Taxista que murió en explosión de coche bomba en Guayaquil “no era el que grababa, paren con los insultos”, dice su hermano
Wellington Benítez, de 54 años, taxista desde hace dos décadas, murió en la explosión del Mall del Sol. Su hermano aclara que no era quien grababa el video y pide respeto por una familia que hoy queda huérfana y destrozada.

Familiares del taxista que murió la noche del 14 de octubre, en un atentado con coche bomba en Guayaquil, llegó a la morgue de la Policía.
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Cesar Munoz
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Wellington Benítez trabajaba como taxista desde hace 20 años. Murió en el mismo lugar donde hacía base cada día -frente al Mall del Sol- cuando un vehículo explotó la tarde del martes 14 de octubre.
“¿Fue él el que sale en el video? No. Los que lo conocemos sabemos que el de la imagen no es él. Mi hermano estaba al frente”, dice a PRIMICIAS su hermano, Christian Bravo. “La persona que grababa está en una casa de salud con heridas graves", aclaró.
Bravo pide detener el linchamiento en redes: “Le dicen ‘sapo’, ‘curioso’. Detrás de ese video hay una familia destrozada. No es gracioso burlarse del dolor ajeno”.
Según el Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, la detonación dejó una persona fallecida —Benítez— y 26 heridos, dos de ellos trasladados a casas de salud.
Un sostén de familia
Wellington era la cabeza del hogar. Deja a su esposa y dos hijos: un joven de 27 años —actualmente desempleado— y una hija de 19 que recién empezó la universidad.
“Pedimos una oportunidad laboral, no dinero. Que alguien le dé empleo a mi sobrino y a mi cuñada. Ahora les tocará sostener la casa”.
Christian Bravo, hermano de la víctima.
El taxista vivía en el suburbio de Guayaquil. Compartía casa con su madre, de 79 años y convaleciente de una cirugía en el hombro. “Mi mamá lo esperaba despierta todas las noches, asomada en la ventana, hasta que llegara del trabajo. Ayer la encontré allí, mirando la calle, como si aún fuera a aparecer”, cuenta.
Dos décadas al volante, cuatro años en el mismo punto
Benítez llevaba 20 años al volante y cuatro trabajando en esa parada de taxis del Mall del Sol. Su rutina estaba marcada por la familia: “Salía a las 06:30 para llevar a su hija al colegio, luego trabajaba, volvía a almorzar, la recogía y regresaba a la calle hasta las ocho, nueve de la noche. A veces más tarde, si el día había estado flojo”.
El vehículo con el que trabajaba era alquilado. Compañeros y dirigentes de la cooperativa se hicieron presentes para ofrecer apoyo: “Ahí hacían base, eran un grupo unido. El fin de semana habían tenido hasta un pequeño campeonato interno”, recuerda Bravo.
Un hombre sin vicios, hincha de Emelec y muy familiar
Wellington era amante del fútbol y emelecista “a morir”. Los fines de semana buscaba un espacio para “pelotear” con amigos en el Club Campín del barrio Garay. “No tenía vicios, nunca tuvo problemas con nadie. Vivía para su familia”, dice su hermano.
También ayudaba a criar a dos sobrinas políticas que quedaron huérfanas cuando eran niñas. “Las trató como hijas. Eso te dice quién era él”.
"La desinformación duele"
Bravo se enteró del atentado por las noticias; después, una llamada de la familia confirmó lo impensable. Desde los exteriores de la morgue relata el calvario de los trámites: “Es engorroso. Parte, informes, pruebas, confirmar si era él… todo se hace más lento”.

Pero lo que más los golpea son las versiones falsas: “Reitero: mi hermano no estaba grabando. Les pido a quienes publican y comparten que paren con los insultos. Detrás hay una esposa, dos hijos, una madre de 79 años, sobrinos y una familia que no sabe cómo va a recomponerse”.
En medio del duelo, Bravo deja un mensaje: “Más allá de la tienda política, ya es hora de dejar de pelearnos entre ecuatorianos. El país se está cayendo y quienes terminan pagando son las familias trabajadoras. No pedimos lástima: pedimos empatía y trabajo”.
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