“A veces toca caminar dos horas por un balde de agua”: la dura rutina de una familia del sur de Quito en su octavo día de escasez
En una pequeña casa de madera y zinc, 11 personas sobreviven sin agua potable en Turubamba de Monjas, al sur de Quito, esperando a los tanqueros que llegan en la madrugada o enviando a los más jóvenes a caminar durante horas por otros barrios para conseguir el líquido.

María Juliana Changoluisa, mujer de 70 años que toma agua en su olla, de un balde, para preparar el desayuno, en medio de la crisis de desabastecimiento de agua en el sur de Quito, 17 de julio de 2025.
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El sonido de una sirena no significa emergencia para la familia de María Juliana Changoluisa, significa esperanza. Es la señal de que un tanquero podría estar llegando al barrio Turubamba de Monjas, en la parroquia de Guamaní, al extremo sur de Quito, para repartir agua, en medio de la crisis de desabastecimiento que sufre la ciudad.
En una semana para los moradores de este sector el agua se convirtió en un lujo que se espera de madrugada o se arrastra en baldes durante largas caminatas.
María Juliana, de 70 años, vive con su esposo, hijos y nietos. En total, 11 personas comparten tres habitaciones y un área que hace las veces de sala. Las láminas de zinc del techo están viejas y oxidadas; cuando llueve, el agua se cuela y moja todo. Sus pertenencias están arrumadas en las esquinas.
Esta familia, junto a otras 88.000 grupos familiares del sur de Quito, sufren escasez del recurso desde hace ocho días, por la crisis que comenzó tras el derrumbe que destruyó un tramo de la línea de conducción La Mica–Quito Sur.
Las autoridades municipales prometieron tanqueros y puntos de abastecimiento, pero a los barrios alejados esa ayuda llega de forma esporádica.
“Cuando viene el tanquero es a la 01:00 o 03:00, y si no llega, los jóvenes caminan hasta el parque Nueva Aurora”, cuenta María Juliana, con una voz suave y resignada. El trayecto toma 30 minutos de ida y hasta dos horas de regreso, cargando baldes llenos de agua.
Una casa al borde de la quebrada
La vivienda está levantada al filo de una quebrada. Un improvisado cerco de madera y plásticos reciclados apenas evita que alguien caiga al vacío.
Por dentro, las paredes son de madera y bloque pintadas de negro por el hollín de los años. En una esquina oscura de la cocina se ve una hornilla de leña, que se usa solo cuando consiguen madera seca. En otra esquina, una pequeña cocineta de una hornilla está conectada a un viejo tanque de gas. Sobre una silla cuarteada descansa una olla metálica, lista para preparar lo que haya.
Esta mañana, hirvió agua en una olla, la mezcló con leche y cocoa, y eso fue el desayuno. “Dios les pague a los que han venido a ayudarnos. Siempre me han colaborado, cuando me han visto, siempre me han ayudado”, dice la mujer, sentada junto a su gato gris, su compañero fiel durante el día.
En una pared descascarada se apoya un viejo juego de sala y, a su lado, una mesa sirve de comedor y escritorio escolar.
Sebastián y Joao, ambos de 17 años, son los encargados de traer agua cuando el tanquero no llega. Caminan hasta el parque Nueva Aurora, donde hay un ojo de agua comunitario.
“Nos demoramos unas dos horas, más o menos. Vamos en la tarde, como a las tres o cuatro. A veces el camión llega aquí a la 1 de la mañana. Si no, toca ir abajo”,
Sebastián Changoluisa, nieto de María Juliana.
Joao interrumpe: “Yo preferiría que se vaya la luz antes que quedarnos sin agua”, Sebastián continúa: “Sin agua no se puede hacer nada”. Mientras hablan, muestran las manos marcadas por el peso de los baldes. “Ya nos están creciendo los músculos de los brazos de tanto cargar”, bromea Joao con una sonrisa cansada.

En los últimos ocho días, nadie en la casa se ha bañado. Solo Michael, otro de los nietos, ha podido ir donde una tía para asearse. La ropa se acumula sin lavar. “Nos hace falta agua para bañarnos, para la ropa… para la cocina como sea nos arreglamos. Pero para bañarnos no hay cómo”, dice María Juliana.
Una ayuda insuficiente
Margoth Enríquez, trabajadora social de la Fundación Los Jóvenes del Futuro, visita la casa desde hace tres años. Explica que la familia vive en hacinamiento extremo, con alto riesgo social y estructural.
“Son tres dormitorios para 11 personas. Hay niños, adolescentes y adultos. Además, la casa está en una zona de riesgo. En invierno, podría venirse abajo. Estamos buscando ayuda de la comunidad para construir un espacio extra”
Margoth Enríquez, Fundación Los Jóvenes del Futuro.
La fundación ha apoyado con alimentos y útiles, pero reconoce que el problema es más profundo. “La falta de servicios básicos como agua potable agrava la vulnerabilidad. Sin agua, se multiplican los riesgos de enfermedades y violencia intrafamiliar”, añade Enríquez.
El sur que sigue esperando
La crisis en el sur de Quito cumple ocho días. Los tanqueros enviados por el Municipio no son suficientes para abastecer a todos. Y aunque se anunciaron plantas potabilizadoras portátiles, tanqueros, cisternas móviles, entre otras, en barrios como Turubamba de Monjas no hay señales de una solución inmediata.
“Dios les pague a los que nos han ayudado con algo de comida, pero el agua… esa no hay quién la traiga todos los días”, dice María Juliana, mientras camina entre los corredores de la pequeña casa, acelerada para preparar la olla de leche chocolatada.
Afuera, el callejón que conecta la casa con la vía principal está vacío. Pero más abajo, en otra esquina del barrio, ya se empieza a formar una fila de baldes vacíos. Nadie sabe si esta noche llegará un tanquero o si mañana, o si Sebastián y Joao tendrán que emprender otra caminata para conseguir unos pocos litros.
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