Eclipse del poder constituyente en democracias bastardas

Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
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“El Salvador, pequeña nación de América Central, conocida por sus playas en el océano Pacífico, los sitios de surf y el paisaje montañoso. 21.041 km², Gobierno: Presidencialismo. República constitucional” (Google).
El caso reciente de El Salvador ilustra con claridad el gran fracaso político de la civilización: el eclipse del poder constituyente en democracias bastardas. Una Corte Constitucional, nombrada por una Asamblea controlada por el Ejecutivo, reinterpreta la Constitución para habilitar la reelección inmediata e indefinida del presidente Bukele, pese a su prohibición constitucional expresa. El poder constituido suplanta al poder constituyente sin consulta al soberano, y todo por el éxito de haber ganado o casi la lucha contra el poder criminal de las Maras.
No se trata solamente de agradecer al gobierno: se trata de eternizarlo en el poder. Se tuerce el derecho para que sirva a un solo nombre. Y el pueblo, reducido a aclamador en lugar de ciudadano, pierde la capacidad de renovar el pacto. Su voto dejará de fundar y comenzará a ratificar.
El poder constituyente es el acto inaugural por el cual un pueblo se reconoce soberano y establece las reglas de su convivencia. No es un poder derivado, ni delegado, ni repetible: es el fundamento del derecho y el origen legítimo del orden político. Cuando el poder constituido —Ejecutivo, Legislativo, Judicial o Corte Constitucional— usurpa esta facultad —“interpretándolo” al antojo del poder detentador—, deja de ser delegado o derivado y pasa a ser usurpador.
El pueblo, entonces, ya no constituye: solo confirma. Ya no delibera: aplaude en solitario. Ya no funda: solo repite. La soberanía queda en manos del aparato que debía servirla. Solo el pueblo, como sujeto soberano, tiene la facultad de fundar o reformar el orden político. Cuando el poder constituido —sea gobierno, corte o asamblea— se arroga esa facultad sin mandato directo, usurpa el origen mismo de la legitimidad democrática
Es, entonces, cuando el poder constituido ha asesinado al poder constituyente —el efecto se apropia de la causa— y comienza el mundo al revés de la democracia bastarda. El poder concentrado, perpetuado y reverenciado no es una forma de modernidad institucional. Es una regresión arcaica: del gobernante al macho alfa y del pueblo a la manada.
Desde Chávez y Maduro hasta Putin en Rusia, Ortega, Evo Morales, Rafael Correa —frustrado por consulta en 2018—, Erdoğan en Turquía, Viktor Orbán en Hungría, Alexander Lukashenko en Bielorrusia, entre otros, la figura es reconocible.
A quienes lean estas palabras, en otros tiempos o en otras ruinas, les digo:
Cuiden la democracia como se cuida el fuego en una noche gélida. Cuiden del derecho, cuiden de la alternancia, cuiden del poder que no quiere irse. Porque cuando la legalidad se tuerce y la voz se silencia, el futuro ya no se construye: se hereda bajo amenaza.
Que nunca más un gobernante diga que es la encarnación del pueblo. Que nunca más una Constitución sea escrita para un nombre propio. Que nunca más la obediencia sustituya al juicio del soberano. Que nunca más el pueblo camine con el voto en la mano y la soberanía vacía.
La democracia es una llama frágil. Pero aún encendida, puede iluminar los siglos. No la dejen morir en el silencio…Y cuando todo parezca perdido, que se recuerde: el poder originario, que es el pueblo, no muere, solo espera.