De la Vida Real
Mi encuentro con Kristy y sus 700 recetas

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Siempre que uno busca una cosa, encuentra algo más interesante. Siento que buscar es solo el pretexto que nos da el subconsciente para toparnos con una sorpresa que, sin querer, nos cambia el destino.
Estaba buscando un libro sobre talleres de escritura. Es un libro complicadísimo de entender, pero acudo a él de vez en cuando. En medio de esa búsqueda intensa, llena de angustia y frustración, me topé cara a cara con el tomo I de Cocinemos con Kristy. '700 recetas recogidas y fáciles de preparar', dice la portada. Y en la contraportada, una publicidad de una computadora con la frase: “La receta tecnológica ideal para el hogar”.
El libro está viejísimo, con las páginas amarillas, hecho pedazos. Creo que jamás lo he abierto, porque las hojas están pegadas con masa y manchas de aceite. ¿Por qué tengo este libro? No sé. Por un momento pensé que tal vez era de mi abuela, pero no me acuerdo que me haya regalado. Tal vez me traje de la casa de mi mamá, pero ella jamás me ha preguntado si tengo el libro.
Me puse a ojearlo. Primero, porque soy obsesiva con ver cómo está editado cada libro que cae en mis manos: el tipo de papel, la letra, si es cosido o pegado, y la hoja de créditos. Me fijo en todo. Luego, sí, me fijo en el contenido.
Abrí esta reliquia y, en la página izquierda, dice “Nueva edición”, y en la derecha: “Este libro ha sido escrito con el afán de ayudar a las amas de casa en la diaria labor de preparar el menú para su familia y, por esta razón, las recetas que en él constan han sido varias veces experimentadas y luego redactadas con exactitud y sencillez, de manera que aún la joven inexperta pueda utilizarlas con éxito”.
¿Quién es esta mujer?, pensé. A lo largo de mi vida he escuchado muchas veces: “¡Qué delicia de comida! Me dijo que la receta está en el libro de Krysty”. O también: “En el libro de Krysty está la receta”. Para mí, ese libro siempre fue un mito.
Hace años, en un supermercado, me compré el tomo II, la portada es color verde limón. La única receta que he hecho de ahí es una llamada Carlota rápida: gelatina, leche y huevos en la licuadora. Me salió una delicia.
Sentada en el piso, me puse a leer. Descubrí que es mucho más que un recetario: es un legado histórico. Se me abrió un portal desconocido hacia la cocina, hacia una gastronomía, que se me había escapado. Desde que me casé, pensar todos los días qué hacer de comida ha sido un martirio.
Soy pésima siguiendo instrucciones. He visto recetas rápidas en YouTube, en apps y en programas de televisión, pero nunca tengo todos los ingredientes ni sigo los pasos tal cual. Mi cocina va como salga. A veces salen delicias que jamás puedo repetir, y otras veces… bueno, en mi casa se come con el lema: “No se desperdicia. Se come porque lo preparé”.
Pero leer este libro tranquilo, ver los ingredientes, la preparación pausada, fue como entrar en un mundo tridimensional donde entendí que la cocina también puede ser calma, paz, sabor a la medida. Seguir los pasos no debe ser tan complicado, pensé.
Antes, en la época de las abuelas, la comida no era rápida. No se pensaba en calorías ni en si el aceite causaba inflamación. Se cocinaba con dedicación, con gusto, pensando en el resultado final. Mientras pasaba las páginas, me imaginaba a quienes cocinaban con este libro: veían qué había en la despensa, abrían el libro de Krysty y se ponían manos a la obra. Sin drama.
Me quedé impresionada con la cantidad de formas de preparar hígado de res. O con la infinidad de recetas con yuca. No solo cocinada o en torta. Hay hasta una receta de carne con Coca-Cola. Ahora entiendo lo que tantas veces escuché: “Todas las recetas del libro de Krysty salen bien. Y son deliciosas”.
¿Cómo una mujer pudo sacar 700 recetas en un solo tomo? Y en el tomo II hay 750 más.
Gracias, Kristy, por permitirme entrar en su época y en su sabiduría gastronómica. Por explicar con calma, sencillez y simpatía el proceso de cocinar.
Hoy cocinamos rápido, rodeados de prejuicios, con miedo al azúcar, al gluten, al aceite y a la sal. Se come con culpa, se cocina con ansiedad. Antes se cocinaba para compartir, para dar gusto al comensal. Ese arte parece estar desapareciendo. Ya ni siquiera hacemos un buen locro o un caldo de patas preparado en la casa. Para comer esos platos típicos hay que ir a un restaurante. Tal vez abrir un viejo libro de recetas sea una forma de recuperar un poco de paz. Total, seguir los pasos no toma tanto tiempo. Bueno, eso creo.