Viernes, 19 de abril de 2024

Las mascotas están de moda: la vida junto a esos mejores amigos

Autor:

Fátima Cárdenas

Actualizada:

16 Dic 2022 - 5:25

Tal como están las cosas, parece que la vida está incompleta sin una mascota a tu lado. Para explicarlo, un comediante profesional nos regala un momento de ternura extrema.

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Autor: Fátima Cárdenas

Actualizada:

16 Dic 2022 - 5:25

El comediante Ave Jaramillo y su mascota Marimar. Quito, diciembre de 2022 - Foto: Cortesía Ave Jaramillo

Tal como están las cosas, parece que la vida está incompleta sin una mascota a tu lado. Para explicarlo, un comediante profesional nos regala un momento de ternura extrema.

Esta nota es una adaptación del artículo "Marimar, la mejor amiga de este hombre" de Ave Jaramillo, publicado en revista Mundo Diners, diciembre 2022.

Mi mascota casi no ladra. Por lo tanto, le gusta el silencio. Nos conocimos hace seis años, no era la primera vez que me juntaba con un perro. Es más, varios me han acompañado a lo largo de la vida.

Primero fue Figo, un golden retriever que se comió varios de mis lentes.  Después vino Oddie, un dóberman que se robaba toallas para calentarlas al sol. Luego, la vida me mandó a Kurt, un yorkshire con tendencias suicidas que murió en mis brazos por tragarse un hueso de chancho que le dio mi vecina.

A todos los amé, a todos los lloré cuando se fueron. Siempre he creído que una de las jugarretas más crueles que nos hizo el destino fue decidir que los perros vivan tan poco.

Pero, Marimar es la primera mascota que puedo llamar mía, solo mía.  Ella es mi compañera, mi compinche, mi confesionario con pelos y nariz fría.

Encontrarla no fue difícil. Una amiga la daba en adopción. Me habían dicho que hay que dejar que el animal te escoja a ti, no al revés. Ella se acercó despacio y nerviosa.  Me olió concienzudamente. Apenas le acaricié el lomo, se acostó a mi lado. Me eligió.

Esta es mi versión sobre las mascotas de moda.

Mascotas son familia

Marimar es perspicaz. De hecho, no me tomó nada de esfuerzo enseñarle que no se debe cagar en la casa. Tampoco hizo muchas travesuras. A lo mucho alcanzó a mordisquear un par de cómics que descuidé.

Antes del año, raspaba la puerta para salir y, si no regresaba a tiempo, ensuciaba mi cocina, pero todo con culpa.

El tiempo nos ha dejado conocernos. En su primer viaje a la playa aprendí que adora cavar huecos en la arena y ladrar a la espuma. La vi enamorar a todos los perros de la cuadra durante su cuarto celo (el último que la dejé tener), y elegir a Duque, otro perro mestizo, como su mejor amigo.

La he visto ladrar en sueños. He sido testigo de cómo ha aprendido el sutil arte de mendigar comida. Empieza el ritual poniendo su hocico sobre el regazo de los extraños y les regala una mirada con ojos de capulí que enternece al más duro.

También ha corrido conmigo competencias atléticas y ha viajado en carro, bus, lancha y avión, acompañándome en giras. Y aún hay más, cuando la dejo con mi madre, busca mi ropa vieja y se acuesta ahí.

Sin embargo, no solo es ella, también soy yo.  Siento que algo me falta cuando, en las noches, no se acurruca entre mis piernas, debajo de las sábanas.

Las mascotas están de moda. ¡Enhorabuena!

Sí, están de moda

Marimar no cuida la casa. Por ejemplo, alguna vez confundió un maniquí con un ladrón y tuve que darle gotitas de valeriana. Marimar me cuida a mí. Durante estos tiempos mezquinos de encierro y soledad, mi mascota aprendió a consolarme.

Una tarde de abril, una canción que despertó mi nostalgia mientras lavaba los platos me golpeó el alma de improviso. Me senté y lloré en silencio. Con los guantes de goma, con la camisa mojada y con el agua del grifo corriendo, sentí que la tristeza se me posaba encima.

Entonces escuché sus patitas viniendo desde el cuarto. Nunca sabré cómo se dio cuenta, qué clase de conexión mística se puede tener con un lobo doméstico, pero ella supo que la necesitaba.

Puso sus dos patas delanteras en mis hombros y me limpió las lágrimas con su lengua. Cuando me calmé, se acostó a mis pies y seguí lavando platos. Entendí así que ella dominaba el arte de acompañarme en silencio.

Por eso, durante la cuarentena, cuando la encontraba mirando a la ventana, sin entender por qué ya no íbamos al parque, le decía una frase que se convirtió en mi mantra: "Marimar, tú y yo hasta el fin del mundo".

Marimar y todas las mascotas están de moda. Y lo seguirán estando.