A veces quedarse en Ecuador es la única opción: así es el silencioso fenómeno de la inmovilidad
Una investigación de Ayuda en Acción revela las condiciones de cientos de personas en Ecuador que, pese a sus deseos de migrar o mejorar su vida, permanecen donde están por obligación.

Gladys Perachimba, madre de familia dedicada a la ganadería, agricultura y más oficios en Otavalo, provincia de Imbabura, 25 de junio de 2025.
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En el debate sobre la migración, los titulares suelen enfocarse en quienes salen o llegan. Pero hay un grupo cuya situación rara vez aparece en la agenda pública: las personas que no se pueden mover. Gente que desearía emigrar para mejorar sus condiciones de vida, pero algo se lo impide.
La inmovilidad es un fenómeno silencioso, pero frecuente, y en Ecuador (especialmente en provincias como Imbabura) afecta tanto a población local como a migrantes que se quedaron porque no les quedó otra opción.
La Fundación Ayuda en Acción ha estudiado este fenómeno. “La inmovilidad no es una decisión, muchas veces es una imposición”, explica Estefanía Gómez, vocera de la organización.
“Nos referimos a personas que, aunque quieren moverse, dentro o fuera del país, no pueden hacerlo por falta de recursos, por responsabilidades familiares o por condiciones que las frenan”.
Estefanía Gómez,
En Ecuador, según el estudio de Ayuda en Acción, la inmovilidad tiene múltiples rostros. El más común es el de mujeres jefas de hogar, muchas veces solas, con varios roles a cuestas: cuidadoras, proveedoras, madres.
También están quienes ya migraron y ahora se quedan en el país por razones de estabilidad o porque el trauma migratorio previo les impide intentarlo de nuevo.
Una de ellas es Gladys Perachimba, de 37 años, quien vive desde hace dos décadas en la comunidad San Agustín de Cajas, en Otavalo. A pesar de trabajar intensamente en ganadería, agricultura, porcicultura y apicultura, su principal preocupación es el futuro de sus hijos.
“He pensado salir del país por el bienestar de ellos. Mi hija perdió un año de estudio por falta de cupo (...) Solicité los pasaportes para ellos en diciembre y hasta ahora no tengo respuesta”.
Gladys Perachimba, madre de familia.
Gladys no se queda porque quiera. Se queda porque no puede irse. Y ese sentimiento se repite, sobre todo entre mujeres. “Muchas quisieran migrar, pero al tener a su cargo el cuidado de hijos, padres o abuelos, se ven forzadas a quedarse”, dice Gómez. “Eso crea frustración y, a veces, un sentimiento de fracaso”.
La historia de Mileidi Orozco, una migrante venezolana de 30 años que llegó a Ecuador en 2019, es distinta. Ella y su esposo decidieron salir de Venezuela en busca de una oportunidad económica. “Queríamos crecer, tener un negocio propio”, recuerda. Con apoyo de la fundación que los acogió, crearon TecnoSystem, un emprendimiento de servicio técnico en Ibarra. Hoy se sienten parte de la ciudad. “Cuando obtuve mi cédula, lloré. Dije: ya soy ecuatoriana”.
Su esposo, Antonio José Pérez, también venezolano, pasó por momentos duros al inicio. Trabajó en las minas de Buenos Aires (Imbabura), en condiciones riesgosas, antes de asentarse en Ibarra.

Ahora repara dispositivos electrónicos y apoya a su esposa con la venta de almuerzos. “Por más que me duela dejar mi país, mis hijos son primero. No me gustaría que pasen por lo que yo pasé”, afirma. Para él, Ecuador es ya su hogar definitivo.
Según el estudio de Ayuda en Acción, en Imbabura al menos el 56% de los casos analizados corresponde a personas que no se movilizan porque no pueden. La mayoría son mujeres, jóvenes o familias que ya han sido desplazadas una vez. Y, aunque tienen aspiraciones de emigrar o mejorar sus condiciones, enfrentan un sistema que no les ofrece alternativas reales.
La inmovilidad es, entonces, una mezcla de pobreza, responsabilidades familiares, falta de acceso a documentación y ausencia de oportunidades. “Cuando alguien se queda, no siempre es por arraigo o por decisión; muchas veces es porque no hay otra salida”, concluye Gómez.
Mientras la discusión pública sigue girando en torno a quienes migran, se prevé que miles de personas en Ecuador, como Gladys, Mileidi o Antonio, muestran que quedarse también es parte del fenómeno migratorio. Y que, para comprenderlo del todo, hay que empezar a hablar (por fin) de la inmovilidad.
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