Martes, 23 de abril de 2024
Leyenda Urbana

El círculo íntimo de Lasso, un peligro para el Presidente y para el país

Thalía Flores y Flores

Thalía Flores y Flores

Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC de España.

Actualizada:

16 Ago 2022 - 5:28

El poder político tiene misterios que, a lo largo de los tiempos, ni los tratadistas han podido resolver.

Apenas dos meses atrás, Guillermo Lasso salió ileso de una moción de destitución promovida por la oposición en la Asamblea Nacional, en medio de un violento paro que duró 18 días, pero hoy tiene un frente interno que, consciente o no, está minando poco a poco su estabilidad política, y hasta podría terminar desplomándola.

Que el país tenga como superintendente de Bancos a un personaje como Raúl González es responsabilidad del Ejecutivo, que lo incluyó en la terna que envió al Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), que lo escogió.

Y también a una osada Asamblea que, con mucha astucia y poca vergüenza, en vísperas de un feriado, lo posesionó, a pesar de haber una acción de protección y a sabiendas de que el Consejo de Participación tramita una nueva terna enviada por el Ejecutivo; por lo que podría llegar a haber dos superintendentes a la vez.

Al posesionar a González, 70 legisladores se han puesto por encima de la ley, y han abierto una grieta con la Corte Constitucional (CC), que podría terminar sancionándolos. Y con el Gobierno que, el domingo, desconoció al funcionario.

Demoler la institucionalidad del país -o lo queda de ella- es una constante de esta Asamblea, en cuya mayoría está el Partido Social Cristiano (PSC) que, otra vez, le ha hecho el juego a un correísmo que busca el caos.

Todo lo sucedido en torno a la designación de superintendente de Bancos es inaudito, y ratifica el deplorable nivel de representación política del país.

Hace falta mucho coraje ético para admitir los errores y enmendarlos, aunque el daño infligido a la imagen de Ecuador, en este caso, es irreversible.

Proveniente de la banca, en la que ha estado por décadas, Guillermo Lasso y su secretario de la Administración, Iván Correa, con quien trabaja hace más de 20 años, tendrían que conocer a tres ecuatorianos honorables para postularlos para la Superintendencia de Bancos.

Y si no los conocen, pues disponer a los funcionarios y asesores de Carondelet que revisen hojas de vida hasta encontrar a tres personas sin tacha y sin posibilidad de mangoneo del sistema financiero, tan sensible en todas partes del mundo.

No lo hicieron, y eso prueba que no se está gobernando bien.

Es allí donde cobran sentido los rumores de que el círculo íntimo del Presidente está más dedicado a asuntos personales, incluso, involucrándose por medio de sus oficinas y estudios jurídicos, en otras entidades y Funciones del Estado, tal como el país ha conocido, con asombro, por filtraciones y audios y por la investigación de la Fiscalía General de la Nación, que los tiene en la mira.

Cuesta creer que, cuando Lasso firmó la terna, no haya preguntado quiénes eran esos candidatos y por qué se los incluyó.

También causa perplejidad y genera suspicacias que sus colaboradores se atrevieran a hacerle firmar una terna con personajes como González, a quien se vincula con el correísmo, y que recién cuando se hizo público, el asesor Caicedo lo haya llamado para pedirle que se aparte del concurso.

La gran interrogante es si cuándo lo pusieron en la terna conocían de quién se trataba; porque de ser positiva la respuesta, el hecho sería repudiable; y si no lo sabían, resultaría vergonzoso que no averiguaran sus antecedentes.

En los dos casos se probaría que en Carondelet la gobernanza es un juego de simulaciones.

Así, la designación de la más alta autoridad del sistema financiero tiene falla de origen y debe abochornar al Gobierno, que se ha acostumbrado a reaccionar solo cuando el escándalo ha estallado.

Eso ocurrió con el bendito Decreto de Estado de Excepción, que incluía censura a la libertad de expresión en Internet, pero, solo después de haber sido sometidos al escarnio en las redes, salieron con el peregrino argumento de que fue un borrador, causando un gran daño porque la gente se preguntó cómo se atrevieron a hacerle firmar semejante bodrio al primer mandatario.

En esa ocasión, Lasso debió ya prescindir de los responsables del desafuero, pero no lo hizo; por eso, siguen los errores que asombran al país que no halla respuesta a la interrogante de cómo es posible que quienes se prepararon 10 años para ganar las elecciones, no estuvieran listos para gestionar el poder.

Carondelet está en su peor momento. Que tres de los más íntimos colaboradores del Presidente estén envueltos en investigaciones causa desazón.

Solo los aduladores son incapaces de dimensionar la gravedad de estas acciones, demostrando así que no quieren a Ecuador.

En un país que vive en emergencia permanente por la brutal acción del crimen organizado, que ahora hace cruentos atentados; con el desempleo en cifras inquietantes, la falta de medicamentos en los hospitales, sumar el desgobierno es activar una bomba de relojería social.

Y allí estamos.

La prepotencia del fugaz superintendente de Bancos al pedir a la Fiscalía actuar de oficio contra el reconocido analista económico Alberto Acosta Burneo, por un comentario suyo en Twitter, muestra el abismo al que llevaron al país quienes pusieron a González en la terna, para finalmente terminar desconociendo su autoridad y rodeando la Superintendencia con policías, para evitar su ingreso.

Durante el tiempo que Guillermo Lasso estará en el exterior, por asuntos de salud, debería meditar bien su papel como jefe de Estado y, en una muestra de sana intención de enderezar el rumbo, cambiar a su círculo íntimo que se ha vuelto un peligro para su Presidencia y para el país.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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