De la Vida Real
Quito, luz y casualidades

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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El sábado pasado, los hombres de mi familia se fueron al fútbol. Tenían su plan bien armado: ver un partido sin sentido entre El Nacional y la Católica, en el estadio del Independiente del Valle. Nos propusieron acompañarlos a la Amalia y a mí, pero nos negamos.
Nosotras decidimos hacer algo distinto: irnos al Centro Histórico de Quito. Sin un plan concreto, solo con las ganas de caminar. Desde que existe el metro, llegar allá se ha vuelto tan fácil. Ya no hay que lidiar con el tráfico ni con la búsqueda eterna de parqueaderos.
Llegamos a las 9 de la mañana. No sabíamos a dónde ir exactamente. Yo solo quería caminar con calma, porque cuando salimos con los hombres, no me dejan ni preguntar cuánto cuesta una pulsera de hilo. Todo es apuradísimo, aunque no haya ni destino ni horario.
La Amalia es lo opuesto. Ella camina sin apuro, va siempre con calma, como si no existiera el tiempo. Estábamos caminando, despistadas por la calle Sucre, cuando, de repente, vi a una señora de pelo blanco, igualita a mi tía. Pensé: “El clon de mi tía”. Nosotros bajábamos y ella subía, y, con cada paso, se parecía más: el mismo estilo, la misma forma de caminar. Se tropezó tres veces y se chocó unas catorce veces con otras personas. Solo decía “perdón, perdón” y sonreía.
Todo eso pasó en una sola cuadra. Hasta que nos reconocimos. Sí, era mi tía. Estaba buscando la iglesia de La Compañía. Fue uno de esos encuentros inesperados que parecen de película cursi. Nos abrazamos como si no nos hubiéramos visto en años, aunque el jueves anterior habíamos estado juntas.
Nos unimos a su plan sin y entramos, un poco tarde, a una conferencia dictada por Cristóbal Cobo, un investigador que lleva 28 años estudiando los efectos lumínicos en iglesias coloniales. Acababa de publicar su libro 'Quito Solar', con fotografías y resultados de toda esta investigación científica y visual.
Aprendimos que estos efectos son juegos de luz y sombra generados por la posición del sol en fechas clave, como solsticios y equinoccios. Pero no son accidentes: fueron planeados cuidadosamente por arquitectos y religiosos coloniales para provocar experiencias visuales sagradas dentro de los templos.
¿Por qué lo hacían?
- Porque los arquitectos coloniales sabían de astronomía y aplicaban conocimientos tanto indígenas como europeos.
- Porque buscaban reforzar la experiencia mística de los fieles.
- Porque mezclaban símbolos católicos con la cosmovisión andina, en la que el sol (Inti) era divinidad.
- Porque era una forma de marcar el paso del tiempo y entender en qué momento del año estaban.
Esa fue, en esencia, la charla. Cristóbal, con un proyector, nos mostraba imágenes que ilustraban estos fenómenos. Pero lo mejor vino cuando nos dijo: “A las 11 de la mañana bajamos a verlo en vivo”.
A las 11:20, un rayo de sol entró por la cúpula de La Compañía y cayó justo sobre el cuadro del Juicio Final. El fenómeno duró poquitos minutos, pero fue impresionante. La luz convirtió al cuadro en una especie de pantalla divina: los detalles se iluminaban como si alguien los estuviera señalando con una linterna invisible. Las figuras cobraban vida y el mensaje se volvía claro, vibrante. Me quedé maravillada. Ahí es que me da iras no tener un celular con buena cámara. Toma unas fotos pésimas.
La guía nos explicó que, en el solsticio de diciembre, en el cuadro de enfrente —el del Infierno— el diablo se traga la luz del sol. Que ese efecto es alucinante. Solo de imaginarme, ya tengo listo el plan para el solsticio de diciembre.
Lo que me dio pena fue que, justo en ese momento mágico, en La Compañía, hubo un evento formal del Municipio de Quito. La gente estaba sentada en sillas, en vez de estar mirando la magia de los efectos lumínicos, y una señorita daba un discurso con micrófono. No se pudo entender bien la explicación que Cristóbal Cobo nos dio, junto a una guía maravillosa de Quito Eterno. Cuando se terminó el efecto lumínico, se presentaron unos danzantes que transformaron el ambiente. Eso estuvo lindísimo.
Luego esperamos un rato, fuimos a pasear y a comer un delicioso seco de pollo, hasta que fueran las 2 de la tarde e ir a ver el efecto lumínico en la Catedral. Fue lo mejor que hubo. Estábamos distraídas viendo los cuadros, cuando alguien gritó: “¡Miren!”… y la magia sucedió.
Ojalá más personas conozcan estos eventos. Quito guarda estos secretos de luz que solo se revelan en días específicos del año. Vivirlos es sentir que el arte, la ciencia y la espiritualidad se entrelazan, como si el sol supiera exactamente qué mostrarnos y cuándo.