Del 'qué linda debe ser la nieve' al frío total: cómo vivieron migrantes ecuatorianos sus primeras Navidades en Estados Unidos

NUEVA YORK. “Mis primeras Navidades aquí en Nueva York se parecieron al montaje de una obra de teatro”, afirma Cata. “Al comienzo te dejas sorprender: las casas iluminadas, la nieve, todo parece nuevo. Pero cuando esa novedad pasa, te quedas con otra cosa”. En ese momento —explica— el frío cambia de sentido, Ya no es poético, sino real, el que te quema la boca, las orejas. Las luces, dice, empiezan a sentirse ajenas, como si decoraran una ciudad prestada. Habla con tono sereno, sin disimular la nostalgia. 

Recuerda que durante toda la noche estuvo pendiente de Ecuador, midiendo el tiempo. Miró el reloj varias veces: a las diez de la noche, calculó, en Quito ya debían estar apurando a todos para sentarse a la mesa; en su casa la cena siempre era antes de la medianoche. Se preguntó si habrían ido todos los que confirmaron, si alguien llegó tarde, si faltó una silla. Había llegado a Nueva York desde Quito en octubre de 2020. Tiene 36 años, es actriz y durante más de ocho años trabajó en departamentos de cultura del Estado, entrenada para leer escenas y detectar cuando algo no termina de encajar, asegura. En esa —su primera Navidad lejos— lo que pesó no fue la falta de invitaciones, sino la certeza de que su gente estaba a miles de millas, sentada en otra mesa, con otros ruidos de fondo. Aceptó una cena, participó en las fotos, sonrió cuando tocaba. “La tristeza no tenía que ver con estar sola —aclara—, sino con no compartir ese momento con los míos”.

La fecha operó como recordatorio. El decorado estaba completo —árboles, luces, música—, pero el vínculo no. Intentó habitar la escena, quedarse un rato más, acompañar el ritmo. La emoción, sin embargo, quedó suspendida. Algo intermedio, difícil de nombrar, que marca el pulso de estas celebraciones en otro país.

• ¿Viaja dentro de Estados Unidos para Navidad y fin de año? Una guía para migrantes con dudas de qué papeles llevar 

Una red ecuatoriana la sostuvo

Verónica, guayaquileña de 32 años, llegó a Queens pocos meses antes y vivió una Navidad distinta. La red ecuatoriana del barrio la acogió con naturalidad: la reunión apareció casi sin avisar, alguien preparó arroz con choclo, otro llevó ají, una familia abrió su sala para quienes no tenían dónde pasar la noche. Para ella fue un punto de apoyo. “Yo temía pasar ese día en blanco”, cuenta. No reemplazó a su familia, pero le dio orden a un día que le pesaba. Llamó a su madre desde la cocina, le mostró a los invitados y le hizo sentir que estaba bien.

Su tristeza también estuvo, pero circuló por otros canales. “Me sostuvo estar con gente. Aunque no fueran los míos, eran de mi país. Eso ayudó”, dice.

• 'Son semanas clave y puedes hacer más plata'; trabajar de madrugada en diciembre, dura estrategia de migrantes en Estados Unidos 

'No podía vivir dos Navidades'

Alejandra, mantense de 42 años, eligió otra estrategia. Llegó en septiembre del 2021 y, desde el primer diciembre, decidió sostener las costumbres de su madre: encender velas cada tarde, poner el arbolito y el nacimiento, rezar el adviento, conectarse con sus amigas casi a diario. Incluso se las arregló para organizar un amigo secreto a distancia, con regalos comprados en Manta y enviados por terceros. “Era mi forma de no sentir que todo había cambiado”.

Pero pronto la rutina empezó a pesarle. Las videollamadas coincidían menos, el horario resultaba incómodo, la persistencia por “hacer diciembre igual que antes” comenzó a sentirse artificial. “Estaba viviendo dos Navidades al mismo tiempo”, dice. Terminó adaptando el calendario, uno o dos rezos, una caminata nocturna, una cena pequeña con conocidos

“Cuando llegas acá, te aferras a los amigos, a lo conocido, pero parte del entrenamiento y adaptación es aceptar que ya no perteneces a los mismos espacios”.

Alejandra, mantense que vive en Nueva York

'Mientras estás ocupado no piensas mucho'

Carlos, cuencano de 41 años, llegó a Nueva Jersey casi en la misma época. Su enfoque fue el contrario: mantener la fecha en un plano práctico. Aceptó la invitación de un grupo de paisanos, comió, ofreció manejar de regreso. “Mientras estás ocupado, no piensas mucho”, resume. No buscó refugio emocional ni intentó sostener tradiciones. “Yo solo quería que pasara”. No llamó a Ecuador esa noche; no era el momento, dice. Volvió a trabajar temprano al día siguiente.

Según datos de la U.S. Census Bureau, casi tres de cada diez inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos llegaron en los últimos cinco años, un periodo en el que las redes afectivas están aún en construcción y los empleos —frecuentemente temporales o fragmentados— limitan los tiempos de celebración. 

La psicóloga Andrea Mite, explica que la primera Navidad “no duele por falta de planes, sino por la distancia de los vínculos significativos”. El cerebro —dice— asocia estas fechas con estabilidad emocional, con rituales aprendidos desde la infancia. “Y cuando ese marco desaparece, la persona siente que está en un escenario que reconoce, pero cuya historia no domina”.

• Guía de invierno para migrantes; estos son derechos básicos al alquilar en Estados Unidos

Tres recomendaciones para la nostalgia

Mite sostiene que no existen formas correctas o incorrectas de vivir ese primer diciembre, pero sí tres recomendaciones que ayudan a transitarlo sin quedar atrapado en la incomodidad.

La primera: nombrar lo que se siente, sin compararlo con la experiencia de otros migrantes.

La segunda: crear un gesto propio, pequeño y flexible —una receta, una llamada, una caminata— que permita darle sentido al día sin replicar exactamente la Navidad del país de origen.

La tercera: evitar tomar decisiones estructurales, como renunciar al trabajo o plantearse volver al país, durante esos días de alta carga emocional. “La Navidad no es diagnóstico”, advierte.

Cata reconoce que la tristeza no le hablaba de su presente, sino de la distancia. Verónica agradece haber tenido un lugar donde sentarse esa noche. Alejandra aprendió a ajustar rituales sin perderlos del todo. Carlos prefiere recordar poco esa escena.

La primera Navidad después de migrar no define el camino. Solo muestra, que la reconstrucción emocional —como la vida misma en un país nuevo— avanza a ritmos distintos. Lo demás, lo que se convertirá en costumbre, vendrá después.