Diez maneras de reconocer a un guayaco en Nueva York
Del encebollado en la mañana al “ñañito” que suena en la Quinta avenida: cómo los guayaquileños conquistan Nueva York sin perder su sabor.

En la orilla del Hudson, el guayaquileño Carlos González y su familia. El fútbol es uno de los motores que cohesionan a los guayaquileños en Nueva York.
- Foto
Cortesía
Autor:
Actualizada:
Compartir:
NUEVA YORK. Por las calles de Queens, en los parques de New Jersey o entre los puestos del Bronx, los guayaquileños se reconocen entre sí sin necesidad de pasaporte. Da igual si llevan años viviendo en Estados Unidos o si acaban de aterrizar: hay un gesto, una palabra o un aroma que los delata. Estas son diez señales infalibles para detectar a un guayaquileño en Nueva York, incluso entre la multitud.
- 1
Se le reconoce por el saludo antes que por el acento
Compartir:
Un guayaco no pasa desapercibido: entra con un “¿cómo va, mi ñaño?” que se escucha desde la otra mesa. No importa si está en un deli de Queens o en un parque de Union City; saluda con una mezcla de confianza y alegría que desarma a cualquiera. Mientras otros migrantes hablan bajito o con cautela, el guayaco conversa como si conociera a todo el barrio. En una ciudad donde todos parecen apurados, él se toma un segundo para preguntar por la familia, el trabajo o el calor que tanto extraña.
- 2
Dice “ñañito” a todo el mundo, incluso al cajero del deli
Compartir:
El guayaquileño no puede evitarlo: “ñañito” es su unidad de medida emocional. Lo usa con amigos, desconocidos y, a veces, hasta con el guardia del edificio. Si un guayaco te dice “ñañito”, ya estás dentro de su círculo de confianza.
- 3
Tiene un radar para el verde
Compartir:
Donde otros ven plátanos, él ve patacones, bolones o tigrillo. Puede detectar un racimo maduro desde la otra esquina del supermercado y lo defiende como si fuera oro. Hay quienes aseguran que un guayaco puede medir la calidad del verde solo con oler la cáscara.
- 4
Los domingos son sagrados: hay encebollado, no brunch
Compartir:
Mientras el estadounidense hace fila para un brunch con mimosas, el guayaquileño busca su encebollado de confianza. No va a cualquier restaurante. Lo consigue en un local de su entera confianza. Sabe que no hay resaca que no cure una buena combinación de albacora, cebolla, yuca y limón.

- 5
Si ve un río, busca el Malecón
Compartir:
Puede estar frente al Hudson, al East River o al Bronx River: igual mira el agua con el mismo gesto con que miraría el Guayas. “Aquí falta la Perla”, suele decir, como si esperara ver al Cerro Santa Ana asomarse entre los rascacielos.
- 6
Su tono de voz es GPS cultural
Compartir:
Aunque lleve diez años en Nueva York, el guayaco no disfraza su acento. Habla rápido, con risa larga y deja escapar expresiones que solo otro guayaco entiende, como el “chuta”, y cada frase suena como si viniera con fondo musical. El guayaco no conversa, anima la escena.
- 7
Lleva a Guayaquil en la camiseta (literalmente)
Compartir:
Tiene una camiseta de Barcelona o de Emelec —o ambas, si no teme al escándalo, y en su familia hay aficionados de ambos equipos. El fútbol en él no es pasatiempo: es fe, conversación y desafío. Si hay Clásico del Astillero, lo sigue por streaming desde el teléfono, aunque esté limpiando, conduciendo o cocinando.

- 8
El clima no le amilana, solo lo hace extrañar el calor
Compartir:
Los inviernos de Nueva York le duelen en los huesos, pero el guayaco no pierde el buen humor. Sale con tres abrigos encima, bufanda y guantes, y aún así dice: “Esto no es nada, en Guayaquil el calor te abrazaba”. Lo dice con nostalgia, no con reproche.
- 9
Su casa huele a café pasado
Compartir:
La nostalgia del guayaco se mide en olores. Al entrar en su departamento, siempre hay aroma a café recién colado, a pescado frito o a seco de pollo. Entre la ventana y la estufa suele haber una planta de albahaca o un pequeño racimo de guineos en la cocina.
- 10
No importa dónde esté: el 9 de octubre se viste de celeste y blanco
Compartir:
En Nueva York, en New Jersey o en Connecticut, el guayaco celebra las fiestas de independencia del 9 de octubre como si el Malecón se hubiera mudado al norte. Se reúne con otros guayacos, ondea la bandera, canta el himno de la ciudad y dice, con una sonrisa que desafía la distancia: “¡Viva Guayaquil, carajo!”
En medio del ruido de la ciudad, el guayaco no se mimetiza: se multiplica. Su acento, su comida, su forma de saludar o de reír son pequeñas victorias de identidad. Cada vez que prepara un bolón o enseña a pronunciar “Guayaquil” a un neoyorquino, reconstruye un pedazo de su puerto. Porque donde hay un guayaco, hay calor, hay bulla y, sobre todo, hay historia.
Compartir: