Así es una redada contra migrantes en una fábrica de Nueva York, contada por un trabajador ecuatoriano
Sin placas, sin logos. Los carros llegan casi al unísono a un conjunto de fábricas pequeñas donde latinos empacan chocolates y caramelos para mayoristas. Ha empezado una redada del ICE en Nueva York. Así lo vivió un migrante ecuatoriano.

Una mirada desde Brooklyn, en Nueva York, una ciudad en donde en las últimas semanas se han intensificado las redadas del ICE contra vendedores ambulantes y en fábricas, en la búsqueda de migrantes indocumentados.
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AFP
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NUEVA YORK. Las redadas han vuelto a aparecer en la vida cotidiana estadounidense con la misma lógica con la que cae la nieve: nadie se sorprende, pero impacta. En las últimas semanas, organizaciones de defensa de migrantes reportaron operativos en varios estados. En Nueva York, incluso en Chinatown, agentes detuvieron a trabajadores ambulantes apostados en las calles. El patrón se repite: llegan y separan en minutos a quienes pueden acreditar estatus de quienes no.
En paralelo, el caso de Mónica Moreta —ciudadana ecuatoriana detenida en la Corte de Manhattan tras acudir a una audiencia— reforzó la percepción de vulnerabilidad entre trabajadores migrantes, aun cuando mantienen empleo o procesos legales activos. La deportación dejó de ser un episodio excepcional para convertirse en una variable del turno.
Con ese telón, Franklin -nombre protegido- se detuvo aquella mañana frente a una fábrica de caramelos en Queens sin saber que los siguientes minutos le iban a enseñar cómo se ejecuta una deportación en tiempo real.
Franklin tiene 38 años y salió de Ecuador hace tres. Lleva papeles en regla para trabajar —una autorización temporal que depende de una audiencia futura— y maneja una ruta de entregas en Nueva York para una empresa logística. A veces atiende residencias; ese día le tocaba el tramo comercial: un conjunto de fábricas pequeñas donde latinos empacan chocolates y caramelos para mayoristas.
Llegó a la bodega como siempre: firma, foto del paquete, puerta lateral. Nada lo preparó para el desfile silencioso de carros que aparecieron detrás de él. Primero uno. Luego otro. Después otro más. Sin placas. Sin logos. Solo el ruido seco del motor encendido y puertas que se abren y cierran al unísono.
“Ahí caí en cuenta”, recuerda Franklin. “Los chalecos me lo confirmaron: Eran los de ICE”. Bajaron en bloque, nadie corrió, nadie gritó. Era una irrupción sin estridencia, como si alguien hubiera apagado la banda sonora de una escena de persecución. Los agentes entraron por la puerta principal de la fábrica y el portón del estacionamiento se cerró. Franklin ya no podía salir.
Se quedó parado junto a un guardia —un latino también— que no parecía sorprendido. Dijo que era la tercera en el barrio en dos semanas.
“Ahora no se llevan a todos. Entran, revisan y les ponen una cinta en la muñeca a los que sí pueden trabajar. Los otros se quedan adentro. Luego los sacan al bus gris”.
Guardia de seguridad de una fábrica en Queens, Nueva York
Franklin respiró hondo. Aunque tenía autorización legal, el cuerpo le reaccionó como si no la tuviera. El miedo no diferencia estatus migratorio: baja por la espalda, tensa la mandíbula. Ordena silencio.

Minutos después empezaron a salir. En fila. Sin hablar. Con la mirada fija.
“Solo están dejando salir a los que tienen pulsera”, dijo el guardia. Después, casi en susurro, añadió: “Los otros se quedan adentro… ya sabes por qué…” Franklin no vio a nadie subir al bus gris, pero entendió la aritmética del procedimiento: los que no puedan documentar estatus terminarán allí.
Y fue entonces cuando pensó, no en leyes sino en hogares: en los hijos que esa noche esperarían a alguien que no vuelve, en las cenas que se enfriarían sobre mesas en silencio, en los celulares que sonarían hasta que alguien comprendiera que ya no habría respuesta. La deportación empezaba ahí: en la expectativa muerta del otro lado de la puerta.
El guardia comentó, casi como dato administrativo, que esa fábrica era “conveniente” porque pagaba por debajo del mínimo y permitía horas extra sin límite. El intercambio era brutal pero funcional: mano de obra barata a cambio de un ingreso. La vulnerabilidad convertida en modelo de negocio.

Cuando el portón volvió a abrirse, Franklin no arrancó de inmediato. Se quedó un minuto con el motor apagado, repasando la escena y pensando en la angustia de quienes -sin haberlos visto-sabía que serían llevados en el bus gris. Luego encendió el motor, puso la marcha en drive y volvió a repartir cajas. Afuera, todo siguió igual; por dentro, no. “Pensé en llamar a alguien, a un consulado quizás, pero no sabía de qué país eran —¿a qué embajada iba a marcar?”, dice.
Al día siguiente, la ruta fue la misma. Como si trabajar bastara. Pero él ya había visto una redada y eso, en Estados Unidos, también te cambia el estatus por dentro.
Derechos de los migrantes en Estados Unidos
En Estados Unidos, toda persona extranjera detenida por inmigración tiene derecho a contactar a su consulado, o a que un oficial lo notifique, y existen líneas de atención para ubicar a detenidos y reportar condiciones en centros de ICE. Diferentes consulados de Ecuador en Estados Unidos ofrecen asistencia consular gratuita a ecuatorianos detenidos o en proceso de deportación —la recomendación oficial es contactar de inmediato a la oficina consular o a la dirección zonal correspondiente para registrar el caso y activar apoyo.
Si conoce alguien en esta situación, puede contactar al número de emergencia del Consulado de Ecuador en Nueva York: +1 7185171571 o buscar información en su página web https://www.cancilleria.gob.ec/newyork/
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