Bajo el mismo techo, mundos distintos: familias ecuatorianas en Estados Unidos divididas por el estatus migratorio
La brecha de estatus redefine derechos, oportunidades y la rutina de cada hogar en los Estados Unidos.

Estatus migratorios distintos: pasaporte ecuatoriano, otro estadounidense, una solicitud de asilo y DACA conviven en un mismo hogar migrante.17 de julio de 2025
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PRIMICIAS
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En el pequeño departamento de dos habitaciones en el Bronx donde vive la familia Lema, el desayuno del domingo se sirve como en muchos hogares ecuatorianos en Nueva York: tortillas de verde, café negro y noticieros en español de fondo. Pero apenas amanece el lunes, la sincronía se rompe y los ritmos se bifurcan. En ese mismo apartamento, conviven tres realidades migratorias muy distintas.
Patricia, la madre, de 47 años, es la primera en salir. Antes de que amanezca, ya va camino a Queens, donde trabaja en un restaurante cuatro veces por semana. No tiene papeles y su ruta está marcada por el sigilo: cambia de trenes si siente que alguien la observa demasiado, evita hablar por teléfono en español en espacios públicos y lleva consigo solo efectivo.
Horas después, Diego, el hijo mayor, de 23 años, cierra la puerta rumbo a la universidad. Ciudadano estadounidense por nacimiento, camina tranquilo, con audífonos puestos y su identificación en la mochila. No teme a redadas ni controles. Su estatus lo blinda.
Carmen, la sobrina de 24 años, se queda en casa teletrabajando. Tiene DACA, el programa que protege temporalmente a quienes llegaron siendo niños. Puede trabajar legalmente, pero su futuro depende de cada decisión judicial o administrativa que se tome en Washington. A veces, su productividad se ve atravesada por la ansiedad de no saber qué pasará con su permiso de trabajo al final del año.
A mediodía, los tres se escriben por WhatsApp para coordinar la cena. Desde afuera, son una familia ecuatoriana unida, esforzada, integrada. Pero dentro del hogar, cada uno vive con un nivel de libertad, riesgo y oportunidades distinto. Lo que los une es el afecto y la historia compartida; lo que los separa, en ocasiones, es un número en un documento que nunca llega.
Una diferencia que crea tensiones y ansiedad
Varias familias ecuatorianas en Estados Unidos están fragmentadas no por la distancia, sino por el estatus migratorio. Conviven juntos ciudadanos, indocumentados, con DACA o en espera de asilo, y esa convivencia, lejos de ser armónica, está cargada de temores, silencios y decisiones forzadas.
Según datos del Migration Policy Institute, en 2023 residían más de 522.000 ecuatorianos en Estados Unidos, de los cuales al menos 110.000 estaban en condición irregular. Nueva York y Nueva Jersey concentran cerca del 40% de esa población, lo que los convierte en epicentros de historias como la de los Lema.
“Es como vivir con una doble conciencia”, explica Carmen, quien recibió DACA en 2013, lo que le permitió trabajar legalmente y estudiar enfermería.
“Puedo tener licencia, empleo, pero no puedo salir del país. Y si mis tíos no tienen papeles, no pueden ni siquiera viajar dentro del país en avión. Vivimos en el mismo lugar, pero el mundo de cada uno es distinto”.
Carmen, migrante ecuatoriana
Esa diferencia crea tensiones y obliga a negociar incluso las decisiones más simples. Por ejemplo, mientras los hijos ciudadanos pueden participar en viajes escolares o solicitar becas, sus padres no pueden acompañarlos a ciertos eventos, ni siquiera inscribirlos sin temor a ser detectados por autoridades migratorias. En el caso de Patricia, fue su hijo Diego quien tuvo que firmar el contrato de arrendamiento de su nuevo apartamento, ya que ella no posee un número de seguro social.

José, primo de Carmen y recién llegado desde Cuenca, duerme en un sofá cama improvisado en la sala. Presentó su solicitud de asilo hace seis meses y ahora espera respuesta. “No puedo trabajar legalmente, pero igual salgo todos los días a buscar lo que salga. Es duro depender de otros, pero es más duro no poder ayudar en la casa”, dice. Cada viernes manda algo de dinero a su esposa y su hija en Ecuador, aunque sea poco.
Ese gesto no es aislado. A pesar de la incertidumbre, muchos migrantes ecuatorianos sostienen a sus familias en Ecuador. Durante el primer trimestre del 2025, el país recibió más de USD 1300 millones en remesas desde Estados Unidos.
Andrea Ocaña, consultora en derechos humanos y movilidad, lo explica: “Las familias mixtas viven una constante disonancia legal y emocional. Cada miembro tiene acceso desigual a derechos fundamentales como la educación, la salud o el empleo, lo que no solo afecta la dinámica económica del hogar, sino también el vínculo emocional entre todos. Estas diferencias generan ansiedad, incluso en aspectos cotidianos: desde planear un viaje familiar hasta decidir quién firma un contrato o acompaña al médico”
En barrios como Corona, Queens, o Union City, en Nueva Jersey, es común encontrar hogares donde un miembro trabaja con papeles y los demás lo hacen en la informalidad, sin cobertura médica ni protección laboral. Esa precariedad refuerza los roles tradicionales de género y limita las opciones de movilidad social.
Según datos de ICE, entre 2020 y 2024 hubo más de 4.500 ecuatorianos detenidos o deportados desde Estados Unidos, la mayoría en redadas o por detenciones de tránsito. Esa amenaza obliga a muchas familias a evitar los espacios públicos, a no denunciar abusos y a vivir en un estado de alerta permanente.
Pero no todo es desesperanza. Organizaciones como Make the Road NY o CUNY Citizenship Now, ofrecen asesoría gratuita para regularizar estatus migratorio, renovar DACA o iniciar procesos de ciudadanía. Y algunos jóvenes, como Carmen, se han convertido en puentes dentro de sus familias: “Yo lleno formularios, traduzco cartas, acompaño a mis primos a cualquier trámite. Soy como la traductora legal del hogar”, dice entre risas.
Esa tarde, en el mismo departamento del Bronx, Diego regresa de clases con una pizza bajo el brazo, Patricia llega cansada, José acomoda sus botas llenas de polvo y Carmen cierra su laptop tras una jornada remota. Comparten la mesa, comentan las noticias, se ríen de un video viral. Desde fuera, todo parece normal. Pero al final del día, cuando cada uno entra a su cuarto, también entra a un país distinto. En una casa de dos habitaciones, conviven cuatro formas de estar en Estados Unidos. Bajo el mismo techo, pero en mundos paralelos.
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