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Una Habitación Propia

La mujer en la guerra

Maria Fernanda Ampuero

María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.

Actualizada:

14 abr 2022 - 19:00

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Esta no es la primera ni será la última. Los alemanes violaban a las polacas, los rusos a las alemanas, los falangistas a las rojas, los coyoteros a las inmigrantes, los blancos a las negras, los españoles a las indígenas y, ahora mismo, los rusos a las ucranianas. 

He visto en televisión una mujer con la cara pixelada. Por las manos he intuido que mayor. Tal vez unos sesenta, setenta. Se había quedado en tierra ocupada porque no tenía a dónde más ir, porque su hijo estaba peleando, porque esa era su ciudad y su casa. 

Un soldado ruso, decía la mujer a las cámaras, entró en su casa, se desnudó y la violó. Luego se fue. Cuando salió al patio vio que le habían dejado al hijo muerto en el patio y ahí mismo lo enterró y le puso una cruz rústica encima. 

La jardinería del horror. 

Se han escuchado historias pavorosas. En apenas meses de guerra ya hay niñas embarazadas de soldados rusos. Niñas que fueron violadas por el enemigo y que llevan en su vientre la sinrazón de la guerra. 

En medio de bombardeos, muertos y heridos, las mujeres también son asesinadas, pero de otra manera, de esa manera que no se olvida nunca, que se lleva para siempre como una herida abierta en el espíritu. 

La violación siempre la hace un enemigo, el violador, obviamente, es un enemigo, pero en este caso, el daño es doble: la perpetra quien destruyó tu tierra e hizo que salieran corriendo y desesperados todos a quienes conocías y querías. 

Pero no es solo eso, las mujeres y los niños conocen el espanto de la guerra de maneras que no alcanzamos a medir, que son inenarrables. 

En los países fronterizos, ahí donde se agolpan las mujeres ucranianas con sus hijos e hijas, hay furgonetas de supuesta ayuda internacional que en verdad son mafias que las transportarán del espanto del que escaparon a otro nuevo, distinto, igual de perverso: el trabajo sexual esclavo. 

Las páginas de 'citas' están llenas de anuncios de prostitución en los que el reclamo es 'guapa ucraniana recién llegada'. Las jóvenes refugiadas nunca imaginaron que en apenas semanas pasarían de ser ciudadanas a ser parias y peor aún: esclavas sexuales de mafias de trata de personas. 

A lo que están expuestos los niños y las niñas solos y solas no lo sé, pero lo imagino, y se me rompe el corazón en doscientos mil pedazos.

La peor parte de la guerra se la llevan aquellas que no hacen la guerra. En esa otra trinchera donde se intenta sobrevivir, las mujeres son castigadas por serlo y, de paso, las marcan para siempre con la herida de la violación o del esperar el hijo del enemigo, del que mató a tu padre, a tu marido y a tu hermano. 

Nunca estamos a salvo, pero cuando el mundo se pone patas arriba y las personas tratan de salvarse como peces rodeados de pescadores, las mujeres somos las primeras víctimas, la carne de una trituradora que exige cuerpos para saciar el hambre de muerte y destrucción de unos señores que están sentados en una mesa gigante hablando de geopolítica.

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