Después de conseguir el permiso de trabajo, los migrantes ecuatorianos afrontan nuevos desafíos en Estados Unidos
Han recibido autorización para trabajar, pero aún no la residencia. En ese limbo, los migrantes reinventan su vida entre el miedo a la corte y la urgencia de sostenerse en un país ajeno.

Dui forma parte del creciente número de ecuatorianos que trabajan en el sector logístico en Estados Unidos, repartiendo paquetes en barrios residenciales y zonas comerciales de Nueva York.
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El sobre llegó una mañana de septiembre, sin fanfarria. Dentro, un número de Seguro Social y un permiso de trabajo: dos documentos que, en teoría, cambian el destino del destinatario. Dui lo abrió con las manos temblorosas en su pequeño cuarto de Union City, Nueva Jersey.
Dui llevaba casi ocho meses esperando esa carta. “Pensé que ese día todo empezaría de nuevo”, dice. Pero la nueva vida no llega de golpe. En Estados Unidos, los papeles abren una puerta, pero el idioma, los impuestos y el crédito forman parte del proceso de aprender a caminar al otro lado.
La historia se repite entre los ecuatorianos que viven en Nueva York y Nueva Jersey, donde cada sobre del Servicio de Inmigración (USCIS) se abre con una mezcla de esperanza y temor. Puede ser la aprobación del permiso de trabajo o una nueva cita ante la corte; nunca se sabe.
La mayoría son solicitantes de asilo que ya superaron la primera etapa —el permiso para laborar legalmente—, pero aún esperan una respuesta definitiva sobre su caso. La espera puede durar años. Mientras tanto, aprenden a moverse en un sistema que mide la confianza con puntajes de crédito y formularios, no con la palabra.
Estados Unidos concedió 54.350 asilos en 2023, según el Departamento de Seguridad Nacional. Es una cifra que refleja el aumento de solicitudes, pero también el peso de las vidas suspendidas. La mayoría llega buscando refugio; pocos imaginan que el verdadero desafío empieza cuando termina el trámite. En un país donde el historial financiero vale tanto como el pasaporte, tener documentación que habilite a trabajar legalmente es apenas la primera llave de un edificio lleno de cerrojos.
Inglés fluido y experiencia, requisitos inevitables
María, contadora en Guayaquil y ahora residente de Queens, obtuvo su permiso en 2024. “Pensé que iba a poder trabajar en una oficina, pero me pedían inglés fluido, experiencia local y estudios universitarios avalados”, cuenta. Trabaja limpiando oficinas, estudia inglés por las noches y paga impuestos sin saber si podrá recuperar algo en la próxima declaración. “El permiso me dio tranquilidad, pero también miedo: ya no hay excusas, ahora tengo que entenderlo todo.”
Dui, en cambio, recibió su permiso de trabajo y al día siguiente se lanzó a buscar empleo. Rellenó formularios en Indeed, LinkedIn, Facebook y hasta Craigslist. Buscaba algo cercano a lo que hacía en Ecuador, pero adaptado a su realidad: un trabajo que valorara su experiencia, aunque no hablara inglés perfectamente. “Me dije: el papel abre una puerta, pero el idioma abre otra.” Su rutina ahora es una mezcla de turnos laborales, clases nocturnas y tutoriales en YouTube sobre cómo declarar impuestos o ahorrar en Estados Unidos.
Luis, que vive en el Bronx, y tiene un caso de asilo pendiente. Trabaja en atención al cliente y paga 1.100 dólares por un estudio que comparte con otro ecuatoriano. “El casero me pidió tres meses de depósito porque no tenía crédito”, recuerda. Con su salario de 58.000 dólares al año, el margen para ahorrar es mínimo. “La estabilidad aquí no depende del permiso, sino del puntaje de crédito. Y eso toma años.”
Declarar impuestos fue, para muchos, el verdadero rito de paso hacia la adultez americana. Dui lo intentó por su cuenta, convencido de que un café cargado y un tutorial de TikTok bastarían. Abrió el formulario del IRS, leyó la primera línea y se sintió frente a un jeroglífico egipcio con código fiscal.
“Decían que era fácil, pero hasta las palabras daban miedo: deduction, withholding, adjusted gross income… Parecía una receta para fracasar”, bromea. Terminó apagando el ordenador y pagando a un preparador latino que, entre risas, le dijo: “Tranquilo, mijito, todos empezamos así: declarando a ciegas y rezando que no te rechacen el documento”.
La economista Ana Menéndez dice que adaptarse al sistema estadounidense es un proceso más de aprendizaje que de obstáculos. “Construir crédito, entender los impuestos o mejorar el inglés no son barreras, sino pasos hacia la estabilidad”, explica. “Cada formulario y cada pago puntual se convierten en señales de arraigo, pequeñas victorias que, con el tiempo, abren puertas reales".
El inglés, de hecho, es la frontera más silenciosa. Los solicitantes de asilo pueden trabajar, pero sin fluidez pierden oportunidades, ascienden lentamente y dependen de redes informales. Dui lo vive en carne propia: “A veces entiendo lo que me piden, pero no sé cómo responder. Es frustrante. El inglés no es solo un idioma: es la llave del respeto.”
Algunos bancos comunitarios y cooperativas latinas han empezado a ofrecer soluciones pensadas para los recién llegados. En Nueva York y Nueva Jersey existen entidades que permiten abrir cuentas de ahorro o débito con documentos alternativos —como el pasaporte o el ITIN—, sin exigir número de Seguro Social. Son pequeños pasos, pero fundamentales para quienes buscan estabilidad en medio del limbo migratorio. Tener una cuenta bancaria o una tarjeta asegurada es, para muchos, el primer símbolo de pertenencia al sistema.
El reto de la educación financiera
La asesora financiera ecuatoriana Belén González, radicada en Nueva York, afirma que la educación financiera es parte esencial de ese proceso de adaptación. “Aprender cómo funciona el sistema te da libertad —explica—. Te permite proteger lo que ganas, cuidar a tu familia y dejar de vivir con miedo al futuro”. Cada dólar bien administrado, añade, representa una forma de arraigo: no solo se trata de trabajar, sino de aprender a construir la vida que ese permiso promete.
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En las noches, Dui estudia los verbos irregulares en inglés, María repasa tutoriales sobre impuestos y Luis revisa los anuncios de apartamentos. Ninguno tiene la residencia todavía, pero los tres avanzan con una paciencia obstinada. “El papel fue el primer paso”, dice María. “Ahora toca construir la vida que prometía.”
Y así, los ecuatorianos que lograron su permiso temporal descubren que el asilo no es un punto de llegada, sino el inicio de una segunda migración: la de aprender a vivir en el idioma y el sistema de otro país.
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