Remedios, WhatsApp y fe: cómo cuidan su salud los migrantes ecuatorianos fuera del sistema sanitario
Ante la falta de seguro médico y por el temor a ser deportados, muchos migrantes recurren a remedios caseros, consultas virtuales con médicos en Ecuador y redes comunitarias.

Ecuatorianos optan por recetas caceras para recuperarse de varias enfermedades.
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Selene Cevallos
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Nueva York, Estados Unidos: En una sala modesta de un centro comunitario en el Bronx, una mujer ecuatoriana muestra un frasco de jarabe comprado en una tienda hispana. “Es para la tos de mi hijo”, dice, “no tengo seguro, y si lo llevo al hospital, ¿quién paga?”.
Ella, como tantos otros migrantes, ha aprendido a improvisar entre remedios caseros, consultas por WhatsApp con médicos de Ecuador y la paciencia forzada de esperar que el cuerpo sane solo. No es que no se enfermen: es que no se permiten enfermarse.
El acceso a servicios de salud para varios ecuatorianos migrantes en Estados Unidos es, más que limitado, una constante negociación entre el miedo, la necesidad y la invisibilidad. Se calcula que más de 250.000 ecuatorianos viven en Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut. Muchos de ellos sin documentos, y por tanto, sin acceso al sistema de salud formal.
“Es como entrar a un laberinto sin mapa y con los ojos vendados”, agrega Sonia L., coordinadora de programas de salud en una fundación para migrantes en Nueva York, mientras acomoda unas cajas de mascarillas y folletos informativos en español. “Para entender el camino que recorren nuestros migrantes, primero hay que entender cómo está construido el sistema”.
Sonia lo explica con calma, como quien ya ha tenido que repetir esta historia cientos de veces. "La salud es un servicio que se compra. No existe algo como la atención médica gratuita y universal”, dice. “Aquí, ir al doctor es como pagar la renta o hacer el súper: si no tienes con qué, simplemente no vas”.

Los hospitales están obligados a atender emergencias, sí, pero lo que viene después puede ser aún más doloroso: una factura impagable. “Nos llegan personas que deben miles de dólares por una caída, una apendicitis o el parto de su hijo”, comenta Sonia. “Y sin papeles, no puedes aplicar a seguro médico en la mayoría de los estados".
Una simple gripe —de esas que en Ecuador se tratan con té de limón, una llamada al doctor y mucho mentol— puede convertirse en un lujo que pocos pueden pagar. Una visita a urgencias sin seguro médico puede costar entre USD 500 y USD 1.500, dependiendo del hospital y los exámenes necesarios.
Si hay fiebre alta, se suma una radiografía para descartar neumonía (unos USD 300), análisis de sangre (otros 150), medicamentos recetados (entre 50 y 100) y transporte. Una noche en el hospital puede superar los USD 3.000. “Y eso sin contar si te dejan hospitalizado”, dice Sonia. “Una infección mal tratada puede costarte el salario de medio año”.
Ella habla sin dramatismos, con la firmeza de quien ha visto el problema de cerca. “No es que la gente no quiera cuidarse. Es que el sistema no está pensado para que todos podamos entrar. Por eso, desde las comunidades, intentamos abrir pequeñas puertas donde el sistema solo ve muros”.

Las barreras no son solo legales o económicas: son emocionales. Desde que se debilitaron las políticas que protegían a hospitales y escuelas como “lugares sensibles” para la comunidad migrante, la incertidumbre ha crecido. “La gente tiene miedo de ir a un hospital y que alguien llame a migración. Ya no se sienten seguros en ningún lado”, explica Carmen Gualoto, empleada de un centro de salud en Nueva Jersey.
En esa brecha, organizaciones comunitarias han levantado redes de protección. Make the Road New York, Mixteca, El Centro del Inmigrante y clínicas como Callen-Lorde o The Floating Hospital ofrecen servicios de salud adaptados a quienes no califican para seguros o temen ser rastreados. “Vemos adultos mayores que llevan años con presión alta sin medicarse, niños con caries severas, mujeres embarazadas que no tienen control prenatal”, explica Lucía, enfermera voluntaria.
El médico del barrio
En Queens, un doctor es llamado por muchos “el doctor de los migrantes”, atiende a quien llegue, sin preguntar por estatus migratorio ni pedir seguros. Aunque su especialidad es medicina general, lo buscan madres con bebés, ancianos con dolores crónicos, adolescentes con ansiedad. “Uno hace lo que puede. Aquí todo el mundo llega con algo acumulado: el dolor, la falta de atención, la angustia”, dice mientras organiza la agenda del día. En su sala de espera, las conversaciones son en español, quichua, y a veces en silencio.
Mariana, una guayaquileña de 29 años, dice que aprendió a identificar los síntomas de sus hijas por internet. “Sé cuándo es solo fiebre o cuando hay que salir corriendo a emergencias. Pero si vas, te endeudas. Y no puedes ni llorar porque hay que trabajar al día siguiente”.
Cada consulta evitada, cada dolor ignorado, cada miedo acumulado, deja una marca invisible pero profunda. Aun así, los migrantes ecuatorianos en Estados Unidos. siguen resistiendo. No porque no duela, sino porque saben que no pueden detenerse.
“Aquí también nos duele”, repiten muchos. Lo dicen con dignidad, con cansancio y con la esperanza —todavía viva— de que algún día estar sano no dependa de un pasaporte.
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