De la Vida Real
Una novela para leer despacio

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Una de las cosas que más me gusta es entrar a las librerías y ver qué hay de novedades y, de paso, revisar cómo están los libros de nuestra editorial.
Hace más de un año, junto al libro de mi papá, Hablagente, vi un grueso volumen que me llamó la atención por su portada. Leí la contraportada y, aunque sé que no debo seguir comprando libros, no pude evitarlo: fui a la caja y salí con uno nuevo. Debo confesar que al principio me daba pereza leerlo por lo gordo que era, pero apenas empecé no pude parar. Sentía que estaba comiendo una golosina.
Para mí, leer El evangelio según Ruth, de Andrés Ortiz Lemos, fue entrar en una historia que me exigía calma. No pude leerla de corrido. Es una novela que pide tiempo, silencio y concentración. Cada frase está escrita con cuidado, cada palabra tiene su peso.
La sinopsis es compleja: ¿Y si Jesús hubiese nacido mujer? Desde esa pregunta, la trama abre un universo simbólico que mezcla historia, espiritualidad y reflexión. María da a luz a una niña, Ruth, que crece para convertirse en la elegida. A través de ella, el libro cuestiona lo que entendemos por lo divino, lo humano y lo femenino.
El autor ecuatoriano tiene formación en teología, historia y ciencias políticas y es doctor en estudios políticos. Esos conocimientos se reflejan en su escritura. No es un escritor que improvisa. El evangelio según Ruth fue publicado en 2023 por Alción Editora, en Córdoba. Tiene 417 páginas. Sí, es extensa, pero no pesada. Su lenguaje fluye con naturalidad. No busca deslumbrar con palabras difíciles, sino decir lo justo con claridad y belleza.
Ruth, la protagonista, predica, cura enfermos y expulsa demonios. Es una mujer que enfrenta la incomprensión y el prejuicio. Para algunos es una santa, para otros, una hereje. Esa tensión entre la fe, la duda y la condena atraviesa toda la historia. No hay respuestas cerradas, solo preguntas que hacen que el lector reflexione. El autor, logra algo poco común: hablar de lo sagrado sin sermonear y de lo humano sin sentimentalismos.
Una de las escenas más potentes es la de la asamblea de las aves. Miles de pájaros se reúnen en la costa de Egipto, movidos por un mismo sueño. Discuten, se contradicen, vuelan, y al final forman en el cielo la figura de una mujer que ha ayunado cuarenta días en el desierto. Es una escena profundamente simbólica. Las aves representan las voces humanas: la fe, el miedo, la violencia y la esperanza. En medio del caos aparece una verdad que solo se revela si el lector se detiene a interpretarla.
Este hecho resume la habilidad del autor para unir lo simbólico con lo real. No es un relato fantástico: es un espejo de los conflictos humanos y de esa búsqueda espiritual que atraviesa toda la novela. Hay belleza, pero también crudeza. Hay contemplación, pero también dolor.
Y hay un ritmo poético de algunos fragmentos. Hay pasajes escritos con el estilo de los salmos, no por su religiosidad, sino por su cadencia. Funcionan como pausas dentro del relato, pequeños cantos que interrumpen la narración y permiten respirar. En ellos, la palabra tiene peso por lo que dice y también por lo que calla.
La novela no evita el sufrimiento. Ruth es humillada, rechazada, golpeada. Pero el autor no busca la lágrima fácil. El dolor no está para conmover, sino para mostrar la fragilidad humana frente a la fe. Es una historia que recuerda que creer no siempre salva: a veces hiere y deja marcas que tardan en sanar.
Por todo eso no leí el libro de un tirón. Lo leí despacio, en calma. Hay párrafos que me invitaban a cerrar el libro y quedarme pensando, como si el autor no se apurara con la trama y confiara en el eco de sus frases.
El evangelio según Ruth me pareció una novela distinta. Su fuerza no está solo en el argumento, sino en la manera de articular la narración. El autor combina historia, misticismo y pensamiento con un estilo sobrio y preciso. No busca adoctrinar ni escandalizar. Invita a mirar la realidad de otra manera.
Leerla fue entrar en un territorio donde la palabra se convierte en experiencia. La belleza está en la pausa, no en la exageración. Es una obra que me dejó huella, no por su tono religioso, sino por su mirada humana. Una novela escrita con rigor y sensibilidad, que logra algo difícil: hablar de la fe sin convertirla en sermón, y del dolor sin victimización.