"No me fui, me quedé en todos lados": Ecuatorianos que migraron, pero "nunca se fueron"
Migrantes ecuatorianos gestionan negocios, propiedades y proyectos familiares desde Estados Unidos.

Elizabeth paga los servicios básicos de su casa en Ecuador, puntualmente todos los 12 de cada mes.
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Selene Cevallos
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Nueva York - Nueva Jersey: "“Uno nunca se va del todo si el corazón y el dinero siguen allá”. Eso dice Alberto Sánchez con media sonrisa, mientras en una pantalla rota de celular vigila su pequeño bazar en Quevedo. El toldo azul, las vitrinas de golosinas, los estantes con útiles escolares. Todo sigue en su lugar gracias a su cuñado, que es como el gerente general no oficial. Alberto vive en Nueva Jersey desde hace quince años. Trabaja pintando casas y va cada Navidad a Ecuador a “hacer cuentas, arreglar cosas y ver cómo va todo”. Su WhatsApp es una especie de oficina remota del bazar: aprueba compras, gestiona reparaciones, y de paso, saluda a la clientela habitual que aún lo recuerda.
A simple vista, podría parecer que emigró. Pero ni él lo cree del todo. “Yo estoy allá más que aquí. Aquí solo vivo. Allá es donde sigo estando”.
Este es el caso de muchos migrantes ecuatorianos que, a pesar de haber cruzado fronteras hace una década o más, mantienen pies, cabeza o al menos bolsillos en su país de origen. Casas que se arriendan, negocios que se manejan por WhatsApp, causas sociales que se financian desde la distancia, hasta cuentas de luz que se pagan cada mes con puntualidad casi religiosa. Según datos del Banco Central del Ecuador, en 2023 los migrantes enviaron más de 6.539,8 millones de dólares en remesas, una cifra histórica que representa casi el 5,3% del PIB nacional.
Pero las remesas no son solo dinero: son también vínculos, decisiones, preocupaciones y planes a largo plazo. “No somos exiliados emocionales”, dice Elizabeth desde su apartamento en Long Island – New York. “Aquí estoy ganándome lo del día. Pero mi ingreso real viene de Ecuador”.
Elizabeth llegó hace cuatro años. Tiene 50, no domina el inglés y se considera “muy vieja para aprender cosas nuevas”. Hace trabajos de medio tiempo como mesera, pero su verdadero sustento está en las afueras de Quito, donde tiene una oficina y una casa que arrienda por piso. “Los inquilinos me pagan por transferencia y con eso me alcanza para vivir aquí, aunque sea apretada. Pero si me pides que deje de pensar en Ecuador, no puedo. Mi vida está dividida en dos países”.
Es una diáspora que no ha roto del todo el cordón umbilical con su tierra. Más bien lo ha estirado. Y en muchos casos, ese vínculo es tan práctico como emocional. David, por ejemplo, vive en Atlanta y financia desde allá un proyecto comunitario en Manabí para llevar agua potable a una comuna pesquera. “No es caridad, es que mi mamá vive ahí. Y si no lo hago yo, nadie lo hace”.

Rosalía, en cambio, vive en New Jersey y acaba de invertir en un terreno agrícola en la provincia de Los Ríos. Su hermano cultiva plátano y cacao, y ella, desde su celular, revisa cotizaciones, gestiona ventas y planea ampliar la siembra. “A veces me toca levantarme a las 5:00 para hablar con clientes en Ecuador. Aquí nadie entiende eso, pero es como tener dos vidas paralelas. Allá soy productora. Aquí soy niñera.”
Como explica Andrea Ocaña, especialista en cultura y fenómenos sociales, “muchos migrantes prefieren seguir invirtiendo en Ecuador porque aquí tienen redes, confianza y conocimiento del terreno. Además, no siempre encuentran en el país de destino las condiciones para emprender o crecer económicamente, ya sea por su estatus migratorio, el idioma o la falta de títulos convalidados”.
Este fenómeno rompe con la narrativa simplista de “irse y no volver”. La migración, en estos casos, no es fuga sino expansión. Como tener el cuerpo aquí, pero el alma en horario ecuatoriano. De ahí que muchos digan “sigo en Ecuador”, aunque tengan la Green Card en la cartera.
Rosalía concluye: “Y si algún día me canso de estar aquí, pues tengo a dónde volver. Allá no soy extranjera”. O como dice Alberto mientras cuelga una llamada de WhatsApp a su cuñado gerente: “Me vine a Estados Unidos a medias, porque nunca me fui del todo".
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