De la Vida Real
Nosotros, los Wolf

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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En el Ecuador, el apellido Wolf aparece escrito en la geografía: En un colegio, un volcán, una isla, un mapa que orienta a viajeros. En Alemania, en cambio, la memoria de Theodor Wolf casi no existe. Este contraste es el punto de partida del documental Nosotros, los Wolf, de 1h 38 min de duración, dirigido por Darío Aguirre, cineasta y tataranieto del explorador, quien vive en Alemania hace más de 21 años.
¿Pero quién es el responsable de traer este apellido al Ecuador?
Theodor Wolf nació en 1841 en Alemania y llegó al país en 1870, contratado por el gobierno de Gabriel García Moreno para hacer investigaciones geológicas y cartográficas.
Fue profesor de Geología y Mineralogía en la Politécnica y en la Universidad Central, y se convirtió en el primer geólogo oficial del Ecuador. Recorrió todo el territorio nacional montado en un burro y trabajó como topógrafo, midiendo haciendas y montañas. Tenía muchísimo conocimiento de matemáticas, así que se dedicó a calcular tierras mediante un sistema de triangulación. Creo que no le fue nada mal, porque en el documental se cuenta que compró tierras que dejó en herencia a sus hijos.
En el Ecuador, Wolf fue un hombre importante que dejó más de una huella, a pesar de que en Alemania casi nadie sabe quién es ni qué hizo. Al comienzo del documental parece que el tema central es rendirle un homenaje al tatarabuelo, pero la historia se transforma en una investigación íntima sobre el orgullo, la negación y los silencios que atraviesan la historia familiar. No quiero spoilear demasiado, pero dejó más de 500 descendientes directos en este país.
El documental utiliza un recurso lindísimo: una voz en off que lee el diario de Theodor Wolf. Mientras escuchamos ese idioma tan fuerte e inentendible para nosotros, la pantalla se llena de imágenes de Quito, de montañas, de ríos y de iglesias. El contraste entre la escritura íntima y la visualidad actual del país es una de las fuerzas de este cortometraje: Wolf era un tipo solitario que no tenía con quién conversar, y un siglo más tarde encuentra, a alguien que le da voz y a muchos que leen la traducción de lo que escribió. Por primera vez es leído y escuchado.
La familia, sin embargo, es un territorio inestable. Wolf se juntó primero con Jacinta Pasaguay, con quien tuvo dos hijos, y luego con su hermana Rosario, con quien tuvo tres hijos más. Ese hecho, aparentemente anecdótico, se convierte en otro símbolo de un linaje fragmentado.
Jacinta es indígena, solo se sabe de ella por las actas de nacimiento de sus hijos. Da la impresión de que su existencia resulta incómoda para una rama de los Wolf, porque recuerda un origen que muchos prefieren negar: descender directamente de una mujer indígena. Ese silencio, ese intento de borrar el apellido Pasaguay, termina convirtiéndose en un ruido que atraviesa todo el documental.
Jacinta se vuelve el símbolo más poderoso de la historia. La omisión no es solo un gesto privado, sino una metáfora de un país entero, donde la memoria indígena suele ser borrada de los relatos oficiales. En esa negación se refleja una forma de colonialismo que no se quedó en los mapas, sino que Wolf también lo escribió en su diario.
Aguirre, al igual que su tatarabuelo, deja una huella: una marca que quedará para siempre en el registro de este documental. “Todos nosotros descendemos de alguien”.
Se nota también que el documental fue rodado en plena pandemia, porque muchos aparecen con mascarillas. Ese dato se vuelve simbólico: las crisis siempre dejan rastros de historia difíciles de ocultar. Son detalles que delatan una época.
El guión evita caer en la nostalgia y se concentra en mostrar cómo se construyen las narrativas de pertenencia. Aguirre no solo se dedicó a revisar documentos, sino que confronta la incomodidad de ser heredero de un apellido ilustre y, al mismo tiempo, descendiente de un origen anulado. La tensión entre orgullo y vergüenza se convierte en el verdadero motor del documental. Y este efecto está tan bien logrado que no suena a queja, reproche ni victimización. Se exponen hechos de un pensamiento colectivo que sigue presente.
Hay un dato histórico que no me cuadró: si la historia se desarrolla en Guayaquil, ¿por qué muestran a las hermanas Pasaguay como indígenas de la sierra?
Nosotros, los Wolf no es solo la historia de un explorador alemán en Ecuador, ni únicamente un documental familiar. Es un ensayo sobre la manera en que se escribe la historia: qué se incluye, qué se niega, qué se transforma en símbolo. Aguirre convierte la cámara en una herramienta para revisar un mapa incompleto que va mucho más allá de lo geográfico, donde las líneas trazadas por Wolf no alcanzan a cubrir todas las sombras.