Zapatear en Times Square: los migrantes ecuatorianos mantienen vivas sus raíces a través de la danza
En Nueva York, los ecuatorianos preservan su identidad a través de la danza tradicional al hacer del folklore un puente entre generaciones y culturas.

Andrés Bermeo y el Grupo Allpayana se presentan en Times Square, Nueva York, el 16 de octubre de 2025.
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Por las calles de Queens, distrito de Nueva York, un eco ancestral se abre paso entre el ruido del metro elevado. Suena un sanjuanito, las polleras giran, los pies golpean el suelo con fuerza y alegría. “¡Una vez más, con corazón!”, grita la instructora. En ese salón de ensayo, entre trajes coloridos y acentos mezclados, Ecuador respira. Allí nació Allpayana, una agrupación que ha convertido la danza tradicional en una forma de arraigo y orgullo colectivo lejos de casa.
Allpayana significa "tierra negra" en kichwa, esa tierra fértil donde germina la memoria. Sus directores: Gabriela Pizarro y Christian Pérez, explican que el grupo nació en diciembre de 2024, en Queens, para crear un espacio donde el arte sirviera como puente entre los migrantes ecuatorianos y los ciudadanos estadounidenses. En un entorno tan diverso como Nueva York, su propósito es claro: que el folklore no se apague, sino que se reinvente.
En la ciudad que nunca duerme, los ecuatorianos se mueven al ritmo de su nostalgia. Según el Migration Policy Institute, cerca del 17 % de los latinos en Nueva York tienen raíces ecuatorianas. Muchos llegaron hace años; otros, como Michelle Bermeo, apenas comienzan su historia. A sus 19 años, lleva casi dos bailando en Allpayana. “Cada ritmo, cada vestimenta, cada movimiento cuenta una historia de nuestros antepasados. Para mí, bailar es educar, celebrar e inspirar”, dice con emoción.
El grupo no solo enseña pasos: enseña símbolos. Durante los ensayos, se habla de las fiestas del Inti Raymi, del significado de los pañuelos en el carnaval de Guaranda, de las montoneras y los trajes de Saraguro. “La danza que enseñamos no es un simple espectáculo", explica su director, "sino un acto de memoria. Cada coreografía tiene un mensaje que sostiene la historia de nuestros pueblos”.
Mantener viva una tradición en una ciudad de luces y rascacielos no es tarea fácil. Los trajes típicos viajan en maletas desde Ecuador, los ensayos se realizan en salas alquiladas y muchas veces las presentaciones son voluntarias. “El arte a veces se ve como un pasatiempo", agregan "pero detrás de cada zapateo hay disciplina, investigación y sacrificio”. Aun así, cada función se convierte en un grito de orgullo.
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El grupo ha vivido momentos que trascienden el escenario. En septiembre de 2025 fueron los primeros ecuatorianos en zapatear un sanjuanito en Times Square durante el evento Ecuador ilumina Times Square. Durante el mes de octubre, conmemoraron el Día de la Raza en Estados Unidos y volverán a ese mismo escenario como parte del festival Diwali at Times Square, representando nuevamente al Ecuador. En medio de los carteles luminosos, los bordados andinos recordarán que las raíces también pueden brillar con neón.
“Allpayana no es solo un grupo de danza, es un espacio de sanación”, enfatiza Michelle. Muchos de sus integrantes son jóvenes que emigraron solos o que dejaron a sus familias. “Bailar libera endorfinas y nos ayuda a sobrellevar la tristeza o la ansiedad”, cuentan. En cada ensayo, los cuerpos se alivian del desarraigo y encuentran un lugar donde pertenecer.
A esa red cultural se suman otros colectivos que hacen de Nueva York un escenario de identidad compartida. Entre ellos, destaca la comunidad Shuar de niños llamada Yansur, liderada por Luis Zhispon, que participa en festivales interculturales para mostrar las danzas amazónicas del Ecuador profundo. Sus coreografías, inspiradas en la naturaleza y el espíritu guerrero shuar, fascinan al público neoyorquino por su fuerza y autenticidad.

“La cultura es nuestra mejor carta de presentación"
Diana Loja, gestora cultural ecuatoriana radicada en Nueva York, ha sido una de las principales promotoras de estos espacios. “Cada vez que el público ve nuestras danzas o escucha nuestras canciones, noto una emoción profunda, cuenta. Es como si, por unos minutos, viajaran de regreso a nuestra tierra”. Muchos lloran, gritan “¡Viva el Ecuador!” o cantan con el alma. “Ese instante lo vale todo”, confiesa.
En los festivales que organiza, no solo se presentan agrupaciones de danza. También participan artistas plásticos, como Iliana Herrera, profesora de la Universidad Técnica Particular de Loja, que viaja cada año para exponer obras visuales y donar su tiempo al arte migrante. Diana ofrece estos espacios sin costo para artesanos y cocineros ecuatorianos. “Creo que la cultura debe ser una oportunidad, no una carga económica”, asegura
Además, apoya económicamente a las agrupaciones para que puedan costear sus trajes y transporte. “Sería maravilloso que el Gobierno ecuatoriano cree una ley que facilite el envío de estos vestuarios culturales sin tantas trabas aduaneras”, propone. “Nuestros artistas son embajadores del país, mantienen viva su esencia en cada escenario del mundo”
Su trabajo también se ha extendido a New Jersey, donde colabora con organizaciones locales y gobiernos municipales. Ha impulsado becas para jóvenes gestores culturales y programas en tres idiomas, español, inglés y kichwa, para que las nuevas generaciones migrantes crezcan conectadas con su herencia. “La cultura es nuestra mejor carta de presentación. A través del arte mostramos que Ecuador está vivo en cada color, cada canción y cada corazón”, dice Loja
Estas iniciativas, que combinan danza, artes visuales y gastronomía, forman parte de un fenómeno mayor: el renacimiento cultural de la diáspora ecuatoriana en Estados Unidos. Ya no se trata solo de sobrevivir económicamente, sino de reconstruir comunidad y orgullo desde el arte.
Quizás por eso, cuando los tambores resuenan y los niños Shuar agitan sus lanzas simbólicas, cuando las polleras giran en Times Square o cuando los migrantes corean un pasillo en Queens, algo sucede. Las luces del norte se mezclan con la memoria del sur, y la distancia se acorta. En cada golpe de zapato, Ecuador baila para no olvidarse de sí mismo.
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