VIDEO | Crisis en el sur de Quito: pobladores sobreviven gracias a los 'ojos de agua' tras seis días de desabastecimiento
Mientras tanqueros y puntos fijos de distribución resultan insuficientes, familias enteras confían en ojos de agua históricos para llenar botellones, cocinar y hasta lavar ropa en plena emergencia.

Ciudadanos lavando la ropa en un ojo de agua ubicado en el sector conocido como El Garrochal, en el sur de la capital. 15 de julio de 2025.
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La fila de baldes, botellones y tachos de basura de múltiples colores forma un zigzag improvisado en la vereda del Parque Ecológico Nueva Aurora. Desde hace más de 30 años, el ojo de agua que se forma allí ha sido el “plan B” de los vecinos cuando hay problemas con el servicio. Hoy, convertido en el salvavidas para cientos de familias, se ha vuelto un punto de encuentro obligado en la crisis que azota a seis parroquias del sur de Quito desde hace seis días.
Aunque el Gobierno Nacional instaló en la zona dos de las tres plantas potabilizadoras portátiles para tratar el agua de la vertiente, los vecinos prefieren no esperar. Mientras se ajustaban filtros y conexiones, decenas de personas seguían llenando baldes, botellas y garrafones con el agua cruda que, dicen, los ha mantenido durante décadas.
“El agua de este ojo nos ha dado de beber siempre. Ahora, sin tanqueros suficientes, ¿qué otra opción tenemos?”, reclama Guillermo Pilamunga, vecino de Nueva Aurora. Él, junto a otros moradores, improvisó un piso de adoquines hace apenas tres días para que la gente no resbale en el lodazal formado por la fila interminable de recipientes.
Un parque ecológico convertido en fuente comunitaria
Pilamunga recuerda que el Parque Ecológico Nueva Aurora costó millones de dólares en administraciones anteriores, pero dice que terminó abandonado y convertido hoy en un punto de abastecimiento improvisado gracias al ojo de agua.
“Por la emergencia han aparecido las autoridades, pero esperamos que no nos dejen botados otra vez”, dice, mientras observa a decenas de familias que siguen llegando y que lo harán incluso en horas de la noche y madrugada para recoger unos cuantos litros de agua.
La escena se repite, con matices propios, en El Garrochal, otro sector del sur que guarda un ojo de agua con historia. Allí, en una esquina, una lona anuncia en letras grandes: “Agua Gratis. Pozo de agua. Acceso peatonal a 200 metros”.

A diferencia de Nueva Aurora, aquí no hay plantas potabilizadoras ni puntos de control. Lo que hay es organización comunitaria y piedras de roca volcánica que sirven de lavandería improvisada desde hace más de medio siglo.
“Aquí siempre hemos lavado la ropa para ahorrar agua en casa, pero ahora vienen más familias. Se nos fue el agua desde el jueves y no ha vuelto”, cuenta María Elena Tigsi, mientras frota prendas de niños sobre la piedra áspera.
Ella pide al Municipio que, al menos, adecúe el lugar con piedras nuevas para que la gente lave “cómoda y dignamente”.
Un tubo improvisado, la solución más eficaz
Israelita Villao, otra vecina, muestra orgullosa el tubo blanco que canaliza el líquido que brota del ojo de agua hasta la calle. Fue instalado en apenas dos horas por los moradores de los conjuntos cercanos, cansados de resbalarse en el barro cargando baldes.
“Si esto hubiera tenido una instalación digna, hoy no estaríamos así. Pero aquí nadie se acuerda del ojo de agua hasta que pasa una desgracia”, dice, sosteniendo un botellón vacío que espera llenar y llevar a su casa.
La fila avanza lenta, pero sin descanso. Un extremo del tubo tiene dos salidas: una más fina para botellones y otra para baldes grandes. Cada familia hace su turno para llenar lo que puede. Algunos improvisan incluso con tachos de basura y los mueven con coches para transportar tanques de gas o carretillas.
“Preferimos el agua de la vertiente antes que la del tanquero. Viene sucia, amarilla, con pelos y grasa. Aquí, al menos, sabemos que esta agüita siempre nos ha servido. Igual la hervimos o le ponemos cloro para los niños”, dice Gladys Salazar, quien recuerda que sus abuelos ya lavaban la ropa aquí hace 50 años.
Tanqueros y puntos fijos: insuficientes y lejanos
Mientras tanto, los puntos fijos de abastecimiento anunciados por el Municipio en la Planta Puengasí y el Tanque Forestal permanecen vacíos y alejados. Sin transporte privado, muchas familias ni siquiera contemplan la posibilidad de recorrer kilómetros cargando agua.
Los hidrantes habilitados para repartir agua tampoco funcionan en la práctica: varios están abandonados o mal ubicados. Y aunque el Municipio asegura haber incrementado la flota de tanqueros a 71, para miles de vecinos la cifra es insuficiente frente a una población afectada que supera las 400.000 personas.

“El agua es el líquido vital. Es un caos total, un desorden. La desesperación hace que la gente venga hasta de madrugada. Aquí vemos que el ojo de agua nos salva más que cualquier tanquero”, insiste Pilamunga, que ha visto a niños, adultos mayores y hasta mascotas rondar la vertiente en busca de agua limpia.
El clamor de la comunidad
Entre baldes, piedras y carretillas, la petición es la misma: que las autoridades miren hacia estos ojos de agua y los adecúen dignamente. Que no sean solo una salida de emergencia, sino una solución real para barrios históricamente olvidados.
“No pedimos lujos. Pedimos piedritas para lavar, un espacio digno, porque aquí venimos a vivir esta necesidad todos los días”, dice María Elena, mientras exprime una camiseta.
La espera para el regreso del agua potable regular, según el Municipio, se prolongará hasta el sábado 19 de julio como fecha tentativa. Hasta entonces, cada gota que brota de una vertiente comunitaria seguirá siendo oro para los habitantes del sur de Quito.
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