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De la Vida Real

La complicidad es silenciosa, pero responsable

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

30 oct 2023 - 05:57

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La semana anterior recibí un del mail del colegio de mis hijos: "Jerónimo (Pacaí) fue enviado a la inspección debido a su mal comportamiento. La causa: "Interrumpir en clases". Al leer el correo hice captura y le mandé a mi marido, quien me respondió: "Chi, esto sí está grave. ¿Qué habrá hecho?". El correo lo recibí a las 11 a.m. Tenía que esperar a que mis hijos llegaran de la escuela alrededor de las 4 p.m. Mientras tanto, moría con la incertidumbre.

En mi época era imposible hacerles pasar por algo así a los papás. Como no había correo electrónico, existía una agenda donde los profesores anotaban las observaciones. Si no queríamos que los papás leyeran, arrancábamos las hojas y con eso les quitábamos a los pobres padres la angustia de pasar un mal rato.

Me acuerdo de que una vez el profesor de física me sacó de la clase bravísimo y pidió que al día siguiente asistiera con mis representantes, cosa que jamás sucedió porque nunca les pasé la nota a mis papás (y eso que ellos eran súper comprensivos).

Ese profesor el primer día de clases dijo: "Buenos días chicos, mi nombre es Jorge Nikola" y yo hice el mejor chiste del mundo: "Ni cola ni güitig". Mis compañeros estallaron en carcajadas. El profe, con el paso del tiempo, me cogió cariño, se dio cuenta de que no entendía su materia y hasta me ayudaba en los exámenes: "Señorita Febres, usted talento para física no tiene, pero tiene buen humor", me decía. 

Otra vez que me mandaron a la inspección no me pude salvar de que mis papás se enteraran.

Mi amiga María José llevó un esfero explosivo. Yo no soportaba matemáticas, no entendía nada, solo me acuerdo haberme burlado del profesor. Debí haber sido una alumna insoportable. Este profe, bravísimo, pidió un esfero para anotarme en el leccionario porque en esa época en mi colegio se usaba ese registro. Yo, muy comedidamente, le pasé el esfero explosivo y ¡el profe saltó hasta el techo!

A mi amiga y a mí nos mandaron a la inspección, pero no podíamos contarle al inspector lo que pasó porque nuestra risa no paraba. El inspector se contagió de la risa y nos dejó ir, pero el profe de mate no nos dejó entrar a la clase hasta que fuéramos con un representante.

Como ahí sí se puso grave la cosa, le conté a mi mamá y ella fue al colegio. El profe se quedó impactado con esa visita y me dijo "era de que usted salga como su mamá, tranquilita, educada, linda. Pero usted, señorita Febres, ¡usted es un monstruo!".

Ahora me da pena haberme burlado del profe de matemáticas. Era el típico profesor buena gente. Le hice la vida imposible, no por ser malcriada, sino por aburrida. Como tampoco entendía nada, ¿qué más podía hacer, sino molestar durante toda la hora?

Pero claro, mis papás por lo general no se enteraban de lo que me pasaba en el colegio ni de las notas que sacaba.  Como hija responsable, siempre traté de evitarles que sufran.

Me acuerdo de que una vez me sacaron de la clase de arte porque la profe se puso de modelo y yo hice un garabato que me salió igualito al de un torero y la profe se puso tan brava que me mandó al rectorado porque, según ella, le había faltado al respeto. Ahí sí, tuvieron que ir mis representantes. Ellos entendieron que mis trazos se debieron a mi falta de talento para dibujar, que hasta ahora me caracteriza.

Con la nota que recibí sobre el Pacaí mi mente viajó todo el día al pasado. Cuando llegaron mis hijos, le pregunté al Pacaí qué fue lo que había pasado. "Ma, el profe creo que estaba un poco mal genio porque no aguantó que durante la clase hiciéramos con una amiga una guerra silenciosa de plastilina".

Ahí sí me salió lo de madre que tengo adentro y le di una charla larguísima sobre el respeto que se debe tener a un profesor. Él bajó la cabeza, me pidió perdón y me dijo "sí ma, tienes razón". 

Total, el colegio es para hacer cosas cuando los papás no están y, por lo tanto, no nos ven, pero obviamente al Pacaí no le dije eso. El problema es que hoy me llegó otro correo que dice que Jerónimo no ha cumplido con determinada actividad.

Estoy esperando que llegue el Pacaí para que me explique lo que pasó.

Seguro, fingiré estar molesta y hasta me inventaré algún castigo, pero, claro, no le diré que cuente conmigo como su cómplice y que no se preocupe porque los adultos no podemos vivir sin acordarnos cómo fuimos de jóvenes.

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