El alquiler que expulsa; la 'gran mudanza' de migrantes que 'huyen' de Nueva York y Nueva Jersey a Connecticut o Pensilvania
El aumento del costo del alquiler y otros temores, expulsan a migrantes ecuatorianos de una de las regiones más caras de Estados Unidos.

Una imagen referencial desde la zona de West York, en Nueva Jersey, desde donde se observan los rascacielos de Nueva York. Las dos zonas están separadas por el río Hudson.
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AFP
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NUEVA YORK. Todo empezó con un sobre bajo la puerta, en un dos cuartos con cocina compartida en Queens: contrato próximo a vencer y alquiler al alza. Paola hizo lo que hace cualquier persona cuando le cambian el número: abrió la calculadora del celular. Sumó, restó, volvió a sumar. No alcanzaba. Intentó otro departamento en el mismo barrio en Nueva York —para no cambiar a los hijos de escuela ni ella de empleo—, pero los precios ya no hablaban su idioma. Con la fecha encima, abrió el mapa hacia Nueva Jersey. Encontró algo en Paterson. No era la ciudad que había imaginado para una mudanza; era la que podía pagar.
Pidió prestado —primero a una amiga, luego a un primo— para juntar depósito, cajas, camión y gasolina en un solo fin de semana. Cruzó el Hudson. “Duele dejar lo que ya conoces —dice—, pero seguir en Queens era quedarme sin aire cada mes”. En Nueva Jersey el arriendo es menor y el espacio no se siente castigo; el tren, en cambio, se come una porción del día. “Pero al final sobra algo —así sea poquito—. Y cuando sobra un poco, uno vuelve a sentirse persona”.
Según los datos públicos del Censo (ACS) y la encuesta de vivienda de la ciudad (HVS), Nueva York siguió cara incluso cuando en otros lugares del país los alquileres empezaban a bajar. Los departamentos bien conectados —cerca del metro o del bus— siguen con poca oferta y precios altos. Del otro lado del río pasa casi lo mismo: Nueva Jersey ya no funciona como refugio barato sino como parte del mismo problema. Las cifras de población lo reflejan: el estado viene perdiendo residentes hacia otros lugares de Estados Unidos y se sostiene solo porque sigue llegando inmigración de fuera.
El respiro —cuando llega— no está a una parada de metro, sino a dos o tres horas de carretera. Pueblos en Pensilvania como Allentown, Bethlehem, Reading, South Philadelphia o Upper Darby ofrecen algo que Nueva York y Nueva Jersey ya no dan: alquileres menos costosos y una comunidad que funciona como soporte: quien llegó antes te dice dónde comprar, a quién alquilar y quién cuida niños. El alquiler de una casa de tres habitaciones, un baño, yarda y jardín puede costar entre 2.500 y 3.000 dólares. “En Nueva York pagaba lo mismo por un departamento que tenía que compartir con otros amigos más”, advierte Paola.

Mario y Rocío —dos niños, nueve años en Elizabeth— hicieron el movimiento a Allentown, Pensilvania, como quien opera sin anestesia. “Solo el camión un día fueron 92 dólares”, dice ella. “Más gasolina y peajes. Depósito y primer mes: 2.800. El fee del señor que nos ‘consiguió’ la casa: 300. La cama “casi nueva” comprada en Marketplace: 250. Todo en una semana”. Él dejó un turno estable; ella perdió un daycare accesible. “Pero ahora el número cuadra. Antes no cerraba nunca”, resume él.
Ese salto no lo dictan brokers ni portales: lo dicta la red fina que ya salió primero. Iglesias, primas, audio de WhatsApp, capturas de pantalla de habitaciones en Allentown o sótanos en Upper Darby. Migrar dentro del país es seguir el rastro de quienes ya descubrieron dónde se puede respirar un poco más barato —y un poco más tranquilo—.
La tranquilidad es un concepto con subtexto. Nadie nombra a ICE, pero todos insinúan el clima. “Allá preguntan demasiado. Aquí uno vive más tranquilo”, dijo un ecuatoriano que dejó Nueva York y terminó en un pueblo de Connecticut. No aclaró quién pregunta ni con qué chaleco. No hace falta. El lector conoce el significado sin que aparezcan las siglas.
Migrar sin aeropuerto
Los hijos cargan primero lo que no figura en las cuentas: cambian de bus, de maestros y de compañeros, y deben volver a desenvolverse en un entorno nuevo. “En Elizabeth (NJ) mi hijo ya hablaba y preguntaba en clase; acá se quedó callado dos meses”, dice Rocío. Los adultos también se reacomodan: él dejó un turno estable en logística; ella perdió el daycare accesible y tomó otro empleo con horarios irregulares. Aun así, el mes por fin cierra: con un alquiler más bajo reactivaron las remesas que habían suspendido. Migrar dentro de Estados Unidos es un exilio sin aeropuerto: no se cambia el pasaporte, se cambia la vida.

“El 40% de mis clientes no se muda para cambiar de estatus”—resume Ximena Herrera, agente informal de bienes y raíces que acompaña mudanzas de Nueva York a Nueva Jersey y de allí a Pennsylvania o Connecticut.
“La mayoría se muda para volver a respirar. Cuando la renta baja, aunque sea 200 dólares, reaparece el oxígeno: la gente vuelve a mandar dinero, a dormir, a planificar”.
Ximena Herrera, agente informal de bienes y raíces en Nueva York
Su diagnóstico viene de ver cientos de transiciones en ruta: el movimiento no nace del deseo, nace de la necesidad de recomponer el mes.
El patrón no es anecdótico. Según datos del Censo, Nueva York perdió más de 300.000 residentes por migración interna entre 2019 y 2021, y Nueva Jersey volvió a registrar en 2024 una salida neta superior a 35.000 personas hacia otros estados. No son valijas en aeropuertos: son mudanzas en U-Haul y acuerdos de arrendamiento que no se renuevan.
Cambiar de estado no siempre significa ganar estatus; a veces significa algo más simple y más civilizado: volver a tener margen para vivir, mandar dinero, dormir y no temer al fin de mes o a “los hombres del chaleco”. La doble frontera del alquiler —primero Nueva York o Nueva Jersey, luego Pensilvania o Connecticut— no separa geografía sino posibilidad: quien la cruza no abandona un sueño, evita que se oxide.
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