Sábado, 18 de mayo de 2024
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Contrapunto

Lo menos conocido de la Sinfonía 9 de Beethoven creada hace 200 años

Fernando Larenas

Fernando Larenas

Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.

Actualizada:

4 May 2024 - 5:56

¿Hay algo en mí que no esté herido y desgarrado? Beethoven.

Acerca de la Novena Sinfonia coral opus 125 en re menor de Ludwig van Beethoven, que este año cumple dos siglos desde su estreno -el 7 de mayo de 1824- se han escrito variadas historias y anécdotas curiosas, por eso el desafío hoy es narrar algo poco conocido.

Como, por ejemplo, que la obra, pocos días antes de su estreno, en un arrebato de angustia, el compositor alemán tomó la decisión de no tocarla porque desconfiaba de los organizadores, creía que lo querían estafar.

Con terribles aflicciones económicas, deudas y gastos veía la posibilidad de superar su déficit financiero, incluso lograr alguna utilidad importante con esta sinfonía coral, pero no fue así, tal como relata uno de los principales biógrafos del siglo XX, Emil Ludwig.

Otro dato que llama la atención es que esta composición, la primera a la que se le incorporó voces solistas y un coro monumental fue un error, según admitiría el mismo Beethoven en un diálogo con el músico austríaco Carl Czerny (1791-1857). ¿Por qué? Porque creía que el coro les quitaba su efecto a los otros tres impactantes movimientos de la sinfonía.

Y tenía razón Beethoven, porque el coro rápidamente se volvió popular, por eso las revelaciones de Czerny son aceptadas por los investigadores como auténticas.

Lo que se plantean los estudiosos de Beethoven es que el músico, después de su séptima y su octava sinfonía, tenía claro que no necesitaría de voces humanas al final de su carrera; le bastaba con su ópera Fidelio y con su Misa.

Antes de concluir su opus 125, en el verano de 1823, no estaba proyectado un final con coro, sino uno instrumental, pero cambió de idea a su regreso del campo para concluir la obra en la ciudad de Viena, donde la estrenó en el teatro Kärntnertortheater.

La obra que superó el caos

Aquí una digresión para manifestar que toda la información para este artículo en homenaje al bicentenario de creación de la monumental sinfonía beethoveniana tiene una sola fuente: Emil Ludwig (1881-1948) y su obra ‘Beethoven, vida de un compositor’.

Autor de biografías sobre Napoleón, Goethe y Bismarck, la de Beethoven es una de sus obras postreras, que recién se publicó en español en 1952 en Editorial Diana S.A, México.

¿Por qué es importante este dato? Porque en esta biografía el historiador alemán plantea algo que se concretó varias décadas después: “Esa canción nació para convertirse en un himno internacional”.

No hay himno nacional, expresa Ludwig, que sea tan apropiado para ser cantado a coro, podría adaptarse para que se cante en todos los idiomas (…) “la canción alberga el nuevo himno popular de la humanidad que nacerá del terror de nuestros días”.

En efecto, en 1984 la Unión Europea la declaró su himno oficial y Leonard Bernstein la interpretó en 1989 como homenaje a la caída del Muro de Berlín. Se ha escuchado en olimpiadas y en firmas de acuerdos de paz.

Sin embargo, la famosa obra, que según Ludwig “nació del caos”, no describe nada, tal como ocurre con la Pastoral o con la Heroica; en el último movimiento los instrumentos comienzan a hablar: “después de larga prisión se levantan los esclavos” (interpretación del biógrafo).

Poco antes del estreno, el historiador encuentra “intrigas menudas” y disputas, dudas en qué teatro tocarla para obtener mayores ganancias, entonces tres amigos desinteresados, el conde Lichnowsky y los músicos Schindler y Schuppanzing le proponen firmar un contrato.

Desconfiado, el maestro pensó que se trataba de un complot en su contra y al día siguiente envió la misma carta a los tres amigos: “Desprecio la falsedad, no hay academia (concierto), ni doy academia, le ruego a usted que no venga más hasta que yo lo llame”.

Se creía que en dos noches Beethoven ganaría de 2.000 a 3.000 mil florines, pero el ministro de Policía no autorizó que se eleve el precio de los boletos; ¿qué me quedará después de tantos gastos como ha habido ya con la voluminosa copia (de la partitura)? Se preguntaba el maestro.

Tras la rotunda aprobación y aclamación de la obra, de los 2.200 florines recaudados y tras reducir los gastos de las copias al maestro le quedaron 420; frente a ese resultado se desplomó, lo sentaron en un sillón donde se quedó dormido, lo encontraron al día siguiente todavía vestido con su traje de concierto.

En el libro de Ludwig se dice que jamás compuso nada para Friedrich Schiller (1759-1805), alejado de su vida, y si lo eligió al final fue solo porque sus poemas lo cautivaron en su juventud (tampoco compuso nada para Goethe, con quien mantuvo una fluida amistad).

No le gustaba, dice Ludwig, la moral política del contenido “los mendigos llegarán a ser hermanos de los príncipes”; en la primera versión impresa de la canción de Schiller se anota la frase “todos los hombres llegarán a ser hermanos”.

En su vejez Beethoven, remarca Emil Ludwig, “ya no se interesaba ni por los mendigos ni por los príncipes, a lo sumo por los hombres, pero no de manera incondicional”.

Y lo que sería la última novedad, en el libro se dice que rara vez Schiller hizo versos peores y más antipoéticamente dispuestos que en esta oda, sin embargo, “Beethoven seleccionó una gran parte del texto, supo escoger con su elevado sentido del lenguaje los mejores trozos”, concluye Ludwig.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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