Jueves, 18 de abril de 2024
Contrapunto

Cuando la justicia es una trampa: Los crímenes de Bartow

Fernando Larenas

Fernando Larenas

Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.

Actualizada:

27 Ago 2021 - 19:03

El escritor, que también es abogado, leyó el caso, encontró más confusiones que certezas y se propuso profundizar la investigación; su intención era escribir una novela, pero no imaginó que se involucraría tanto en la historia que decide defender a un condenado a muerte.

El narrador descubre trampas procesales en un episodio ocurrido en la mayor potencia mundial, con una justicia que se ensañó con el empresario ecuatoriano Nelson Serrano Sáenz, sentenciado a morir con una inyección letal.

'Los crímenes de Bartow', editorial Planeta, es el libro que presenta oficialmente el 1 de septiembre de 2021 el escritor Óscar Vela Descalzo, tras visitar y entrevistar al condenado en el denominado 'corredor de la muerte'.

Serrano fue acusado de un cuádruple crimen ocurrido en Bartow, condado de Polk, en el centro del estado de la Florida, en diciembre de 1997.

Tras las primeras investigaciones fue declarado inocente, pero años más tarde el caso fue reabierto. Serrano había regresado a Ecuador después de recuperar su nacionalidad ecuatoriana.

El acusado no podía ser deportado, eso lo sabían la justicia de Florida y la Policía que lo investigaba. Entonces cometen la primera ilegalidad: secuestran a Serrano en Quito el 31 de agosto de 2002, en una operación dirigida por la Policía estadounidense, tras sobornar a agentes ecuatorianos.

Serrano fue acusado de un cuádruple crimen ocurrido en Bartow, condado de Polk, en el centro del estado de la Florida, en diciembre de 1997.

Pero más allá de la ilegalidad existe un tema humanitario fuerte, que es lo que lleva al abogado-escritor a convertirse en uno de los defensores de Nelson Serrano, recluido en una celda de dos por tres metros.

Fue condenado a cuatro penas capitales y hoy, con 83 años de edad, desde hace un par de años su vida comenzó a declinar, sufre fuertes dolores de espalda, su dentadura es escasa, perdió la visión en un ojo y al otro le falta muy poco para apagarse completamente.

A lo único que se aferra es a la lectura; tiene pocas esperanzas en la justicia que lo ha condenado por un crimen que no cometió. Tal como descubre el escritor, quienes lo acusan, tal vez para lavar la sucia conciencia, prefieren que la muerte sea natural, que se duerma en la noche y no se despierte nunca más.

La historia. Tres socios se unen para formar una empresa que se dedica al embalaje de prendas de vestir. Serrano denuncia que en las cuentas hay un faltante cercano al millón de dólares (más adelante se comprobaría que el desfalco es de más de USD 3 millones).

Uno de los socios muere durante la balacera ocurrida en las oficinas de la compañía; en total murieron cuatro personas. El otro socio denuncia, sin pruebas, a Serrano. La prensa conjetura y se despierta lo más vil en el imaginario del condado: la xenofobia.

La prensa conjeturaba que Serrano era mexicano o sudamericano, daba lo mismo, los culpables casi siempre están al otro lado del Río Bravo. Y algunas idioteces, como que el crimen fue cometido por una sola persona: el ecuatoriano que, supuestamente, entró a la escena de la masacre con tres tipos diferentes de armas, como si fuera Rambo o Terminator.

Vela plantea la hipótesis de que el crimen fue cometido por sicarios (dos o tres), incluso muestra indicios de narcotráfico del hijo de un socio que murió en el tiroteo; pero muchas pruebas fueron escondidas. La novela testimonial no solo se limita a denunciar las arbitrariedades procesales: revela negligencia en la defensa de Serrano.

El narrador no puede ocultar la enorme tristeza que siente cuando advierte que lo más importante de su novela sin ficción ya lo contó, pero no quiere abandonar a su personaje, sabe que los hechos pueden cambiar dramáticamente.   

Subraya el temor de que el libro que está leyendo el acusado sea el último, ya sea porque en cualquier momento se queda ciego o porque su vida se apaga para siempre.

Serrano quiere volver al país donde nació, desea mirar por última vez hacia el Cotopaxi o caminar entre las lomas verdes de la Sierra.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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