterio, que va ganando más adeptos, en el sentido de que a la gente ya no le interesa hablar de política, lo que en realidad necesita el país es que el intercambio de ideas relacionadas con la vida pública se nutra, amplíe y otorgue sentido a la discusión. El peor síntoma del debilitamiento de la democracia es que el debate público se vea reducido a trivialidades, formas y otro tipo de superficialidades.
Vivir en democracia, si es que ese es el ideal ecuatoriano como sociedad, implica que la confrontación de propuestas se ponga en juego. Sin ideas que compitan su apoyo entre la ciudadanía, el régimen democrático se debilita hasta el punto en el que, de un momento a otro, simplemente se lo pierde. Ejemplos de lo dicho existen por montones en América Latina.
Hacer una plegaria por un mayor debate de ideas políticas no implica llamar a la ciudadanía a enfrentarse al gobierno de turno. No, nada más falaz que eso. Asumir que la discrepancia abierta o la crítica constructiva coloca a quienes las proponen como opositores o, peor aún, como conspiradores, es propio de quienes le tienen poca fe a la democracia. Disentir y llegar a acuerdos básicos es la esencia del juego democrático y precisamente por ello es tan difícil mantener y, más aún, fortalecer este régimen político. Lo fácil es el autoritarismo. Ahí nadie tiene opiniones distintas al poder y quien osa diferenciarse simplemente termina con sus huesos en una fosa común o desaparecido.
Fomentar la confianza de la ciudadanía en las instituciones políticas y en el quehacer de quienes las administran es una búsqueda permanente de la convivencia democrática. Sin embargo, este objetivo no se lo consigue con la sumisión absoluta y la obsecuencia sin límites frente a los gobiernos de turno. Esa confianza deriva solamente del buen desempeño y de la transparencia en la gestión pública. Por ello, la ciudadanía, desde sus diferentes espacios, tiene el deber cívico de relievar los logros de los gobernantes, pero también de señalar los aspectos que se podrían mejorar. Poner atención solamente en lo negativo nos convierte en irracionales. Poner atención solamente en lo positivo nos transforma en lacayos. Ni una ni otra opción ayudan a que la democracia florezca.
En momentos en los que es imprescindible propiciar cambios en la vida política y económica es cuando más se observa a las sociedades que quieren llevarlos a cabo por la vía democrática o autoritaria.
Ecuador se encuentra en esa situación actualmente. Una buena parte del país está en la línea de la necesidad de variaciones importantes a las reglas de juego y eso es valorable. En lo que no hay consensos es en las formas. Unos han optado por someterse sin ningún derecho de inventario a lo que el poder señale como lo más conveniente para el país. Otros, que también están de acuerdo en la generación de cambios, pero sin dejar de lado la criticidad, empiezan a ser tachados. Hay que tener mucho cuidado con ese tipo de discriminación entre unos actores y otros pues se puede terminar reeditando el pasado inmediato que es, paradójicamente, lo que se quiere dejar de lado.
En coyunturas como la actual, la ciudadanía tiene que estar atenta y desconfiar tanto de los que se oponen a todo, sin criterio alguno, y que se encuentran bien identificados, como de los que cumplen el lamentable rol de simples reproductores de las ideas que nacen desde el poder político. Unos y otros, en lo de fondo, son autoritarios. Ambos rechazan el debate, se molestan con la opinión contraria y, en definitiva, sienten fastidio con la presencia de voces disidentes. Aunque provengan de líneas ideológicas distintas, unos y otros están unidos por el cordón umbilical del amor filial al patrón, al cacique, al redentor. Al final, unos y otros, están embebidos en la cultura hacendataria que, en Ecuador, desafortunadamente, nunca dejó de marcar el destino de la vida pública.
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El país necesita hablar más de política. El país necesita más ideas que puedan apoyar cambios que mejoren la vida de la población. Oponerse a todo lo que proponen los gobiernos, así como apoyar incondicionalmente todo lo que emana del poder es peligroso y, en definitiva, contribuye a que la democracia muera. No permitamos eso. Tenemos experiencias recientes y sería de ingenuos repetirlas.
Tan autoritario es el que se opone a toda propuesta de gobierno como el que la apoya sin ningún espacio para la crítica. Ambos atentan a la democracia.